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A confesión de partes...

El torcido proceso de nombramiento de directores de Museos Nacionales siguió impertérrito su curso, pese a las impugnaciones en varios casos puntuales, como es el caso del Museo Casa Ricardo Rojas.

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El torcido proceso de nombramiento de directores de Museos Nacionales siguió impertérrito su curso, pese a las impugnaciones en varios casos puntuales, como es el caso del Museo Casa Ricardo Rojas. La ganadora, Sra. María Laura Mendoza, fue colocada en la terna de los mejores calificados para ocupar ese sitio por un jurado integrado por el Sr. Gonzalo Aguilar, la Sra. Teresa Anchorena y el Sr. Américo Castilla.

Luego el ministro, Sr. Pablo Avelluto, no tuvo sino que elegir a la candidata que más lo entusiasmaba desde el comienzo del proceso (que se suponía anónimo) por sobre los otros dos ternados, que estaban allí sólo para legitimar un trámite inverosímil.

La elección sorprendió a la comunidad filológica y museológica, porque la Casa Ricardo Rojas es un lugar muy específico, con tareas que requieren un fluido dominio sobre la obra del fundador de la literatura argentina y de su pedagogía, latinoamericanista, folclorista notable y cultor del criollismo. Los títulos y antecedentes más importantes de la Sra. Mendoza son un doctorado en Ocio (Universidad de Deusto) y docencia en Marketing del Patrimonio en la UBA.

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Mucho más consciente de sus limitaciones para ocupar el cargo para el cual el jurado que la evaluó le otorgó una calificación tan descollante, la Sra. Mendoza salió a buscar un bacheo de saberes como para disimular un poco la arbitrariedad de su nombramiento.

La mala suerte o su ignorancia la llevaron a golpear la puerta de la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos con sede en Untref, donde trabajan conocedores en profundidad de la obra de Ricardo Rojas e, incluso, uno de sus competidores en el sospechado concurso que ganó. A ella no le interesaba aprobar los cursos (“Yo soy doctora”) sino escuchar las clases. “Yo no sé nada de literatura”, dijo. “Nada de nada”, repitió ante la perplejidad del secretario académico de la maestría a quien le pedía consejo.