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gobernadores que van por otro mandato

Aguantadero

¿Por qué 16 gobernadores quieren seguir al frente de sus provincias? ¿Nunca les alcanza el tiempo?

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Ejemplo riojano. El gobernador Sergio Casas, uno de los que hacen cualquier cosa para quedarse. | redes sociales

Para esto no se pelearon centralistas y provincianos en el siglo XIX. Sus enfrentamientos no significaron solamente ambiciones personales; invocaban cuestiones institucionales, que no siempre eran pretextos para conservar el poder o alcanzarlo. Al reconocer los derechos de las provincias, los constituyentes de 1853 quisieron debilitar el localismo autoritario y feudal, que no ha perdido fuerza en el siglo XXI. En ocasiones, parece que esta larga historia hubiera transcurrido en vano. Las peleas políticas siguen impulsadas por una avidez revestida con “principios” y causas nobles. La semana pasada, 16 gobernadores vieron coronados sus esfuerzos reeleccionistas. Entre ellos, el fabuloso Gildo Insfrán, que va por el noveno período en Formosa.

En un acto escolar, una alumna de su provincia obsequió al gobernador con un poema que halagó su personalismo. No es para menos, porque Insfrán se vanagloria de que Formosa es la provincia que más habría invertido en educación. Los implacables controles de Chequeado.com muestran que, pese al poema recitado por la nenita de guardapolvo blanco, Formosa ocupa el lugar doce en inversión por alumno. Como curiosidad, el Cippec agrupa a Formosa, Buenos Aires y La Rioja en el medio de su cuadro de inversiones educativas, con datos del 2009.

Pero mejor no mirar mucho ese cuadro, porque Urtubey, que ahora tiene aspiraciones presidenciales (¿quién no las tiene?), fue tres veces gobernador de Salta y colocó a su provincia en el peor puesto de la tabla, allí donde menos inversiones se hicieron. Solo superan a Urtubey los Rodríguez Saá que, en amable o conflictiva alternancia, gobernaron décadas San Luis; y Alberto quiere seguir por cuarta vez.

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¿Por qué 16 gobernadores quieren seguir al frente de sus provincias? ¿Nunca les alcanza el tiempo?

Son 16. Vuelvo a Insfrán porque su caso es llamativo. Sin parar, es gobernador de Formosa desde 1995. En 2003, una Constituyente habilitó la reelección indefinida, un “permiso” que afecta el principio democrático de alternancia. También le sobró tiempo para otros menesteres: es socio de Boudou en Old Fund, que le facturó millones a Formosa por una asesoría; y, al parecer, la sociedad fue más activa que la recaudación de ese dinero, porque sobre ella planea la sombra del affaire Ciccone Calcográfica. En las elecciones de 2019, Insfrán corre de nuevo para batir su propio récord.

El domingo 27, el gobernador Sergio Casas de La Rioja celebró un plebiscito aprovechando el calor de enero. Se votaba para habilitar una reforma de la Constitución que permitiera al gobernador Casas un tercer mandato (poca cosa si se lo compara con el linaje Rodríguez Saá en San Luis o el amigo Insfrán).

Leo el diario y, aunque estoy acostumbrada a las noticias argentinas, me cuesta creerlo. ¿Por qué toda esta gente quiere seguir gobernando su provincia? ¿Por qué no ha habido la alternancia que cualquiera puede comprobar en la lista de los gobernadores norteamericanos del último siglo, para nombrar una nación profundamente federal? Hacer memoria: Dorrego y otros federalistas argentinos admiraron las instituciones norteamericanas. Eran unos soñadores que nunca entendieron el país que les había tocado.

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Imagino respuestas a la pasión de los 16 gobernadores que van por la reelección: están orgullosos de lo que han hecho y no quieren dejar su obra a mitad de camino, una obra a la que, como a las catedrales y las pirámides, no le alcanzan quince años, ni veinte; o tal vez han delinquido demasiado y temen un sucesor adverso; quizá no alcanzaron a fortalecer su equipo, o se sienten irreemplazables y temen a sus sucesores no solo porque vayan a cortarles las piernas o mandarlos a la Justicia, sino porque se consideran a sí mismos los únicos capaces. ¿Y si son simplemente personalistas que no se conciben fuera del poder, al que necesitan como aguantadero?

