CIENCIA
sebastian lipina, psicologo

“La pobreza impacta en el cerebro, pero el fenómeno se puede revertir”

El director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (Cemic- Conicet) asegura que hay estrategias cognitivas que pueden atenuar los efectos de la desnutrición.

Compromiso. Lipina cree que las políticas deben pensarse de manera intersectorial.
Compromiso. Lipina cree que las políticas deben pensarse de manera intersectorial. | Néstor Grassi

Según el último informe del Barómetro de la Deuda Social Argentina, elaborado por la Universidad Católica Argentina, 13 millones de habitantes se encuentran en situación de pobreza. Esta realidad golpea más fuerte en la infancia: dos de cada diez niños presentan una situación de hambre. El problema, complejo, requiere un abordaje interdiscplinario y, en este sentido, las neurociencias tienen mucho para aportar.

¿Cómo afecta la pobreza en el desarrollo cognitivo y emocional? Esta es la pregunta que el psicólgo e investigador del Conicet Sebastián Lipina intenta responder como director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (Cemic-Conicet). Dos décadas de investigación que resume en su reciente libro, Pobre cerebro (Siglo XXI).

La pobreza no es natural. Es un problema que crean los seres humanos por las maneras en que nos organizamos en forma económica y social. Aquellas sociedades en el mundo que han logrado la equidad no tienen problemas de pobreza”, sostiene Lipina. El profesor de la Universidad de San Martín propone una suerte de agenda neurocientífica de la pobreza. “Por lo general, hay un divorcio entre lo académico y lo político. Uno de los problemas que padecemos es que no podemos crear continuidad porque estamos cortos de vista, no pensamos en solidaridad y equidad. Las políticas no se piensan de manera intersectorial. Creo que habría que empezar a generar debates en donde estén representados los diferentes sectores que se ocupan del problema”.

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—¿Cómo impactan las privaciones nutricionales y ambientales en el cerebro?

—Tanto la pobreza como el desarrollo cognitivo son fenómenos muy complejos. A nivel cerebral, la cognición es el resultado de un montón de fenómenos moleculares, celulares, de activaciones neurales, etc. Durante ese armado del sistema nervioso y de sus resultantes comportamentales, cognitivos y emocionales, ese sistema requiere insumos. Si no hay energía, si no hay nutrición, si no hay ladrillos fundamentales; no se construye igual. Una privación material a través de la falta de nutrientes específicos en determinados momentos del desarrollo puede hacer que esa estantería se construya de manera deficiente. Pero las privaciones no necesariamente generan fenómenos deficitarios crónicos, justamente por las características del sistema nervioso, que es muy plástico, que se puede recuperar y que puede compensar algunos fenómenos de privaciones.

—¿Qué se conoce hoy?

—Sabemos que el hierro es necesario que esté presente entre la segunda mitad de embarazo y el primer año de vida. Por eso hay suplementación a nivel de políticas públicas. Si falta el hierro, probablemente haya cosas que no se armen bien en el sistema nervioso y generen consecuencias a largo plazo. Eso no significa que esa persona sea un débil mental o no se pueda incluir. Significa que tendrá ciertas dificultades. Pero por otro lado, no sabemos cuáles son esos períodos para el resto de los nutrientes. La desnutrición o malnutrición no es uniforme, no sabemos cómo se da en todos los casos. Si bien es muy importante la nutrición al inicio de la vida, no hay una manera simple de decir que si te faltó una cosa, te va a pasar otra para el resto de la vida. Hay fenómenos de reversibilidad y de irreversibilidad que debemos comprender aún. El peligro es hablar antes de conocer esa evidencia.

—¿Qué puede aportar la neurociencias al problema?

—La neurociencia debe ser escuchada por otras disciplinas. En las dos últimas décadas hay evidencias de que puede llegar a ser muy útil para saber qué le pasa a un individuo cuando está deprivado. Por ejemplo, el impacto del estrés o los fenómenos epigenéticos. Hasta hace muy pocos años se pensaba que lo que uno heredaba de sus genes era fijo para toda la vida. Hoy en día la biología molecular ha avanzado mucho y nos muestra que en realidad las intervenciones ambientales a través de la educación o la crianza pueden generar cambios epigenéticos que modifican, por ejemplo, la manera que tu sistema de regulación del estrés funciona. Y eso empieza desde la panza.


Experiencias de aprendizaje

En la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic-Conicet, Sebastián Lipina y su equipo trabajan para intentar comprender los mecanismos por los cuales la pobreza influye sobre el desarrollo autorregulatorio: no sólo lo cognitivo, sino lo emocional y el aprendizaje. “Nos interesa comprender cómo distintos chicos atraviesan las experiencias de crianza y aprendizaje para saber qué aspectos debemos tener en cuenta y ofrecer a la experimentación distintos tipos de prácticas de la enseñanza de acuerdo con las características de los chicos. Queremos diseñar intervenciones experimentales para saber si tales chicos que viven en determinado contexto, con una cultura que los excluye de tal manera, se benefician de una enseñanza que tenga X características”, explicó el profesor de la Universidad Nacional de San Martín. Otras de sus investigaciones se centran en innovar en procedimientos técnicos de evaluación del desarrollo infantil interdisciplinaria y en desarrollar nuevos algoritmos.