COLUMNISTAS

Barbarie explícita

El mal llamado "vandalismo" azota a todo tipo de edificaciones y obliga a enrejar el espacio público.

El Teatro Argentino de La Plata podría ser enrejado. | FOTO: Gentileza IgualdadCultural.gob.ar
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Tenemos en nuestro país un registro bastante poco definido y a veces hasta muy borroso de lo que acontece ante nuestros propios ojos. Con el correr de los años fuimos incorporando como algo natural lo que en un primer momento era excepcional. “País de desmesuras”, así lo bautizaba en su formidable ensayo Sergio Bufano (“Radiografía de un país ‘inflado’”) este sábado 8 de marzo en el diario PERFIL. Desmesuras en el sentido más explícito de la palabra: desvaríos, extremos, volatilidad, un país en combustión.

Me quiero detener sobre dos episodios de que recoge ayer domingo en una edición excelente el diario EL DÍA de La Plata. En realidad, se trata de dos fotografías que no pueden ser encaradas de manera aislada. Una de las crónicas lleva como título: “Por protestas, hay un promedio de dos cortes de calles por protestas en La Plata”. Informa que en los últimos 14 meses en la capital de la mayor provincia argentina hubo 828 cortes de calles. A continuación, la infografía y las fotos describen el fenómeno. En la misma edición el gran diario platense titula “Avanzan con la idea de enrejar el Argentino contra el vandalismo”. Se refiere al Teatro Argentino, víctima de permanentes y graves ataques vandálicos.

La palabra vandalismo en la Argentina ha ido perdiendo sentido. Su origen es histórico: vándalos eran una tribu germánica que asoló Europa en la Alta Edad Media, siglos IV y V de la era común. Fueron uno de los pueblos “bárbaros” que asolaron el ya decadente Imperio Romano. En rigor de verdad, en Argentina no tenemos “vándalos”, conciudadanos y compatriotas particularmente abocados a la destrucción de todo existente. En consecuencia, el Teatro Argentino, que fue durante algunos años joya de los emprendimientos culturales de La Plata está literalmente cuestionado como obra. El administrador general del Teatro Argentino, Leandro Iglesias, confiesa que hace tiempo que están pensando en tratar de enrejar todo el edificio, arquitectónicamente concebido para no estar enrejado, sino ser un espacio de libertad, creación y cultura. Sin embargo, la creación, la libertad y la cultura son hoy en Argentina víctimas de la destrucción: todo debe ser enrejado, porque de lo contrario es robado o destruido.

Dice el funcionario: “Rompen vidrios. Se rompen luminarias, destrozan mármoles, arrancan barandas y banderolas. Han llegado al extremo de arrancar un bebedero”. Esto pasa en el Teatro Argentino de La Plata. El año pasado, en tres ocasiones, rompieron con botellazos y piedrazos los vidrios que dan a los patios de luz donde se dictan los talleres, “con el riesgo que eso implica para los trabajadores”, sigue diciendo la crónica del diarioEL DÍA, que agrega “las distintas tribus que se reúnen en los alrededores, como los grafiteros y los skaters, también representan un problema difícil de resolver”.

¿Por qué asocio una cuestión con la otra? ¿Qué tiene que ver esto con el estado de protesta permanente que ha logrado que una ciudad de la importancia de La Plata -como sucede con la ciudad de Buenos Aires- viva permanentemente acosada y bloqueada por el fantasma del colapso? Porque se trata de manifestaciones del mismo tenor y de la misma causa. Algunos lo llaman anomia, indisciplina, indocilidad, formas explícitas de defenestración de lo realmente existente.

Es una cuestión que aparece poco en el discurso de los partidos políticos. Es cierto que el gobernador Daniel Scioli lo ha mencionado con dolor, cuando dijo: “Parece que no va a haber más remedio que enrejar el Teatro Argentino”. Acá en la ciudad de Buenos Aires estamos viendo ya estatuas enrejadas dentro de parques enrejados. Sin ir más lejos, en la plaza Rodríguez Peña que queda sobre Callao entre Marcelo T. De Alvear, Paraguay y Rodríguez Peña, el Gobierno de la Ciudad ha tenido que enrejar las estatuas que están dentro de una plaza… ¡ya enrejada!

El fenómeno de los cortes obviamente trasciende a la ciudad de La Plata. En febrero de este año hubo 519 bloqueos en todo el país, 137 más que en febrero de 2013, y 83 más que en enero último. El aumento interanual en febrero (+36%), fue un récord para el mes desde 2009 a la fecha, según la consultora Diagnóstico Político, tal como se evidencia en la elocuente infografía de LA NACION en su edición del sábado 8 de marzo. En el bimestre enero/febrero de 2014 fueron ya 955 los cortes callejeros. La reacción enojada del Gobierno ha sido intempestiva, tardía y poco creíble.

Es muy tarde ya para que desde el mismo grupo gobernante que durante diez años no se cansó de relativizar, subestimar, menoscabar, y en definitiva, promover como expresión legítima los cortes de fronteras, calles, puentes y avenidas, ahora salga a decir que eso no puede seguir ocurriendo. Ese caos solo va a cambiar cuando haya una política de Estado que establezca y ejecute que hay cosas prohibidas y otras permitidas, la frontera entre lo legal y lo ilegal, sin excusas. La luz verde quiere decir que usted puede avanzar. La luz roja quiere decir que está prohibido avanzar. Si usted cruza el semáforo con luz roja no solo se le quitará el registro de conductor sino que deberá pagar una multa y eventualmente se le retirará su vehículo. Este es el Estado de Derecho: premios y castigos. Aunque ni siquiera se necesitan premios. Es sencillamente promulgar el respeto a lo socialmente configurado y legislado por las fuerzas representativas de una sociedad.

El grado terrible y deprimente de vandalismo que se sufre no solo La Plata - obviamente, también  la ciudad de Buenos Aires- plantea una discusión cultural ideológica que debe ser dada desde las propias fuerzas políticas democráticas. Es un tema tan importante como leyes, códigos, debates parlamentarios y cuestiones internacionales. Es la vida cotidiana lo que está en tela de juicio. Sobre esto deben tomar posición los partidos políticos, promoviendo y prometiendo que a partir de 2015, cuando cambien los vientos y cambie el gobierno, en la Argentina habrá cosas que hoy suceden reiteradamente y que no se van a poder hacer más, porque el poder central se preocupe por asegurar el cumplimiento de las normas.

Esa destructividad llamada vergonzantemente “vandalismo” es uno de los aspectos más dañinos y más elocuentes de la decadencia argentina. Hablar eufemísticamente de “vandalismo” del patrimonio público es como describir a los delincuentes barrabravas del futbol como “pequeños grupos de inadaptados”. Dejémonos de pamplinas y llamemos a las cosas por su nombre.

(*) Emitido por Pepe Eliaschev en Radio Mitre.