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Presidente de El Salvador está sobre una mina de oro: M.Margolis

De los muchos forasteros que han surgido en la política latinoamericana en los últimos tiempos, el joven Nayib Bukele se destaca. El presidente electo de El Salvador tiene 37 años, prefiere vestir jeans y chaquetas de cuero, y usar Facebook Live para conferencias de prensa. Tras vencer a los aspirantes del duopolio del partido que ha controlado la política nacional durante 30 años, denominó su victoria como "la destrucción del bipartidismo" y un punto de inflexión nacional. "Los salvadoreños est

Nayib Bukele
Nayib Bukele | Cedoc

De los muchos forasteros que han surgido en la política latinoamericana en los últimos tiempos, el joven Nayib Bukele se destaca. El presidente electo de El Salvador tiene 37 años, prefiere vestir jeans y chaquetas de cuero, y usar Facebook Live para conferencias de prensa. Tras vencer a los aspirantes del duopolio del partido que ha controlado la política nacional durante 30 años, denominó su victoria como "la destrucción del bipartidismo" y un punto de inflexión nacional. "Los salvadoreños estaban enojados con sus políticos", explicó Giancarlo Morelli, analista de la Economist Intelligence Unit. "Y aquí está este tipo que parece ser un líder del siglo XXI, que habla de la cuarta revolución industrial".

Por más alentador que sea, El Salvador también tendrá que llegar al siglo XXI. Si bien el final de la guerra civil en 1992 despejó el camino para la reconciliación nacional, la apertura económica y el crecimiento robusto, siguen existiendo desgracias familiares que ni las redes sociales ni los grandes discursos pueden solucionar.

El gasto público crónico perjudica a la economía, que aún espera importantes mejoras a una ley de responsabilidad fiscal que languidece. Con un expresidente en la cárcel por malversación y otro prófugo, la corrupción abunda. De ahí el discurso de Bukele de invitar a investigadores internacionales para que ayuden a su país a procesar a funcionarios corruptos. Si se mantendrá resuelto en el caso de que los cazadores de corrupción importados miren a su propio gobierno, como lo hicieron en Guatemala y Honduras, es otro asunto.

Y si bien ya terminó la guerra fría centroamericana, la violencia se ha disparado, y ya no es fomentada por guerrilleros ni hombres fuertes militares, sino por pandillas criminales con conocimiento digital, que florecen en los puntos ciegos del aparato de seguridad del Estado, uno de los grandes motores de la migración.

Bukele, de manera prometedora, contrarrestaría estos problemas y más aprovechando la tecnología y el big data. "Su manifiesto de seguridad invocó las palabras ’nueva tecnología’ más de 17 veces", señaló Robert Muggah, experto en seguridad pública del Instituto Igarapé, en Río de Janeiro. Sin embargo, Bukele heredará una burocracia que, de muchas maneras, aún funciona de manera analógica. "El estado recopila muchos datos, pero los departamentos no están acostumbrados a compartirlos para políticas públicas", dijo Morelli. "Tienes empleados del gobierno que nunca han trabajado en la nube".

Uno de los mayores desafíos de El Salvador recibió poca atención durante la campaña: cómo aprovechar al máximo su demografía desafiante. Al igual que Guatemala y Honduras, El Salvador se ha convertido en un exportador de personas. Al menos uno de cada cinco salvadoreños vive fuera del país, una tendencia que se lamentó como una hemorragia de juventud y energía. Sin embargo, ese lamento puede ser miope.

Los migrantes salvadoreños devuelven una fortuna en moneda fuerte: aproximadamente el 22 por ciento del Producto Interno Bruto se debe a las remesas de emigrantes, y la entrada de efectivo está creciendo en alrededor del 10 por ciento al año, según el economista Manuel Orozco, especialista en remesas en la Oficina Interamericana. Diálogo. Eso es fundamental en una tierra donde el capital es escaso y los préstamos son caros. La mayoría de los formuladores de políticas y los expertos internacionales se preocupan por el capital humano perdido en la emigración. En su lugar, deberían preocuparse por cómo hacer funcionar esos recursos despilfarrados.

"El gobierno debe dejar de ver la migración como un problema y pensar que su finalización mejorará a El Salvador y mejorará las relaciones con Estados Unidos", me dijo Orozco.

Al hacer un mejor uso de las remesas, el gobierno podría abordar su emergencia fiscal a corto plazo y aprovechar una gran cantidad de dinero para el desarrollo. Sin embargo, primero los salvadoreños necesitan repensar algunos aspectos económicos.

"Existe la suposición de que la falta de crecimiento está relacionada con la inseguridad, pero El Salvador ha tenido un crecimiento lento crónico durante todo el período de la posguerra", señaló Orozco. "El crecimiento que hemos visto se debe en gran medida a las remesas". Su investigación indica que uno de cada tres hogares recibe remesas de US$1.000 al año en promedio, por un total anual de alrededor de US$800 millones.

Aunque parte de ese dinero va directamente al consumo, la mayoría se escurre ineficientemente, debido a la gran cantidad de salvadoreños no bancarizados que trabajan en la economía informal.

Esa es una oportunidad perdida para El Salvador, donde el sector bancario cauteloso favorece los préstamos a compañías más grandes. "Tres cuartas partes de las empresas del país están en el sector informal, lo que significa que no pagan impuestos", indicó Orozco. "El Salvador es tan pequeño que debería poner crédito en todas partes, no solo en grandes compañías de capital".

Reequipar el mercado crediticio para recoger a los grandes no bancarizados es difícil, pero Bukele ignora ese desafío a su propio riesgo. Las investigaciones muestran que las naciones centroamericanas que formalizan el ahorro tienen solo la mitad de probabilidades de ver migrar a sus poblaciones.

Avanzar en ese objetivo sería una victoria del siglo XXI para el nuevo presidente de El Salvador, su economía en dificultades y sus relaciones desconcertantes con los posibles constructores de muros en el norte.