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Bombones amargos

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Una amiga que escribe en Clarín me hace una miniencuesta sobre Nisman. El motivo último me parece capcioso pero no digo nada: la cuestión es dilucidar por qué los artistas –salvo Mempo Giardinelli– no se han pronunciado sobre este asunto que mancha todas las instancias de la vida republicana. Pienso mis respuestas con cuidado; sé a qué ventilador irán a parar editadas en Clarín. Pero mis argumentos son superfluos. Lo que me gustaría decir es que tal vez los artistas no escriben nada porque es un plomazo. No pretendo minimizarlo (la muerte a manos profesionales de un eslabón de la cadena invisible de espías que se teje en el corazón de cada república me parece relevante) pero sí noto que en boca de todos ya ha virado a telebasura. Me recuerda un argumento que usé en una obra, un sofismita para explicar un asesinato ante los ojos de todo un mercado: cuando todo el mundo está viendo una misma cosa, cada uno ve una partecita, ve menos. Uno ve un asesinato a sangre fría y piensa: “No puede ser”, y dado que lo están viendo todos, alguien se hará cargo.

Ya se ofrecen los documentos del caso Nisman para que uno lo resuelva sentado en Facebook. ¿Será que son medio irrelevantes? No se me ocurre qué harían con ello los artistas, que buscan originalidad, matices, sorpresa.

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En cambio, me llegó un notición. Una chocolatería hace bombones con el molde de tu ano. En las fotos, clientes y clientas posan para que el chocolatero confeccione un molde de yeso del orificio anal. Siguen fotos semimate de los bombones en diversos chocolates con la forma y la textura ya personalizadas.

Los motivos del emprendimiento están –creo– en el quid de la cuestión capitalista. Y es probable que haya tantas respuestas al asunto Nisman en esta pista como en otras.

El plan del trazado del mundo, The Grand Area, es viejo y ya nos lo ha explicado Noam Chomski. Pero lo olvidamos para poder vivir. Por eso cuando reaparece súbitamente en la superficie chocolatada de las cosas hace tanta bulla y alharaca.