COLUMNISTAS

Argentinización de Brasil

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Semanas antes de las protestas, un prominente ex ministro de Economía de Brasil explicó: “Dilma es honesta económicamente pero miente ideológicamente; Lula era deshonesto económicamente pero era honesto ideológicamente”. En esa comparación se sintetiza la preocupación de quienes ven a Brasil ir por el camino equivocado de Venezuela y Argentina. Lula permitía corrupción mientras que Dilma luce inflexible en ese punto pero, al revés, Dilma luce tolerante con ideas –a sus ojos– “chavistas/kirchneristas” mientras que Lula era inflexible con cualquier desviación populista, quizás porque tenía que demostrar menos que nadie su origen popular.

El diputado Vieira da Cunha contó que en 1996, cuando él era candidato a intendente de Porto Alegre, le propuso a Dilma que fuera su vice y aquella Dilma de entonces respondió: “Quisiera mucho ayudar pero, discúlpeme, no tengo el perfil de candidata”, y aunque siguió sin ser una gran candidata 14 años después fue presidenta gracias a Lula, y es una gran técnica poco política; en palabras de un periodista argentino que vive en Brasil: “Una gerente de boutique a la que le dieron a administrar un shopping”. Más diplomáticamente, el presidente de la Cámara de Diputados, Henrique Alvez, del PMDB (ideológicamente comparable a la UCR) y aliado del gobierno, dijo: “Dilma precisa evolucionar y ejercitar más el arte de escuchar”.

Otra señal de “contagio” argentino fue el reciente aumento del dólar que devaluó el real 10% en las últimas semanas, mientras que en el resto de Latinoamérica son las monedas locales las que se han venido revaluando contra el dólar. Brasil está más integrado financieramente al mundo y la amenaza de que Estados Unidos comience a dar por superada su crisis, y suba sus tasas de interés, hace que los capitales que entraban en Brasil para inversiones financieras puedan preferir quedarse en el hemisferio norte. Por eso el gobierno eliminó el cobro del impuesto (6%) sobre operaciones financieras (IOF), una especie de peaje para inversiones extranjeras de renta fija que regía desde 2010, cuando el problema de Brasil era el inverso: entraban tantos dólares y el real se sobrevaluaba tanto, que hacía menos competitivas sus exportaciones.

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Pero la señal de “argentinización” más alarmante llegó esta semana con las protestas que cortaron las calles de Brasil, algo que no sucedía desde 1983/84, cuando el pueblo pedía elecciones directas derogando el sistema de colegio electoral legado por la dictadura, pero esta vez la motivación originaria fue un aumento del 7% del boleto único de ómnibus (ejemplo: en San Pablo, de 3 a 3,20 reales, equivalente a: de 7,07 a 7,54 pesos al cambio oficial, y de 10,24 a 10,97 pesos al cambio del dólar blue).

Durante años fue habitual en Brasil que un argentino escuchara: “Ustedes saben pelear por sus derechos, están mucho más politizados; cuando algo no les gusta, salen a la calle y se hacen sentir. Nosotros no, aceptamos todo sin protestar; ojalá algún día los copiemos un poco y empecemos a hacernos oír”.

Y se hicieron oír. Empezaron los estudiantes y algunos movimientos más radicalizados, pero de a poco se fueron contagiando otros: desocupados, gente humilde y muchos autoconvocados a través de las redes sociales (el gran protagonista de la política mundial). “Esto ya se parece a la Argentina”, decían ante los primeros cortes de la avenida Paulista, una Avenida del Libertador de San Pablo, o de la avenida Río Branco, una especie de avenida Corrientes en Río de Janeiro. Pero no, falta bastante: en Brasil la policía corre a los manifestantes con gases, palos y balas de goma, y todavía la enorme mayoría de la población se alegra de que repriman a “esos vándalos que rompen cosas y nos complican la vida” (regresos que ya requerían habitualmente dos horas pasaron a durar cuatro).

Otra señal de “argentinización” está en la inseguridad. En Brasil los robos comenzaron mucho antes que en Argentina, pero el ladrón brasileño no hería a las víctimas y no mataba por matar, como sucede en Argentina. Los brasileños se reían ellos mismos de su paradoja: el país donde hasta algunos años se decía que “los ladrones eran corteses, las prostitutas gozaban y el mejor jugador de fútbol era rengo” (por Garrincha). Ya nada es así.

Las protestas de estos días, si bien empezaron por un boleto de colectivo, esconden otras oscuridades de la sociedad brasileña, fundamentalmente algunas referidas a cuestiones de desigualdad de las que se habla poco en voz alta y mucho en voz baja. Más allá del crecimiento de la clase media de los últimos años, los contrastes siguen siendo enormes. No hay que olvidar que Brasil es la sexta economía del mundo, superior a la de Rusia, el gigante que se animó a desafiar en serio a Estados Unidos y lo logró durante setenta años.

Nada actual justifica estas manifestaciones. La economía está lentificada, este año crecerá 2%, lo mismo que en Argentina; el problema está en las expectativas que el propio país produjo en los años anteriores. La economía de 2010, con la perspectiva engañosa del Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, creó un ambiente festivo que no se concretó. Pero eso no quiere decir que, en el escenario mundial, Brasil esté mal. Tampoco está bien. Simplemente crece poco.