COLUMNISTAS
Conjeturas acerca de la lesiOn de Messi

Basta de ligerezas

Muchas veces, la opinión pública argentina, con el inestimable fogoneo de periodistas y medios poco preocupados por convertir su vida útil en una sucesión de contradicciones, convierte bendiciones en castigos. Es decir, no recuerdo ningún caso en el que ponderemos el lado malo de nuestras bondades, aun por encima de la calidad de estas ultimas. ¿Ustedes leen o escuchan en los medios la preocupación de algún emir o algún jeque por gobernar un país cuya economía se sustenta casi exclusivamente en la producción de hidrocarburos?

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Muchas veces, la opinión pública argentina, con el inestimable fogoneo de periodistas y medios poco preocupados por convertir su vida útil en una sucesión de contradicciones, convierte bendiciones en castigos. Es decir, no recuerdo ningún caso en el que ponderemos el lado malo de nuestras bondades, aun por encima de la calidad de estas ultimas.
¿Ustedes leen o escuchan en los medios la preocupación de algún emir o algún jeque por gobernar un país cuya economía se sustenta casi exclusivamente en la producción de hidrocarburos? Por el contrario, es una constante leer y escuchar sobre el récord que día a día bate el precio del barril de crudo. Curiosamente, en la misma página o en el mismo segmento de noticias, y no bien se destaca el precio récord de la soja, aparecen como topos en el jardín de Quintín García los analistas que nos explican la futura debacle de una economía sustentada en commodities. Lo que esos mismos topos no te aclaran es cuánto influyen esas mismas commodities en las economías de los países líderes.
Si somos escépticos respecto de lo que nos da de comer –y nos permite sobrevivir como Nación pese a los sucesivos desfalcos de los últimos 50 años; sepan disculpar las escasísimas y honrosas excepciones–, ¿qué nos queda para temas menores como el deporte?
No volveré sobre la ya remanida historia del milagro de nuestro deporte y lo poco que disfrutamos del momento del suceso pidiendo más y más. Pero no puede dejar de parecerme sintomático todo lo leído, visto y escuchado respecto de la nueva lesión de Lionel Messi. Este excepcional chico rosarino, a quien, para empezar, la fama y los millones parecieran haberle sacudido bien poco las estructuras, es un crack de dimensiones poco mensurables y, por cierto, ha tenido ya varias lesiones que roban meses de fútbol en pocos años de profesional. Es más, si efectivamente este último inconveniente fuese una remezón de aquel del año último, habrá algún tema para seguir con más cautela. Al menos por aquello del riesgo de que una reincidencia derive en algo crónico.
Pero mientras en una mesa discutimos a cuánto está de Maradona (debate tan ridículo como inevitable en toda charla futbolera) o si el seleccionado tiene que empezar a jugar ya alrededor de sus virtudes (no tengo la menor duda de que así debería ser), en la otra explicamos que el sobrino del kiosquero, que es kinesiólogo, nos explicó que un desgarro en un músculo corto sólo puede ser consecuencia de las hormonas de crecimiento que le inyectaron de pibe. Y agregamos que, con un prontuario clínico semejante, se le puede acabar la carrera pronto.
Lo grave no es lo que se pueda escuchar mientras tomás un cortado en un bar de la City. El problema es que, en realidad, todas estas ligerezas nacen o se reproducen desde los medios más leídos, vistos o escuchados. Nada de qué sorprenderse, por cierto. Si alguna vez nos vendieron el supuesto fracaso de Maradona en Barcelona como tiro por elevación a Menotti, por qué no nos venderían el final de una carrera que casi ni empezó. Y respecto de las explicaciones médicas de nosotros, los cronistas, ¿qué decir? ¿Cuántas veces escuchamos a los especialistas en el banco de suplentes de Defensa y Justicia decir “tirón” por contractura, o “desgarro” por estiramiento. De tan poco sirve creernos que, a esta altura, creo que la medicina incorporó nuevos músculos al cuerpo humano sólo para hacer honor a los persistentes anuncios de relatores, comentaristas o vociferadores desde el campo de juego.
Como sea, y más allá del fastidio que me provoca tanta liviandad –¿qué menos esperar de un gremio que incluye a tipos que se llevan el porcentaje del gestor de lo que cobra un futbolista para salir a la cancha llevando a un pibe en brazos?–, reconozco que me da bronca no ver a Lionel en cada minuto de cada partido que juega el Barcelona. Decididamente, es un jugador que me llena de ilusión. Usted sabe a qué me refiero: que la pelota llegue a sus pies es una promesa. Y aunque desafine, siento que en la próxima todo puede ser mágico y emotivo. Bochini, Borghi, Maradona, Riquelme, Messi. Hablo de grandes campeones y de algunos que no lo fueron tanto. Pero es de ésos que ayudan a pasar el rato mientras domina la cancha tanto burro que hace 50 segundos en 400 metros llanos pero que no es capaz de tirar bien un lateral; que les recuerdo, es un pase con la mano de esos que Joaquina, mi hija menor, dio anteayer a su maestra en su último día de adaptación a salita de 2.
No sé cuándo ni cómo volverá Lionel. Sólo sé que esta tarde, cuando Barcelona empiece su partido con Villarreal, una parte grande del interés del partido estará sentada en la platea del Camp Nou. Y eso es una auténtica desgracia para el fútbol miserable que tantas veces hay que mirar.