COLUMNISTAS
RECUPERAR LA PROFESION

¿Acaso no éramos periodistas?

El 21 de agosto de 1944 el periódico Combat apareció por primera vez públicamente en los quioscos de la París recién liberada de los nazis.

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Camus. Algunos de los textos memorables que deben ser repasados en estos tiempos. | CEDOC

El 21 de agosto de 1944 el periódico Combat apareció por primera vez públicamente en los quioscos de la París recién liberada de los nazis. Antes había resistido duramente desde la clandestinidad. Había nacido en Lyon hacia 1941, con una tirada de 10 mil ejemplares y dirigido por André Bollier, quien murió a los 24 años, el 8 de marzo de 1944, tras ser capturado y torturado por los nazis. Tiempo antes el periódico pasó a ser dirigido por Albert Camus, símbolo moral del siglo XX y de todos los tiempos. Junto a él estaba Emanuel Mounier, padre del personalismo, filosofía que pone el acento en el valor y la libertad de la persona.

Camus escribía los editoriales. En uno de ellos decía: “Un país vale lo que vale su lenguaje”. De ahí, insistía, la responsabilidad periodística e intelectual de no manipularlo ni vaciarlo. Pensaba que honrando al lenguaje se educa a un país, y le decepcionaba ver que la mayoría de sus colegas buscaba “agradar antes que educar”. Ante quienes justificaban la irrupción de la prensa basura (amarilla, oportunista, arribista, camaleónica, disponible al mejor postor) y decían que eso era lo que el público quería, Camus respondía: “El público quiere lo que le enseñan a querer”. Razón por la cual proponía ofrecer “energía en lugar de odio, objetividad en lugar de retórica, humanidad en lugar de mediocridad”. Y en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, el 10 de diciembre de 1957, dijo: “Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión”.

Esos textos memorables, como tantos del autor de El extranjero, La peste, Los justos, El hombre rebelde y El mito de Sísifo, merecen ser repasados en estos tiempos del periodismo argentino. Tiempos de posverdades (modo falaz de llamar a la mentira), de militancias que se anteponen al profesionalismo, de grietas que obnubilan la razón. Tiempo de penosos espectáculos, como el ofrecido en la entrega de los Martín Fierro a la labor radial, y en los que antes que discutir con quienes piensan diferente se ataca a las personas ofreciendo groseros insultos y ningún argumento contrapuesto.

En mi caso, y en el de varios colegas junto a los cuales crecí, así como el de otros a quienes admiré y de quienes aprendí, me entregué todavía adolescente a esta profesión porque amaba (y amo) la palabra y la posibilidad de expresar a través de ella el pensamiento crítico, el que compara, reflexiona, duda, evalúa, discierne, explora ángulos en principio inadvertidos y llega a conclusiones siempre falsables, como decía el gran filósofo austríaco Karl Popper hablando de la ciencia. Es decir, conclusiones que siempre pueden ser desplazadas si se demuestran erróneas o mejorables.

Quizás resulte ingenuo en estos días, y en pleno campo de batalla, proponer una recuperación de los fundamentos de la profesión. Recordar que debemos honrar la palabra, cuidarla, pulirla, convertirla en un símil del arco del violinista, que extrae del instrumento sonidos hermosos y verdaderos. La palabra expresa modos de pensar, crea conductas y, al decir de Gandhi, esas conductas acaban por ser identidad y destino. Conviene recordarlo en tiempos en que tantos periodistas hablan cada vez peor (mucha puteada barata, mucho insulto, mucho chiste fácil, mucho divertimento en lenguaje adolescente, exceso de autorreferencia narcisista, poco desarrollo de argumentos) y, además, empobrecen su escritura. Duele decirlo, pero mucho más duele leerlos y escucharlos. De los dos lados de la grieta, la profesión ve empobrecidos sus instrumentos, su función y su razón de ser. Una oportunidad para volver a Camus y a los que como él enseñaron (y enseñan) a honrar la profesión y la palabra, este bendito y maltratado don que es, junto con el pensamiento, nuestro salvoconducto en tiempos difíciles.

*Periodista y escritor.