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Occidente y el regreso de los reclutas de ISIS

Varios países occidentales se enfrentan al mismo problema: qué hacer con los cientos de ciudadanos seducidos para unirse a la yihad violenta de ISIS.

Relatives Of Missing Schoolgirls Give Interview To Scotland Yard
Relatives Of Missing Schoolgirls Give Interview To Scotland Yard | Photographer: Laura Lean - WPA Pool/Getty Images

El Estado Islámico sedujo a una adolescente del este de Londres llamada Shamima Begum en el invierno de 2014. Usaron las redes sociales y llamados personales para tejer una telaraña en torno a la joven de 15 años. La persuadieron con mensajes llenos de emojis, memes románticos y depredadoras imágenes religiosas de que una vida de justicia social y significado espiritual la esperaba en Siria, en su autodeclarado califato.

Begum desapareció en febrero de 2015 y volvió a aparecer una semana más tarde en Raqqa, la ciudad Siria que ISIS declaró su capital. Ahora, embarazada y con dos hijos muertos, quiere volver a casa. Muchos británicos no quieren que regrese.

Varios países occidentales se enfrentan al mismo problema: qué hacer con los cientos de ciudadanos seducidos para unirse a la yihad violenta de ISIS. Y la cosa tiende a empeorar.

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La derrota de ISIS en el campo de batalla ha dejado el noreste de Siria en manos de una milicia principalmente kurda, la cual ha mantenido prisioneros a los combatientes extranjeros durante los últimos años. Es muy probable que el gobierno recupere el control de la región tarde o temprano, por lo que muchos extranjeros querrán irse.

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Muchos funcionarios de seguridad y políticos occidentales consideran que tiene sentido rechazar estas solicitudes para siempre. Señalan que es difícil determinar quiénes de los combatientes que regresen pueden ser peligrosos si se les permite retornar a sus comunidades, además de que habrá enormes obstáculos jurídicos para juzgar a los yihadistas impenitentes con base en una débil inteligencia del campo de batalla.

Los dilemas éticos no son menos difíciles: ¿con cuánta severidad se debe juzgar a una joven si no participó directamente en la violencia, pero dio apoyo moral y valor propagandístico al grupo yihadista?

Ahora la cara juvenil de Begum ha sacudido a Gran Bretaña dos veces: primero en una icónica imagen de 2015 en la que se ve fugándose a través del aeropuerto de Estambul, vestida para una escapada de fin de semana; ahora en una imagen de primera plana, ataviada de batas negras, rogando que se le permita regresar.

Pero el público no siente simpatía por quienes abandonaron voluntariamente occidente para irse al protoestado de ISIS, sin importar cuán traumatizados estén hoy. Cuando Begum y sus amigos se fueron hace cuatro años, altos funcionarios de la policía del Reino Unido prometieron que, si regresaban, serían tratados como víctimas. Esta semana, dejaron claro que la oferta había expirado.

No obstante, el rechazo a la repatriación de los ciudadanos británicos, aunque jurídicamente pragmático y emocionalmente satisfactorio, es irresponsable. Muchos de los reclutas europeos de ISIS son la segunda generación de inmigrantes árabes o asiáticos. Abandonarlos a su suerte o quitarles la ciudadanía –como lo ha hecho el Reino Unido en algunos casos– implica que su estatus como europeos es condicional. Resalta, para los niños británicos de las minorías, que la europeidad es frágil; que si cometen errores, no tendrán una segunda oportunidad.

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Cuando ISIS intentaba reclutar musulmanes occidentales, señalaba a menudo la discriminación racial a la que se enfrentaban y les susurraba que nunca pertenecerían realmente. La repatriación de los reclutas musulmanes occidentales reconocería su ciudadanía como británicos a pesar de las atrocidades y el crimen, y se convertiría en una herramienta poderosa para disuadir a la próxima generación de potenciales reclutas, tratando a los musulmanes británicos de la misma manera que lo haría el gobierno con los adolescentes blancos atraídos por los grupos neonazis: mezclando la rehabilitación con el enjuiciamiento.

Es comprensible que el público tema que quienes regresan representen una amenaza a la seguridad, pero hay maneras legales, con base en legislación reciente, de manejar ese peligro. La policía y los servicios de inteligencia británicos se consideran los mejores de Europa, y cuentan con amplias medidas de protección usadas para monitorear a los ciudadanos que no están encarcelados pero se consideran riesgosos para la seguridad.

Las mujeres británicas que regresan de Siria con niños a menudo pierden la custodia; el acceso a los niños o la posibilidad de su retorno es una herramienta poderosa en sí misma, y el Estado no ha temido usarla.

En 2016, visité un campo en Siria donde las fuerzas kurdas retenían a las mujeres occidentales que se habían unido a ISIS. Un comandante, cuyo trabajo era contactar a los funcionarios occidentales para pedirles que recogieran a sus ciudadanas, estaba asombrado por la pasividad y la indiferencia con la que se encontraba. "¿Por qué no recogen a sus mujeres?", me preguntó. "Si fueran mis ciudadanas, las recogería". Pensaba que la mayoría eran esposas engañadas, y sentía lástima por ellas.

Mucha de la discusión pública respecto a la repatriación de ciudadanos occidentales, hombres o mujeres, se basa en la suposición de que permitirles regresar equivale a permisividad o perdón. Ni el público ni el sistema legal tienen que ir tan lejos, y las investigaciones y los juicios son de esperar. El reconocimiento del simple hecho de que los ciudadanos caprichosos también son ciudadanos, con derechos, es la simple aceptación de un principio universal articulado a la perfección por Hannah Arendt: que todos los seres humanos tienen "derecho a tener derechos".