COLUMNISTAS
Perros y gatos

Brancaleone style

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Constancia. El mérito de Chiqui, el morochón que enamoró a la hija del capo. | Marcelo Silvestro
—Silencio. Soy el jefe y me deben obediencia y sumisión. Nuestro camino será cubierto de sudor, lágrimas y sangre. ¿Están listos? ¡Respondan!
—(Todos) Tá...
—Tendremos castillos, riquezas y mujeres de grandes pechos.¡Taccone, levante las banderas!
—No tengo.
—Está bien, levántelas bien alto. De ustedes cinco haré…
—Somos cuatro.
 —Ah. De ustedes cuatro haré un ejército veloz e intrépido. ¡Avanti, mis héroes!
—¿Adónde va ese idiota?
—(Chiflido) ¡Eh! Es por acááá…
—Ah, sí. ¡¡Branca, Branca…!!
—(Todos) ¡¡León, León, León!!
De “La Armada Brancaleone” (1966); dirigida por Mario Monicelli. El estrafalario caballero Brancaleone (Vittorio Gassman), en búsqueda de un tesoro, arenga a su insólita tropa.

Primero fue el Trueno Naranja Carrió, con uno de sus tremebundos tuits. “¿Esta mafia es la renovación de la AFA? ¿Cómo pasan un tribunal de ética?”, escribió sobre una foto donde, distendidos, sonreían el Supeyerno Chiqui, el Supersuegro Hugo y Danyel Angel Easy, camisa bien abierta, cadenita, barba tapapapada. Raro en ella: no la siguió.
La que decidió ir más lejos fue su ex aliada y actual legisladora porteña, la movediza Hormiguita Viajera Graciela Ocaña, que envió un informe inflamable a la Conmebol donde pide la inhibición de Moyano y Tapia. “Por sus prontuarios, no reúnen las condiciones de idoneidad exigidas para manejar los destinos de la AFA. Se trata de dos personas de origen muy humilde, uno camionero, el otro recolector de basura, que de la nada amasaron una enorme fortuna que no encuentra justificación alguna en negocios legítimos”, afirma. Glup.
Si algo hay que reconocerle a Chiqui, el rotundo morochón nativo que supo enamorar a la hija del capo, es la constancia. Se propuso un imposible y lo consiguió, venciendo la resistencia de casi todos –gobierno, clubes grandes, medianos– gracias a los votos del Ascenso. Trabajó su candidatura sin pausa, sedujo a pragmáticos y tránsfugas, y hasta se dio el lujo de hacer que los poderosos fueran al pie para negociar una unidad perdonavidas, atada con alambre. Gente que se detesta lo suficiente como para convertir el edificio de Viamonte en una caldera a presión.

Aquel joven barrendero sanjuanino, gracias al amor, la familia y el sistema gremial que supimos conseguir, subió la escalera al cielo y se sentará en el sillón más codiciado en vísperas de un negocio millonario. Hay tipos que tienen toda la suerte, cantaba Rod Stewart.
Maradona, jugado por la lista del grupo Bingo y 24 ruedas, llamó traidores a Tinelli y D’Onofrio. Con este acercamiento a los líderes del grupo Sushi y polleritas, los camioneros y Angel Easy tal vez engrosen la infinita lista negra maradoniana, donde conviven Bauza, Verónica Ojeda, Icardi y Dady Brieva. En fin. Nunca se sabe si tener su apoyo incondicional –mientras dure– es bueno o fatal. Chiqui lo averiguará pronto, junto al astuto Angel Easy, que en ésta jugó a ganador. ¡Bingo!
¿Por qué no hubo oposición? Porque sólo los principiantes en la escala del poder juegan a perder para conseguir presencia. No es el caso de Tinelli y D’Onofrio, por cierto. Comprendieron que era imposible quebrar la mayoría asegurada por Tapia. Entonces, entre quedar afuera de todo o ser goleados, el mal menor fue sumarse a esta Armada Brancaleone siglo XXI para pelearla desde adentro. Ahora estiran el sí, como algunas novias, para no regalarse o para sorprender con otra vuelta de tuerca. Todo es posible en este guión escrito por un loco.

Tinelli presidiría la Superliga –que a veces parece Hollywood y otras sólo un sello–, y sería secretario de Selecciones, dos lugares hechos a su medida. D’Onofrio –es decir, River– acompañará a prudente distancia, como para tener más libertad a la hora de pasar facturas. Que llegará, nadie lo dude.
Una pena no haber armado una lista opositora. Deberían haberlo hecho, aunque sea, en honor de Macedonio Fernández, un personaje que el joven Borges admiró hasta la devoción. En 1920, dos años antes de las elecciones que ganaría Marcelo T. de Alvear, se propuso ser presidente. No tenía la menor chance, cosa que no lo desanimó en absoluto. Al contrario. Se reunía con sus fieles seguidores en la Confitería del Molino de lunes a viernes de 15 a 19 y los sábados por la mañana, seguro de que había “300 mil sufragios que necesitan una idea”. “Además –reflexionaba Macedonio– muchos se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente; por lo tanto, es más fácil llegar a presidente que a dueño de una cigarrería”.

Una tragedia personal abortó el proyecto. El 28 de mayo de 1920 moría Elena de Obieta, su mujer, a la que le dedicaría Elena Bellamuerte, entre otros bellísimos poemas. ¿Entonces? Lo continuaron –era lógico– como proyecto literario.
Borges, Marechal, Scalabrini Ortiz, Santiago Dabove, Fernández Latour y otros jóvenes habitués de La Perla del Once planearon escribir una novela a varias manos. El hombre que será presidente narrará la conspiración de un grupo revolucionario dispuesto a multiplicar el malestar general hasta que la gente reclame por un “presidente quitadolor”. El doctor Macedonio Fernández, “restaurador de agrados y placeres”.

¿Cómo irritarían tanto a la población? Inundando la ciudad con artefactos infames. Salivaderas oscilantes, imposibles de acertar; cucharas de papel plateado que se deshacían en la sopa; peines-navaja que cortaban el cuero cabelludo; solapas desmontables para que, al intentar aferrarlas al calor de una discusión, quedaran en las manos del otro; manijas de tranvía que se desprendían para que se cayeran los pasajeros, escaleras empinadas en las que no había dos escalones de igual altura. Cosas así.
La novela, que quedó inconclusa, finalizaba con Macedonio y Fernández Latour entrando juntos a la Casa Rosada, felices, en medio de un desastre total.
Cualquier similitud con la realidad, aun metafórica, es pura coincidencia, compatriotas.