COLUMNISTAS
NUEVOS-VIEJOS INFLUYENTES

Altas y bajas en Olivos

De Vido, Fábrega y Bein cotizan en alza. Zannini, Capitanich y Kicillof, frío. El relato disfraza todas las medidas ortodoxas.

‘EL BEIN COMUN’ Miguel Bein
| PABLO TEMES

Ultimo parte de los que merodean Olivos: dicen que Cristina se resignó a las salidas módicas por TV, que se aferra a las restricciones médicas en materia laboral, pone distancia con ciertas urgencias y, más que nunca, se incomoda cuando le señalan dificultades de gestión. Esto significa un declive de Carlos Zannini (“siempre me trae problemas”), junto al dato de que el inoportuno tampoco es tan distinto a otros funcionarios cuestionados. La inclinación de las simpatías, en cambio, se ha volcado hacia Julio de Vido, lo que constituiría un regreso a las fuentes amistosas del kirchnerismo. Y en ese plano también habría que ubicar al titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega.

El hecho de que invite a comer a De Vido no constituye una reversión de la personalidad presidencial. Si uno quiere hilar fino, podría pensar que la recuperación pública que Ella hizo del economista Miguel Bein –ex socio de José Luis Machinea, racinguista, habitual traductor de las intenciones financieras del Gobierno e imprevisto objetor de los mercados, como si él no viviera hace décadas de ese sistema– podría relacionarse a esta etapa de cambio: más de una vez De Vido sugirió a Bein como eventual técnico para ocupar la cartera de Economía, quizás por recomendación de uno de sus habituales confidentes, el ex compañero de grado y banquero Luis Rivaya (Banco Galicia).

Volviendo a la dama, suele deslizar que no se ocupará de promover ninguna candidatura presidencial al término de su mandato. Como si no tuviera preferencias –a pesar de que a Julián Domínguez le habría prometido un lugar en la escritura sucesoria– o porque carece de garantías para imponer un heredero de su círculo: los efebos camporistas del sector público que no han podido generar ni una promesa con dimensión suficiente para ocupar esa nominación.
Este giro no figuraba en el relato oficial y ruboriza a sus adeptos, mas cuando se advierte otra derivación impensada. Ella se aproxima al peronismo, se recuesta sobre ese sentimiento –se la vio insólitamente balbucear la marcha peronista en el último acto de la Casa Rosada– y recuerda al General como si lo tuviera en la mesita de luz. En verdad, nunca lo asimiló su aparato digestivo y se amparó en la mitológica figura que algunos construyeron de Evita, olvidando una frase machista del propio Perón: “Evita es una creación mía”. Pero Cristina vuelve sobre sus pasos y aludió a un apolillado discurso de l952, cuando entonces había que comer pan negro y se perseguía a los “agiotistas” almaceneros pegándoles un cartel infamante al clausurarle el negocio, casi una advertencia para los supermercados actuales. Regresa a estas fuentes originarias por sugerencias de ancianos pejotistas, conocedores de que el partido puede ayudar a no dejarla sola en la transición que la separa hasta el 20l5. Siempre y cuando, claro, haya devolución de favores.

Si uno confronta esta visión interpretativa con los tres últimos mensajes presidenciales –eufóricos, combativos y estimulantes para jóvenes deseosos de creer en alguna revolución–, la impresión difiere en forma radical. Pero, sea por un casquivano corazón de mujer o un cerebro consciente del interés propio, lo cierto es que Ella se ha estabilizado gracias a los consejos de los que denuncia y masacra. ¿O no ha copiado las insistentes alternativas ofrecidas por gurúes noventistas, ortodoxos, más los escrachados bancos, que para salir de la crisis estimaban procedente aplicar el recetario elemental de la devaluación y suba de tasas? Se suma la corrección del sistema estadístico, una disposición laboriosa en el exterior para pagar deudas y volver a endeudarse, y aceptar una etapa recesiva como ineludible parte de la cura venidera.

Le falta ordenar las cuentas públicas (como le gusta decir a Fábrega, afirmando que ese criterio dominaba el pensamiento de Néstor), más precisamente achicar el gasto y la emisión, lo que llegará en grageas debido a que nadie disfruta de echar gente.
A pesar de haberse aprendido y aplicado el manual típico de los enemigos, CFK mantendrá sus baterías disparando contra empresarios, banqueros, sindicalistas, periodistas y etcéteras que considera destituyentes, conspiradores. Después de diez años de servirse de todos ellos, de disfrutar de sus votos, se indigna con su existencia. Tardío reflejo, como el de una porción gigante del 54% que la votó en estos años y ahora parece desayunarse con defectos del kirchnerismo, surgidos en fábrica. Si hasta descubren hoy las insensateces públicas de Jorge Capitanich, convertido en el “Perfecto K” –casi en el mismo nivel de Oscar Parrilli–, como si no hubieran reparado que hace más de diez años decía lo mismo desde el mismo cargo.

Mientras, Alberto Samid se especializa y habla de política exterior desde el Mercado Central; el contador de Daniel Scioli –Rafael Perelmiter– convierte a Bein, Mario Blejer y Roberto Lavagna en asesores del gobernador (¿Lavagna no asesoraba a Sergio Massa?); Elisa Carrió acepta compartir lista con Mauricio Macri; éste a su vez se aleja del color peronista y pretende maridaje con el socialismo santafesino y con los radicales de Ernesto Sanz y Julio Cobos; al tiempo que Hugo Moyano y Luis Barrionuevo se reúnen con Hermes Binner y Margarita Stolbizer.

Cristina, para no quedarse afuera, cita a los romanos (podría recordar que allí se inventó la inflación, cuando los emperadores le rebanaban oro a las monedas del pueblo) como modelo jurídico de que el ciudadano debe pagar y no protestar, cuando la historia de la humanidad ha sido desde entonces liberar al ciudadano de la opresión del estado.

Y el Papa, argentino y peronista, habilita a infinidad de mensajeros –más que Perón desde Puerta de Hierro– para tareas diversas, a cumplir o suspender, sin que actúe ni se conozca casi a su embajador, el Nuncio. La lista semanal de sorpresas es interminable, insoportable para ciertos espíritus.