COLUMNISTAS
LOS NUEVOS VOCEROS OFICIALES

A la derecha de la pantalla

Osvado Cornide, su tocayo Papaleo y el ministro Amado Boudou son tres caras del giro del Gobierno hacia el costado ideológico que jura combatir.

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Hay tres características negativas que el Gobierno ha intensificado en los últimos días: el vaciamiento de la palabra, la degradación por derechización de sus voceros y el aislamiento político.

La liviandad con que los Kirchner usan y abusan de términos como “dictadura” y “delitos de lesa humanidad” sólo se explica por la utilización oportunista de un tema sagrado por el que jamás movieron un dedo en Santa Cruz. No se trata solamente de la fe de los conversos de aquellos que “hacían usura mientras a mí me buscaban para cortarme en pedacitos”, como denunció Miguel Bonasso. Es casi un monumento al doble discurso que levanten el dedito acusador aquellos que jamás presentaron ni un habeas corpus como abogados y que, como gobernantes provinciales, no organizaron ni una misa un 24 de marzo en homenaje a las víctimas. Sin embargo, hoy Néstor K habla de “dictadura mediática” y el staff de Cristina monta una superproducción por cadena nacional para quebrar al Grupo Clarín, donde se ve que hay de todo menos un crimen de lesa humanidad. Hasta Horacio Verbitsky, a quien nadie podrá acusar de opositor, con honestidad intelectual reconoció que en el informe de los “reformadores del Indec (...) tipeado con los guantes de box puestos” no aparecen evidencias demasiado concretas para semejante acusación, única que le da carácter de imprescriptible a una situación ocurrida hace 33 años.

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Dos peligros se ciernen sobre el mundo de los que sí lucharon por la aparición con vida de los desaparecidos y contra el terrorismo de Estado: manipular el tema como un arma de castigo político para los no alineados con el Gobierno y bastardear palabras que se deben manejar con una precisión de cirujano. Si se iguala para abajo y una actitud autoritaria es caracterizada de dictadura o cualquier apriete es denominado como tortura o como delito aberrante, se pierde solidez histórica en conceptos que han funcionado hasta ahora como pilares en los juicios contra los genocidas de Videla y compañía. En todos los documentos presentados por el Gobierno y en todas las declaraciones judiciales de los Papaleo y los Graiver no aparece un solo mecanismo que pueda adquirir esa dimensión en la operación de traspaso de las acciones de Papel Prensa.

Consciente de esa realidad, Alberto Fernández (co-fundador del kirchnerismo, al igual que Bonasso) dijo: “A la Presidenta no hay que ponerla a decir cosas que después son difíciles de probar. Se construyó una historia que yo jamás escuché en 27 años de democracia”.

Los Graiver y los Papaleo fueron víctimas feroces del terrorismo estatal, pero una vez que fueron secuestrados y desaparecidos. Eran tiempos en que todos los argentinos, según Eduardo Galeano, nos dividíamos en cuatro: “los encerrados, los desterrados, los aterrados y los enterrados”.

La credibilidad de la palabra no sólo está en la rigurosidad de la información utilizada, sino en la boca de quien la expresa. Estela de Carlotto o Eduardo Luis Duhalde en los temas de violaciones a los derechos humanos tienen autoridad moral y consecuencia histórica. En su afán por defender al Gobierno tal vez puedan exagerar un concepto más que otro o potenciar la importancia de un caso. Pero se construyeron a sí mismos como portadores de una identidad suficiente como para que sus dichos tengan la fuerza de las verdades (o no mentiras). Podrá gustar o no lo que dicen y hacen, pero hablan desde el mismo lugar que hace más de tres décadas.

Por el contrario, el Gobierno adquirió como nuevos voceros en tres temas claves a Osvaldo Papaleo, Osvaldo Cornide y Amado Boudou, entre otros que no tienen una sola vela prendida en el altar del progresismo argentino. Papaleo, antes de ser víctima de los militares fue funcionario de Isabel Perón - José López Rega, etapa histórica que abre llagas de horror en la piel de toda la centroizquierda democrática y la militancia revolucionaria.

Los carapintadas de Aldo Rico y Seineldín, en sus alzamientos contra la democracia, contaban con empresarios amigos que solían hacerles algún aporte económico: entre ellos estaba Osvaldo Cornide, el mismo que, según reveló el periodista Maximiliano Montenegro documentación en mano, fue pieza activa en el lock-out patronal que abrió las puertas para el desembarco del golpismo de Videla, Massera y demás cómplices. Encima, un año después del asalto al poder, cuando se producía el pico de secuestros y desapariciones, Cornide publicó una carta de felicitaciones a los uniformados. Nadie puede asegurar si la actual obediencia de Cornide al matrimonio K tiene algo que ver con un fondo de 12 millones de pesos para capacitación de empleados que recibe la entidad que preside.

En el caso del ministro Boudou, su sobreactuación ha generado ironías entre kirchneristas de la primera hora, del tipo “más falso que Boudou cantando la marchita”. Su impostado lenguaje combativo, en las antípodas de su histórica pertenencia a la ortodoxia liberal, lo dejaron peligrosamente al borde del ridículo, único lugar del que, según Juan Perón, nunca se vuelve. Amado escribe su propia película Diario de motocicleta, como la del Che pero a bordo de una Harley Davidson.

Con estos y otros casos, los Kirchner confirman que se ven a sí mismos como una suerte de río Jordan que purifica hombres e ideas. Si Raúl Otacehé en Merlo sigue usando la violencia para patotear progresistas (del partido de Sabbatella o el de Victoria Donda, por citar dos) como en sus mejores épocas y no los deja ni pegar un afiche en las paredes, es un militante nacional y popular que banca a Cristina. Si los empresarios acompañan con verticalismo y se subordinan a las órdenes de Guillermo Moreno son integrantes de la burguesía nacional que banca el proyecto K junto a los trabajadores y los estudiantes. Si los jueces “exprés” resuelven rápidito que no hay nada que investigar en el enriquecimiento geométrico de Néstor y Cristina es porque hacen lo que deben y merecen ser premiados o protegidos por el Consejo de la Magistratura.

Esa es la lógica que articula el Gobierno nacional, y por eso casi no pueden respirar sin polarizar y descalificar al mismo tiempo. Dicen que hasta ahora no les ha ido mal con ese criterio de la elección permanente del enemigo. Que el odio es un motor poderoso de la historia y que la guerra popular y prolongada los mantendrá en acción hasta el último día de su mandato. Hay que reconocer que, en eso, tienen razón.