Maria Eugenia Vidal - Mauricio Macri

¿Cambiemos? Los gobernadores de Cambiemos conversan hace meses con la Jefatura de Gabinete si conviene o no desdoblar las elecciones nacionales de las provinciales. Vidal quería desdoblarlas, persuadida de que ella podría salvar su ropa más fácilmente si no tenía que ayudar a salvar la de Macri. El Presidente, con toda la razón del mundo, la presionó para que las elecciones nacional y provincial sucedieran el mismo día. En primer lugar, él puso a Vidal en la provincia; y, en segundo, fue generoso con ella, como no lo había sido Cristina con Scioli: “Si Cristina me hubiera tratado como este ejecutivo nacional trató a su gobernadora, no estaría donde estoy ahora, de relleno en las revistas de chismes”, debe fantasear retrospectivamente Scioli.

El que miente a los otros necesita, por razones políticas, llegar a creer en lo que ha mentido

Por su parte, Vidal quiere ser gobernadora y luego presidenta. Finalmente, el PRO acordó una sensata simultaneidad de ambas elecciones. Nadie pensó si los ciudadanos votarían más libremente si no se vieran obligados a elegir los dos cargos en el mismo día. Nadie creyó en este discurso que circuló por allí. Se discutió hasta que se convencieron de que, sin desdoblamiento, los dos resultaban favorecidos. Que se hayan equivocado o no, es otra cuestión que sabremos en las elecciones. Está claro que a nadie le importó cuál era la forma más libre y racional de plantear una elección. Todo lo que se haya dicho sobre la yuxtaposición o la separación de las fechas es doble discurso y retórica.

La “mesa chica” de Cambiemos quería prolongar hasta marzo el suspenso sobre elecciones conjuntas o desdobladas. Pero los consejeros de Vidal creyeron inconveniente que las vacilaciones se leyeran “como una especulación”. Es decir, no querían que se las interpretara como lo que eran: un cálculo político al que le faltó tiempo y apoyo. Pero, en vez de callarse la boca, siguieron hablando: “Hay que darles previsibilidad a los bonaerenses y decirles cuándo van a votar”. Esto es sencillamente una mentira, porque no se trata de la razón por la cual las elecciones finalmente no se desdoblaron. La razón es que Macri y su entorno creen que todo debe subordinarse a la elección de presidente y que, en consecuencia, no hay que perder los votos que podrían ir a Vidal y no a la reelección de Macri si cada uno jugara su destino por separado.

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Juro que creo en mi mentira. El que miente a los otros necesita, por razones políticas, llegar a creer en lo que ha mentido. Gildo Insfrán no piensa que es una transgresión tan disparatada como descomunal ser gobernador de Formosa durante 25 años. Por un lado, conoce la profundidad de su afrenta a la democracia liberal. Por el otro, piensa que no es una simple transgresión, sino algo que está en la necesidad de las cosas, no solo en sus intereses mezquinos.

Por eso, hombres como Insfrán o como el riojano Casas, que será recordado por su plebiscito en plena canícula, no son simples mentirosos, sino algo mucho más dañino. Creen en lo que dicen, como si fuera verdad. Lo cual es mucho peor que la mentira. No son cínicos, como lo era Menem. María Eugenia Vidal y Macri repiten sus razones como si fueran las que más convienen a la gente. Hábiles gestores de una doble moral, creen en lo que dicen, aunque también sepan que son mentiras.

Los gobernadores que van por su reelección son responsables de la falta de sentido de la política argentina. Unen su suerte a su territorio. Son hombres de paja que no están en condiciones de enunciar claramente cuáles son sus motivos. En consecuencia, cualquier objeción y cualquier crítica cae desautorizada, porque no admite respuesta verdadera. Disfrazan la verdad de lo que saben y se justifican: no tengo ningún sucesor en quien confiar; necesito mantener el aguantadero de la casa de gobierno; los que vienen detrás de mí quieren destruirme; esta provincia no puede pasar a la oposición y soy yo el único en condiciones de impedirlo.

Las razones de Macri son diferentes. No puede decir: fracasé cuatro años y por eso necesito otros cuatro para demostrar que soy capaz de superar el fracaso. Tampoco  admite el razonamiento inverso: si fracasó cuatro años, no conviene darle otra oportunidad. La historia, además, muestra que los segundos períodos fueron siempre peores que los primeros. La reelección trae mala suerte.