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otro choque mas

Argentina-Brasil, ¿un sólo corazón?

Argentina comienza a competir con Brasil por tener salarios bajos, una contrapartida de la dificultad para conseguir capital, al revés de lo que sucede con el vecino.

Szewach
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Argentina y Brasil enfrentan, nuevamente, un conflicto en el marco del comercio bilateral dentro del Mercosur. No es casualidad que los conflictos más relevantes surjan en épocas en donde el nivel de actividad industrial cae en uno en o en ambos países.

Mientras ambas economías crecen sostenidamente, Brasil mira para otros destinos internacionales en materia comercial y, sobre todo, hacia su creciente mercado interno. Y la industria argentina hace lo mismo, le vende al mercado local y sólo comercia internacionalmente insumos industriales o líneas de producción de bienes terminados “regionalizados” por las empresas que producen uno o dos productos aquí, para toda la región, aprovechan economías de escala y completan el resto de su línea importando de Brasil (caso de la industria automotriz, por ejemplo). El resto del comercio regional es agro, agroindustria, energía o minería.

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En cambio, cuando uno o los dos países entran en recesión, como pasó desde el tercer trimestre de 2008 y hasta bien entrado 2009, brotan los problemas. La industria local reclama alguna protección adicional contra la “invasión brasileña”.

Y la industria brasileña invoca el libre mercado regional para protestar contra dichas barreras, poder colocar excedentes y aprovechar subsidios financieros.

Pero lo cierto es que ni Argentina tiene un proyecto exportador industrial permanente, dentro o fuera del Mercosur, salvo algunas “islas clase mundial”, ni Brasil tiene vocación de compartir su extraordinario mercado interno con sus socios vecinos. Es este contexto, entonces, el que Argentina y Brasil, como los integrantes mayores de esta zona, tienen la obligación y responsabilidad de cambiar.

Subsidios y exportaciones. Brasil tiene una gran maraña de subsidios directos y encubiertos para sus exportaciones que no debería utilizar dentro de la región. Eso está claro.

Argentina, por su parte, se ha convertido en un país de capital caro. En los últimos años, no se ha hecho otra cosa que achicar sistemáticamente el mercado de capitales en moneda local a disposición del sector privado, aumentar la incertidumbre expropiatoria y hostilizar al capital “no amigo”.

El capital caro sólo es compatible, en el marco de la globalización, con salarios “baratos”.

Pero los salarios “baratos” implican pobreza creciente que trata de ser compensada con otra maraña de subsidios locales de distinta índole, a la energía, al transporte, a ciertos alimentos, etcétera, que por su mal diseño, impactan más en los sectores más ricos de la población que en los pobres y desalientan la oferta de dichos productos, obligando a importar y aumentando aún más los subsidios.

Como estos subsidios recaen sobre el gasto público y la presión impositiva está al límite y no hay financiamiento externo, se termina financiando el gasto con inflación, agravando la pobreza y aumentando el conflicto social y salarial.

Salarios y dólar. Mientras tanto, Brasil, que en su crecimiento de estos años empieza a tener salarios “caros”, por costos laborales que aumentan y por la caída del valor del dólar, subsidia el costo de capital de los exportadores con diversos esquemas.

En otras palabras, la Argentina usa una maraña de subsidios para disimular el salario barato. Brasil usa una maraña de subsidios para compensar el salario más caro.

La Argentina le agrega protecciones adicionales e impuestos a las importaciones y retenciones a las exportaciones, mientras, por el contrario, Brasil incorpora protecciones adicionales y subsidios de todo tipo a las exportaciones.

Argentina, con salarios “baratos”, termina achicando su mercado interno sin la ventaja de poder exportar por los costos de capital y por el desaliento a la inversión.

Brasil, con salarios aumentando en dólares, expande su mercado interno de consumo, pero lo comparte muy limitadamente con el resto de sus socios de la región, mientras subsidia el costo de capital para los exportadores.

Con este panorama, el Mercosur, salvo para algunos sectores, es más una ficción que una realidad.

Ya llevamos 15 años discutiendo y, encima, ¡nos ganan al fútbol!