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Artico levantino

Europa está condenada. Las olas migratorias actuales son la punta de un iceberg ardiente y gigante llamado Africa.

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Europa está condenada. Las olas migratorias actuales son la punta de un iceberg ardiente y gigante llamado Africa. Mi amigo habla serio, sin pasión; viene estudiando el tema. Las tormentas monstruosas solo van a acelerarse. Los trópicos se volverán como el cinturón de huracanes de Saturno: un huracán o varios por día azotando las costas de Hong Kong a Key West. Que suba el agua y Nueva York se vuelva Venecia es un detalle; el cambio climático acarrea una mutación de ecosistemas que extrema el futuro volátil.

Para 2050, en el Africa sub-sahariana vivirán unos dos mil millones de personas. Las temperaturas violentas y el ciclo destructivo de inundaciones y sequías volverán imposible la vida rural que hoy emplea a más del 65% de la población. Migrarán masivamente hacia las ciudades, caldo de cultivo para enfermedades infecciosas y conflictos armados. Pero Europa está destruida desde adentro, paralizada por su incapacidad de tomar decisiones.

En un tiempo, el pasado se acumulaba; podíamos caminarlo, pisarlo. Pero ahora el pasado retroalimenta el presente febril: cada like, cada búsqueda en Google, cada paso que detecta nuestro GPS vestido de teléfono alimenta un algoritmo que define el futuro inmediato. Algo así pasa con el clima. Podemos señalar con bastante exactitud el algoritmo de aceleración del declive. Donald Trump se casó con una eslava pero la muñeca rusa es él, condensa mi amigo. Su desprecio por el cambio climático imita la agenda rusa. Putin sí puede tomar decisiones, es un autócrata. A mi amigo se le sube el Apocalipsis a la cerveza, me dice: Rusia se prepara para ser el nuevo Mediterráneo y extiende sus garras sobre el Artico. Sí, los Urales están amenazados; Putin no moverá un dígito para salvarlos, ya fantasea con el agua entrando a torrentes a irrigar su estepa inconmensurable. El mapa se redibuja en cámara lenta y de golpe, como el agua que sube.