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El suicidio de Alan García

"Antes, la justicia de Dios y de la Historia"

Con él mueren las investigaciones y sólo será juzgado por la ley divina, en la que dijo creer hasta el final de sus días.

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Poderoso. Esa era la imagen que prefería: fuerte, inteligente, triunfador. Pero le tenía terror a la cárcel. | Cedoc Perfil

"El que no la debe, no la teme". Esa era su frase de cabecera, la que lo acompañó a lo largo de su vida. En introspectiva, conociendo su historia, verbo florido y los hechos que marcaron los pasajes más significativos de la política, quizás pudimos imaginar un final como éste para Alan García: libertad o muerte, pero jamás verlo vencido, esposado. Antes, la justicia de Dios y de la historia, como él siempre se encargó de decir. 

Fue el segundo Presidente más joven del Perú. En 1985, con apenas 35 años, Alan García, candidato de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) llegaba a la presidencia y afrontaba, al poco tiempo de asumir, la crisis más dura que le ha tocado vivir a este país: terrorismo, desempleo, hiperinflación de hasta 114 por ciento, ruptura con el FMI y estatización de la banca. Son algunos de los hechos que más se recuerdan de aquellas épocas, que coincidieron con el gobierno de Raúl Alfonsín.

En 1992, tras dar su autogolpe de Estado, Alberto Fujimori intentó detenerlo en su vivienda por varias causas que pesaban en su contra, entre ellas la de enriquecimiento ilícito. Hasta allí llegaron tanques y efectivos armados que le pedían por megáfono que saliera de su casa. Alan García escapó por la ventana, subió a los techos, y saltó hasta un edificio lindero. En ese lugar permaneció dos días hasta que consiguió asilo político en la Embajada de Colombia, que al poco tiempo le enviaría un avión para que pudiera seguir directo a Bogotá, donde vivió un tiempo. Posteriormente se instaló en Francia por varios años hasta que su delito prescribió. En ese momento, decidió volver al Perú, justo a tiempo para las elecciones presidenciales, pero no era su momento. Perdió contra un joven Alejandro Toledo, quien hoy también es investigado por la justicia en el Caso Odebrecht y se encuentra prófugo en los Estados Unidos. 

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Aquel hombre que supo cantar en el metro de París en sus épocas de estudiante, aprovechó sus dotes artísticas años después, en 2006, cuando nuevamente se postuló a la presidencia. Esta vez las cosas saldrían tal cual las había planificado: derrotó a Ollanta Humala –que lo sucedería en 2011 y que ya pasó un año en prisión preventiva y sigue investigado por el caso Odebrecht- y asumió el gobierno por segunda vez. En aquel momento todo valió la pena para conseguir el objetivo que tanto había perseguido desde su regreso al país: cantar, bailar y obviamente apelar a su retórica, con palabras siempre bien pensadas y colocadas para encandilar a sus seguidores.

Dicen quienes lo conocieron que su sueño era ser tres veces Presidente, pero en la última elección, en 2016, ya manchado por el escándalo de Odebrecht, y con una popularidad que se había derrumbado, solo obtuvo un escueto cinco por ciento. Ese momento marcó el final de su carrera política. Decidió retirarse y hacer conferencias por el mundo, mientras las investigaciones por lavado de activos, tráfico de influencias y colusión seguían adelante. 

En los últimos meses, García se vio cercado: Jorge Barata, representante de Odebrecht en Perú, declarará la semana próxima ante la justicia, como colaborador, y se descuenta que hablará, entre otras cosas, del dinero negro que la constructora brasileña entregó a colaboradores suyos como sobornos por obras construidas durante su gobierno; Uruguay le había negado el asilo político y la justicia le había retenido el pasaporte para impedirle huir del país.

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Acorralado, decidió quitarse la vida cuando fueron a detenerlo. Era un hombre que tenía terror a la cárcel pero mucho más a que lo vieran vulnerable, porque su imagen siempre fue la de una persona fuerte, robusta, inteligente, un animal político a quien jamás le ibas a ganar una discusión. Siempre tenía respuestas astutas para devolverte y frases que quedaron para la posteridad. Días antes de morir, casi como un presagio o una decisión premeditada, dijo creer en la vida después de la muerte. Con él mueren también sus investigaciones y sólo será juzgado por la ley divina, esa en la que dijo creer, incluso hasta el final de sus días.

*Desde Lima.