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angustias

Amor al prójimo

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Camino por el andén de la estación San Isidro; los carteles de la modernización post tragedia de Once avisan de la llegada próximo del tren, con una promesa de demora eterna, porque no se mueven. Una mujer, sentada, cuenta billetes que va alisando, junta monedas de un bolsito y las apila. Tiene tres hijas pequeñas, que corren por el andén, se meten en los baños, entran y salen. La mujer les da la espalda. Su vista está clavada en la operación contable. Se le acerca otra, da un grito, se abrazan. La otra queda de pie, empieza a contar con lujo de detalles la operación cardíaca del marido: habla del pecho abierto, menciona algo de unos alambres. Dice que odia a la yegua pero que los hospitales están mejor con ella, pero que la odia igual. Que los paraguayos vienen a la Argentina a operarse, vienen, sacan documentos, se operan. Allá, en Paraguay, si no, se cagan muriendo. Cuenta que ella tiene sida pero que le dan los medicamentos. Saca un cigarrillo y le ofrece uno a la sentada. La sentada dice que no, que tiene la respiración achicada. Entonces la otra saca de su bolsillo un vaporizador para el asma, le ofrece darse un saque para dilatar los bronquios, le muestra, después da una pitada al cigarrillo; con los bronquios bien abiertos, el humo debe ser como una llamarada. La que está sentada agarra, agita el vaporizador, prueba. Al alzar el brazo, veo que está embarazada. Es el cuarto, debe de serlo, si las tres son suyas. Las nenas corren, una dice que se ha hecho encima. La madre no las mira, salvo cuando se sientan a su lado.

El tren no llega, camino por el andén. Hay un policía encarando a dos adolescentes y otro revolviendo entre una bolsa de basura tirada en el piso. Alguien robó a otro, corrió, tiró los documentos a la basura. Una mujer le habla al policía, angustiada. El policía le dice: “No se preocupe, señora, que si agarro al que le robó le pego un tiro en la espalda”.