COLUMNISTAS
el gobierno y el campo

A todos les conviene un acuerdo

El campo –el sector agropecuario– redefinió la política argentina desde hace precisamente un año. Hasta entonces, la sociedad venía más bien a la expectativa; desde entonces, está planteando demandas.

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El campo –el sector agropecuario– redefinió la política argentina desde hace precisamente un año. Hasta entonces, la sociedad venía más bien a la expectativa; desde entonces, está planteando demandas. La ciudadanía ya estaba relativamente alineada en tres heterogéneos conjuntos de votantes: los pro Kirchner, los anti Kirchner y los del medio; ni demasiado ni demasiado poco de lo uno y de lo otro. Hasta hace un año, las razones para estar de un lado o de otro o eran difusas o eran poco consistentes; el campo ayudó a definirlas.

Es cierto que ya durante 2007 otros temas habían hecho lo suyo para definir a muchos ciudadanos. La inflación fue el más decisivo, porque inició el desgaste del gobierno de Néstor Kirchner en su último semestre y siguió desgastando al de Cristina desde su inicio. Pero el campo fue más definitorio aun. El campo sacó a la gente a la calle masivamente, puso por primera vez al Gobierno enfrentado a la sociedad, generó una oportunidad para que el Congreso pudiese actuar con independencia, permitió a los dirigentes del mosaico opositor encontrar y comunicar algunas coincidencias, y levantó por primera vez disensos explícitos en la dirigencia oficialista. El campo catapultó un cambio político.

De la misma manera que estaba ocurriendo con el tema de la inflación, el Gobierno redobló su apuesta, siguió por el camino emprendido y denostó a ese adversario como había denostado a otros antes. Sólo que esta vez el adversario disponía de un enorme consenso social en su respaldo, y se trataba de un adversario del que depende en mayor medida que de ningún otro sector productivo la economía del país. El Gobierno, contra su voluntad, pasó a la defensiva y fue aislándose de la sociedad. Un oficialismo a la defensiva y aislado dispone de un poder debilitado. Eso le ocurrió a Kirchner, se debilitó su liderazgo.

El sector agropecuario, sin buscarlo, se encontró en el núcleo central de los engranajes de la política nacional –y en muchos distritos, de la provincial–. El conflicto con el Gobierno hizo posible la emergencia de un liderazgo sectorial encarnado en la Mesa de Enlace, que tuvo la capacidad de postergar diferencias en muchos aspectos para sustentar una visión común de lo que se estaba demandando. Esa dirigencia supo eludir las tentaciones de politizar el conflicto y traducirlo a términos de posiciones partidarias.

Así están jugadas las cosas ahora. Las preguntas más acuciantes se refieren a si habrá o no un acuerdo entre el Gobierno y el campo, y en qué consistirá. Otras cosas pueden pasar. Es esperable que, de llegarse a un acuerdo, el Gobierno busque capitalizarlo; y es igualmente esperable que las fuerzas opositoras traten de hacerlo. Caminando por esa difícil cornisa, los dirigentes del agro buscan instalar sus problemas en el Congreso, donde encuentran un terreno fértil para sus demandas y donde saben que cuentan con más apoyo del que surge de los discursos de los legisladores. Y al Gobierno, obviamente, eso no le gusta.

Una visión limitada de la situación parece concluir que al Gobierno le conviene alcanzar un acuerdo que destrabe la producción y comercialización agropecuarias y que a la oposición le convendría obstaculizarlo, para capitalizar el fracaso del Gobierno. Pero no es así. A todos les conviene un acuerdo, aun si éste es limitado e incompleto. Si la producción se destraba, la economía argentina se beneficia toda. Tarde o temprano, el Gobierno nacional podría capitalizarlo en alguna medida, y los dirigentes que han tratado de facilitar los acuerdos, también. El cálculo de ganancias y pérdida políticas no es realmente fácil, sobre todo antes de que las cosas ocurran.

Al Gobierno, por cierto, le conviene tranquilizar a sus propias filas y frenar el drenaje de dirigentes del justicialismo que no pueden sobrellevar este conflicto sin altos riesgos en sus propias bases. A todos les conviene llevar las cosas a donde estaban antes de marzo del año pasado; al país todo eso le conviene. Quién ganará y quién perderá votos debería ser visto como un tema subsidiario, porque es secundario, y porque nadie puede estar seguro de que, haciendo o no haciendo algo, está ganando o perdiendo votos.

*Sociólogo.