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Opinión

Venezuela necesita que EE.UU. se mantenga lejos

Cuando Chávez murió de cáncer el 2013, hubo un breve momento de esperanza de que su muerte daría paso a un conjunto de políticas más racionales bajo su sucesor, Nicolás Maduro. En lugar de eso, la espiral descendente se aceleró.

President Nicolas Maduro Holds Final Campaign Rally Ahead Of Venezuelan Elections
President Nicolas Maduro Holds Final Campaign Rally Ahead Of Venezuelan Elections | Bloomberg

Cuando serví como comandante del Comando Sur de Estados Unidos, mi primera asignación de cuatro estrellas, visité cada país y territorio de América Latina, excepto Venezuela. Al final de la primera década del siglo XXI, el presidente venezolano Hugo Chávez había destruido las relaciones con EE.UU., quebrado la economía del país y polarizado a su electorado.

Las muertes por violencia se dispararon, alcanzando niveles 10 veces superiores a los de EE.UU. y 50 veces más altos que Europa Occidental. La abundancia de petróleo de la nación se convirtió en una maldición, ya que la corrupción mermó la producción de los campos que contienen las mayores reservas del mundo. Y el tráfico de drogas se convirtió en endémico. Era una situación lamentable para un país que heredó el legado de Simón Bolívar, el gran libertador.

Cuando Chávez murió de cáncer el 2013, hubo un breve momento de esperanza de que su muerte daría paso a un conjunto de políticas más racionales bajo su sucesor, Nicolás Maduro. En lugar de eso, la espiral descendente se aceleró, y hoy un país que debería ser el más próspero de la región —un "Dubái en el Caribe"—se encuentra en medio de una masiva crisis de refugiados.

Cerca de 4 millones de venezolanos, de una población de poco más de 31 millones antes de la crisis, han huido del país.

Los centros de refugiados en los países circundantes están desbordados, y Colombia y Brasil en particular están luchando para hacer frente a la llegada de venezolanos.

Y las relaciones con EE.UU. han empeorado, al punto que el presidente Maduro acusó recientemente a EE.UU. de estar preparando una invasión y tratando de orquestar un golpe de estado para derrocar a su gobierno. También acusa a Washington de apoyar su supuesto intento de asesinato con un ataque con drones el 4 de agosto.

¿Qué puede hacer EE.UU. ante esta crisis política, económica y, sobre todo, humanitaria?

Primero, la administración de Donald Trump necesita evitar cualquier cosa que huela a acción militar unilateral de EE.UU. Lo que aprendí durante los años en el Comando Sur es lo profundamente arraigada que está en toda la región la preocupación sobre el intervencionismo histórico de EE.UU.

Incluso las naciones que hoy son fuertes socios y aliados —Chile, Argentina, Brasil y Colombia— están plenamente conscientes de nuestro largo historial de invasiones e intromisiones en sus sociedades. Son hipersensibles al ejército estadounidense en particular, y a cualquier otra cosa que parezca acoso político o económico de EE.UU. Por lo tanto, además de dejar pasar cualquier oportunidad de respaldar golpes militares (y probablemente se recurre con frecuencia a la CIA), la Casa Blanca debería tratar de trabajar multilateralmente, de preferencia a través de la Organización de Estados Americanos y las Naciones Unidas.

En segundo lugar, deberíamos aumentar nuestro nivel en términos de generación de inteligencia. El Comando Sur es a menudo la hermana pobre entre los nueve comandos de combate de EE.UU. en términos de acceso a recursos del Departamento de Defensa. El tiempo de enfoque de satélites, las misiones de vigilancia aeronáuticas y navales, la inteligencia humana y el ciberespionaje son prioridades del Comando Central (para Irán y Siria) y el Comando Pacífico (para Corea del Norte y China). Esa normalmente es una precedencia razonable, pero dado el nivel de inestabilidad y los flujos de refugiados, es hora de aumentar la prioridad para la organización de inteligencia del Comando Sur con sede en Miami. También deberíamos alistar a Colombia, ya que ningún aliado tiene mejor inteligencia en terreno en la región, particularmente en Venezuela.

Un tercer enfoque sensato sería intensificar la cooperación entre las agencias, especialmente para anticiparse a posibles crisis humanitarias. Esto significa no solo el Pentágono, que tiene todo el poder logístico, sino también la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, el Departamento de Estado y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Usar la Bahía de Guantánamo (sí, esa Bahía de Guantánamo) como área de preparación para operaciones humanitarias tiene sentido, y el Departamento de Defensa ya tiene planes de contingencia formales para hacerlo. Existen áreas previamente constituidas para albergar refugiados, suministros humanitarios y mucha experiencia. Aunque los estadounidenses tienden a pensar en la base como un centro de detención, también tiene un enorme valor estratégico para la logística regional y la asistencia en desastres.

En cuarto lugar, debemos alentar a Brasil y Colombia a unir fuerzas política y militarmente como la base de una fuerza multinacional de control de refugiados. La capacidad civil de los países de la región se está viendo sobrepasada rápidamente, y los ejércitos pueden desempeñar un rol apropiado en términos de búsqueda y rescate, control de masas, respuesta médica y entrega de alimentos básicos y refugio. Deberíamos esperar que otras naciones de la región (tanto en el norte de América del Sur como en el Caribe) se sumen. En ese punto, cuando se trata de una respuesta regional legítima, tendría sentido que EE.UU. participara.

Hacerlo tan pronto simplemente le da al régimen de Maduro un punto de conversación sabroso sobre la "agresión Yanqui".

Finalmente, vamos a necesitar una estrategia a largo plazo que resuelva el caldero hirviente de ira en Venezuela, que se está acercando a territorio de una guerra civil. Eso significa apoyar pacientemente a otros actores regionales para forzar al régimen de Maduro a la mesa de negociaciones con la oposición, la que desgraciadamente en este momento está fracturada.

Idealmente, con el tiempo, el pueblo venezolano podría ir a las urnas legítimamente y elegir el tipo de liderazgo que necesitan y merecen: uno que respete los derechos humanos, permita elecciones democráticas que se puedan corroborar y carezcan de corrupción, y utilice un enfoque de libre mercado para explotar los vastos recursos de la nación. Estamos muy lejos de eso, pero una estrategia sistemática y paciente de EE.UU. en la región puede llévanos hasta allá.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial de Bloomberg LP o sus dueños.