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El economista de la semana

Brasil y la Argentina no la tienen fácil en el mundo poscrisis

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Después de la fuerte recuperación de 2010 y parte de 2011, Argentina y Brasil son los países que menos crecen en Latinoamérica. Es posible encontrar factores explicativos en común, caso de los problemas de competitividad del sector industrial y los cuellos de botella de la infraestructura. Sin embargo, el empleo privado formal, que creció 20,1% en Brasil y sólo 7,1% en la Argentina de 2008 a 2012, marca una diferencia significativa en una variable que refleja la percepción del futuro por parte de las empresas.

Esta divergencia aflora cuando terminan de cobrar forma las exigencias del mundo pos-crisis sobre países como los nuestros. En ese sentido, Brasil parece contar con más instrumentos que los disponibles en la Argentina.

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Con siete copas del mundo en fútbol sumadas, Brasil y la Argentina están lejos de ser campeones en competitividad fabril. La participación de las exportaciones de manufacturas de origen industrial de la Argentina sobre el total mundial es de sólo 0,23% y de 0,88% para el caso de Brasil. Como referencia, México tiene un market share de 2,24%.

Las exportaciones industriales propiamente dichas representan dos tercios del comercio mundial, por lo que éste es un mercado que no puede ser ignorado por países de nuestro tamaño.

Veamos qué ocurre con el “resto” del comercio mundial, que incluye materias primas, productos agroindustriales y combustibles. En este segmento Brasil tuvo logros significativos, ya que pasó de un market share de 1,44% en 1997 a 2,35% en el presente. En cambio, la Argentina, con todos los recursos naturales que dispone, retrocedió en este segmento del mercado mundial de 1,18% en 1997 a 0,88% en el último dato. Esta diferencia en la trayectoria explica por qué las exportaciones totales de Brasil ahora triplican a las de Argentina, cuando 15 años atrás las duplicaban. Cuando en el día a día de la coyuntura se analiza el problema de la escasez de dólares en nuestro país, no debería obviarse esta cuestión de fondo.

Ahora bien, pensando en el futuro, hay un elemento común de Brasil y la Argentina que forma parte del activo. Por distintos motivos, ambos países fueron prudentes a la hora de contraer endeudamiento en los años previos a 2008 (cierto que ayudados por el bonus de los términos de intercambio, que fortaleció el ahorro interno).

La experiencia de 2012 y lo que va de 2013 permite ver que ese activo es insuficiente. Hay que tener en cuenta otros factores:

El mundo poscrisis crece menos y las importaciones globales avanzan a ritmo muy moderado. