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Argentina sonríe

Lo que desnuda el caso del chico chaqueño que murió de hambre. Cómo incluir a las minorías.

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Entreverados con la batalla de las sombrillas, la escasez de tampones y los líquidos deslizantes, estábamos cómodamente resignados a compartir el verano con las menudencias típicas de la agenda nacional. Dicen que el nivel de debate de una sociedad expresa la calidad y sofisticación de quienes lo protagonizan. Luca Prodan estableció los límites del proceso deliberativo al comienzo de la transición a la democracia: mejor no hablar de ciertas cosas. Obedientes, le hicimos caso. Luego, el añorado Guillermo Moreno perfeccionó los mecanismos autodestructivos, estropeando diligentemente todo el sistema estadístico nacional: hizo de la mentira una política de Estado.

En eso estábamos, sin fútbol, sin saqueos, con una crisis energética que, pagando un precio exorbitante, pudo ser relativamente bien disimulada (hasta ahora, mientras llueva seguido y bastante gente siga en la playa), cuando de repente nos espolearon el hambre, la violencia terrorista, la muerte y la estupidez humana. Tardío, necesario baldazo de agua helada.

La realidad siempre se cuela por el lugar menos pensado: el Chaco, Comodoro Py, París, la esquina de tu casa. Un niño de la tribu qom (antes les decíamos tobas), que para colmo se llamaba Néstor, murió de tuberculosis, desnutrido y abandonado a su suerte, que por cierto no fue demasiada. Si sus padres o abuelos se hubieran avivado y migrado a tiempo, estaría mirando Paka Paka en su glamorosa solución habitacional en la Villa 31, o tal vez en La Rana. Ahí en efecto llega Argentina Digital, aunque no tenés cloacas. De paso, podría disfrutar de los fabulosos ciclos del Gaumont, de Tecnópolis, de esa pasión popular por los fierros que puso de manifiesto el Dakar. Pero no, no la vieron. Se quedaron aferrados a su tierra, a su cultura, a sus ancestros. Tuvo mala leche el pibe (por la foto que vi, se ve que casi no tomó leche del todo).

Tarde pero seguro. El modelo tarda, pero llega: la mano justa del Estado bueno que por fin llena el vacío dejado por la mano invisible del mercado. Por ahí, uno de los treinta camiones del programa Argentina Sonríe hubiera arribado este año electoral a la casa de la familia Femenía en Paso Sosa, a 12 kilómetros de Villa Río Bermejito, muy cerca del límite entre Chaco y Formosa. Télam nos ilustra: el objetivo estratégico del plan consiste en “llevar atención en salud bucodental a los lugares más recónditos de la geografía argentina asegurando el acceso universal al derecho a la salud de cada ciudadano”. Néstor se perdió de conocer el equipamiento con tecnología robótica 3D. Una lástima.

Desde Comodoro Py y casi todos los tribunales soplan vientos que atrancan la proa: la revolución parece empantanarse, una vez más, en esas malditas medidas cautelares. Experimenta dificultades inesperadas aquel plan pacientemente implementado por la procuradora Gils Carbó para evitar que el próximo gobierno, no importa quién gane, amenace con la cárcel a los héroes de esta gesta jacobina. Se trata no sólo de la resistencia activa y coordinada de una creciente mayoría de jueces y fiscales, sino también del timing en el que sucede: pocas veces hubo tantas novedades relevantes durante una feria judicial. Muchos de ellos compartían un diagnóstico crítico respecto de la Justicia, y hasta cierto consenso respecto de qué reformas eran necesarias para mejorarla aunque sea gradualmente. Nada de eso buscaba Cristina en su fallida embestida, orientada simplemente a lograr impunidad. Un distinguido letrado reflexionaba hace unos días frente a antiguos colegas: hasta ahora, la inseguridad jurídica en la Argentina comprendía aspectos regulatorios, ruptura de contratos, cambios inesperados en las reglas de juego y dificultades objetivas en el acceso a la Justicia por parte de una mayoría de la población. Ahora la inseguridad jurídica radica en el funcionamiento mismo del sistema, incluyendo los roles y responsabilidades de sus principales protagonistas.

Baño de realidad. Los desaguisados domésticos adquirieron su verdadera dimensión (entre el absurdo irresponsable, la irracionalidad y la nada) frente a los hechos de terrorismo y violencia ocurridos en Francia. Otra vez hablamos de guerra como algo inevitable, necesario y casi normal. Ojalá no sea demasiado tarde, pero conviene recordar las advertencias de Bruce Ackerman en su imprescindible ensayo Antes del próximo ataque (Before the Next Attack, Yale University Press, 2007): lo que está en juego aquí son las libertades civiles y los derechos humanos fundamentales.

En estas coyunturas realmente críticas, cuando surgen formidables desafíos de seguridad e inevitables demandas de acción estatal, es justamente cuando tenemos que ser más prudentes. ¿Quién controla a los poderosos que pueden torturar en nombre del orden y la libertad? ¿Cómo evitamos uno, dos, tres… muchos Guantánamos? Sin ir tan al extremo, ¿cuáles son los límites, si es que puede haberlos, al respeto a las minorías, la diversidad cultural y la libre expresión? Occidente debe también reflexionar sobre las consecuencias de largo plazo de la crisis del estado de bienestar, que multiplicaron las promesas incumplidas de la democracia. Se trata de volver a leer y pensar con, entre otros, Thomas H. Marshall, Gosta Esping-Andersen, Norberto Bobbio y nuestro gran Guillermo O’Donnell.

Y mientras la Argentina descubre que la vida después de la RUFO es exactamente igual a la anterior, siempre es bueno retornar a Fernand Braudel –las ideas son cárceles de larga duración. Las cosas importantes cambian, pero muy de a poco. Y cuando parece que efectivamente soplan aires nuevos, a menudo nos enfrentamos a procesos restauradores que vuelven todo a foja cero. O casi. Pueden ser restauraciones conservadoras o populistas, las diferencias suelen ser bastante marginales. Nada más parecido a la Cuba de los Castro que la de Fulgencio Batista. Lo mismo ocurre con la Rusia de Putin y la de los zares. Y con la Argentina de Menem y los K.

El comportamiento humano suele responder también a los incentivos que existen en un entorno determinado, que a su vez responden a reglas formales e informales. En otras palabras, no todo es cultura e ideas, también las instituciones importan. Para que los cambios institucionales formales hagan la diferencia, deben ser consensuados entre los principales protagonistas, incluyendo las minorías más significativas. De lo contrario, se trata de procesos reversibles, no sustentables. Las instituciones informales están impregnadas fundamentalmente por valores, formas de vida y socialización, es decir, por la cultura. Que sufre transformaciones constantes, pero de forma parsimoniosa y caprichosa.
Mejor que nadie, el modelo de cambio lo definió Mostaza Merlo: paso a paso.