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Aplausos para Reinhold Messner

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En un pasaje de los Diarios, Witold Gombrowicz se ensaña con los alpinistas. En el intento de explicar qué es literatura y qué no lo es, Gombrowicz apela a los libros escritos por los alpinistas después de alguna hazaña. Y dice más o menos que en el momento en que un alpinista sufre un accidente en la pared de una montaña, si, por ejemplo, queda colgando sobre el vacío sostenido por dos dedos de cada mano, su descripción de los hechos se limita a explicar técnicamente cómo logra rehabilitarse, evitando, siempre, contar lo que siente. Como siempre, Gombrowicz tiene razón. Pero Gombrowicz nunca leyó los libros de Reinhold Messner.
Messner es un alpinista italiano que en 1980 escaló el Everest completamente solo y sin llevar tubos de oxígeno. También escaló el Nanga Parbat por una pared que tiene aproximadamente 4.500 metros de altura (es el muro vertical más grande del planeta). Bajando por otra de las caras de la montaña murió su hermano Günther. Posee el récord de haber conquistado la mayor cantidad de “ochomiles”, que es como los alpinistas denominan a las montañas que tienen más de ocho mil metros de altura. También cruzó la Antártida.
En una de sus escaladas se le congelaron los pies y tuvieron que amputarle los dos pulgares. Eso no le impidió seguir escalando, pero ya no fue lo mismo. Reinhold Messner escribió muchos libros, Séptimo grado, En los límites de la Tierra, Espíritu libre, entre otros. Messner hubiera sorprendido a Gombrowicz, precisamente porque cuando queda colgando sobre el vacío se dedica a narrar con lujo de detalles lo que siente. Lo vi una vez en una entrevista en la televisión italiana, cuando acababa de bajar del Everest, en 1980. El entrevistador era el típico petulante que suele preguntarle a un atleta qué pensaba “exactamente” mientras cortaba el cordel de lana. Y le preguntó eso, qué pensó “exactamente” cuando llegó a la cima del Everest. Messner primero lo miró, no le respondió enseguida. Lo miró con una expresión consternada y después inclinó dulcemente la cabeza a un lado, mirando hacia arriba, como buscando las palabras. Pero eso ya era lenguaje. Su pausa era expresiva, como sólo puede serlo en la música. Respondió primero así, con el silencio, y después dijo lentamente: “Estaba muy cansado”. El entrevistador sintió pánico, porque estaba convencido de que hablar no era otra cosa que llenar de palabras el vacío. Y entonces protestó: “¡No! ¡No puede contestarme eso! ¡No puede ser tan evasivo!”, sin comprender que con tres palabras Messner había dicho lo esencial, hablaba del cansancio inmenso, del inmenso cansancio, y había tenido el coraje de mantenerse dentro de los límites de la verdad. Y el entrevistador insistía: “Decime por lo menos qué era lo que más deseaba en aquel momento”. Messner entonces lo miró con sus ojos de hielo y después de una pausa todavía más larga dijo: “Quería volver a casa”. El periodista no comprendió que alguien que supera los límites al final sólo quiere volver a estar dentro de esos límites; no comprendió todo lo que ese alpinista había dicho con la mirada, el silencio y pocas palabras.
Gombrowicz hubiera aplaudido