COLUMNISTAS

Balas y lápices

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El atentado a Charlie Hebdo, donde fueron acribillados algunos de los grandes humoristas franceses, nos obliga, si no queremos que este terrible hecho se disuelva en la banalidad de los millones de acontecimientos que diariamente ocurren en el mundo, a intentar reflexionar sobre algunos puntos clave de aquel segmento de la llamada civilización occidental que adhiere a sistemas democráticos (y/o republicanos). El intercambio entre balas y lápices de dibujo, entre bombas y libertad de expresión, entre novelas y fatwa es, verdaderamente, asimétrico y escandaloso.

En la década del 30, el excepcional poeta Ossip Mandelstam pagó con su vida la osadía de aludir en uno de sus poemas a los “grasientos dedos” del dictador Stalin. La ironía del quehacer poético no fue comprendida por el régimen. En la novela que lo lanzó a la fama, Milan Kundera describió la severa condena que sufrió un joven estudiante, a quien se le había ocurrido hacerle una broma a su bella novia escribiendo en una tarjeta postal: “El optimismo es el opio de los pueblos. ¡Viva Trotsky!”. Por su parte, Salman Rushdie tuvo que vivir un verdadero infierno por la sentencia de muerte que, en 1989, el ayatolá Khomeini le dictó por su novela Versos satánicos, donde se había atrevido a tratar con humor alguno de los pasajes del Corán.

La truculencia de estos fundamentalistas, que asesinan a gente indefensa por hacer chistes, adquiere una dimensión muy diferente porque no hay ningún código común de significación. La fórmula de estos grupos, según la cual “destrozaremos vuestra democracia con la propia democracia” no se encuentra muy lejos de lo que pregonaba Lenin, mientras amenazaba a los países colonialistas e imperialistas de hace un siglo. Sin embargo, la perspectiva religiosa confiere una dimensión singular a este conflicto.

Si un musulmán hace un chiste sobre un caníbal tupí-guaraní, en el caso de que alguno haya sobrevivido a la furia de la soja y la deforestación de su hábitat, ¿el caníbal quedaría habilitado para vengarse de quien se ha burlado de sus creencias? ¿Los veneradores de la Pachamama tienen derecho a matar si alguien se burla de la Madre-Tierra? No proseguiré ad nauseam con este argumento, pero algo de él está presente si muchos diarios, principalmente de Estados Unidos, han decidido no reproducir las caricaturas de las víctimas asesinadas por miedo a herir la susceptibilidad religiosa de algún hipotético lector. 

La tolerancia religiosa ha sido una piedra angular en la conformación de la filosofía moderna, la cual permitió a su vez el amplio despliegue de la ciencia y la técnica, que en gran medida nos gobiernan. El camino no ha sido fácil y los perseguidos por no compartir creencias han sido legión. Giordano Bruno es una figura estelar dentro de este espectro. A pesar de todas las masacres ocurridas en el transcurso del siglo XX, algunos valores han ido adquiriendo un estatuto global porque lentamente se supuso que el valor de la vida del ser humano era el máximo valor de todos aquellos que decían luchar por la libertad, por la dignidad, contra la pobreza y por la revolución. Pérez Reverte, en un reciente artículo, sostenía que era imposible discutir razonablemente con quien partía del principio de aniquilamiento. Como contrapartida, Maquiavelo cierra su magnífica obra con unos versos de Petrarca: “Virtud contra furor / tomará las armas, el combate será breve…”. Creo que nos encontramos ante la severa disyuntiva de tomar muy en serio el terror que provoca nuestro humor o deslizarnos hacia una indiferencia cómplice, aduciendo actos bélicos del Estado francés, cuando lo que ha quedado al desnudo es que tres ciudadanos franceses, en nombre de Alá, con la consigna de vengar al Profeta, han aniquilado a quienes se atrevieron a relativizar las razones de su furia homicida. En una de las tapas, Mahoma, tapándose la cara, exclama con pesadumbre: “Es duro ser amado por estos boludos”. ¿Ese hecho merece una condena de muerte? Bajo el reino del terror, sin ninguna duda.

*Escritor.