CIENCIA
pablo de leon, ingeniero aeroespacial

El argentino que crea trajes espaciales y un hábitat para vivir en Marte

Nació en Cañuelas, tiene 52 años y trabaja para la NASA. Busca diseñar una vivienda para los astronautas que vayan al planeta rojo en 2030.

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Experto. Pablo de León desarrolló con un subsidio de la NASA dos trajes espaciales. Los prototipos superaron rigurosas pruebas en EE.UU. y la Base Marambio. | Gza. De Leon/ universidad Dakota
A simple vista, quizás muchos lo confundirían con un oficinista o tal vez con un empleado bancario, pero lo cierto es que el hombre que está sentado en la pizzería, comiendo una porción de muzza y hablando de películas de ciencia ficción danesas y rusas con erudición de cinéfilo, tiene una profesión que por estos pagos puede llegar a sonar excéntrica: es ingeniero aeronáutico y experto en trajes espaciales. Se trata de Pablo de León, el argentino que está desarrollando para la NASA el prototipo de hábitat en el que vivirán los astronautas que vayan al planeta rojo en 2030.

De León nació en Cañuelas, provincia de Buenos Aires, en 1964 y estudió en la International Space University, donde tuvo una beca completa. En su laboratorio de la Universidad de Dakota del Norte realizó junto a su equipo dos prototipos de trajes espaciales: el NDX-1 para la superficie de Marte y el NX-2 para la Luna. En 2009 comenzó a estudiar cómo aplicar la tecnología de los trajes en la construcción de hábitats, y hoy desarrolla para la NASA la primera base para vivir en Marte. En un viaje relámpago a Buenos Aires, adonde vino casi “de incógnito”, habló con PERFIL sobre sus comienzos, los desafíos de la formación científica y el Arsat 3 (ver recuadro).
—¿De dónde viene este interés por lo aeroespacial?
—Desde chico, siempre me interesó. Aparte voy a cumplir 53 años, con lo cual viví durante los 60 la época de oro del programa espacial, donde todo en la TV tenía que ver con el espacio: los vuelos de Gemini, la preparación del programa Apolo, El lagarto Juancho. Estaban Los Supersónicos, y pensábamos que cuando llegara el 2000 íbamos a estar con los cohetes volando por el cosmos, con robotinas. Ese era el futuro, lo que iba a ocurrir. Nadie se podía imaginar que el futuro iba a ser tener Facebook.
—¿Llegás entonces a través del cine y la TV?
—Sí, después empecé a ir a la Biblioteca Nacional Aeronáutica, en la calle Paraguay al 700. Y cuando llegaba tenía que esperar dos horas por la gran cantidad de pibes que había sentados en la biblioteca. Pero vas ahora y está vacía: no va ni el loro, nadie. Entonces, ¿cómo pudo ser que en treinta y pico de años cambiara tanto el deseo de lo que la gente quería hacer con su vida?
—En tu caso, ¿siempre lo tuviste claro?
—Sí, siempre me gustó esto y después a base de persistencia logré algunas cosas. Pero ahora cambiaron los tiempos. En otras épocas vos querías estudiar y tener una profesión que tuviera que ver con algo práctico. Yo de chico no conocí a nadie que quisiera ser abogado o que quisiera ser contador. Todos querían ser ingenieros, técnicos, mecánicos, profesores: gente que dejara algo útil a la sociedad. Ahora no lo ves mucho.
—Países como EE. UU. fomentan más esas profesiones.
—Sí, EE.UU. fomenta mucho más lo espacial, lo científico y lo tecnológico en general: lo esponsorea. Mis estudiantes, que ya están en nivel de maestría o doctorado en estudios espaciales, reciben un subsidio y no tienen que pagarle nada a la universidad por estudiar, algo que allí es una cosa extrañísima, porque una universidad te sale US$ 60 mil por año. Esas subvenciones, esas facilidades para que estudien y se preparen acá son más difíciles de conseguir. Al pibe que estudia ingeniería aeronáutica en Haedo, que se tiene que tomar el tren hasta la loma del peludo, nadie le paga para estudiar. Con una beca vos podés liberar tu mente de los problemas económicos, y no tenés que ir a trabajar y después irte a la UTN a terminar la clase a las 23.45.
—Pero más allá de todo esto, ¿viste algún avance en los últimos años?
—Hubo mejoras. Lo que pasa es que hay tipos que desde hace treinta años están estudiando la sexualidad de la mosca Drosophila porque no hay un sistema donde se evalúe al investigador en función de cuál es su aporte a la sociedad. Vos hacés cosas, presentás los papelitos y listo. No hay un sistema de evaluación donde vos digas “bueno, el producto que este tipo hizo, el servicio que este tipo desarrolló, ¿trajo algún beneficio a la sociedad?”. Entonces tenés que tener un sistema de méritos.
—Acá hay un tema con la palabra “méritos”...
—Bueno, pero sin mérito no funciona una sociedad. Estoy en contra del capitalismo acérrimo, pero tiene que haber un sistema que haga que la gente que labura y que hace buenas cosas se distinga de alguna manera de los que no hacen nada. Si no, ¿qué ejemplo estás dando a la sociedad?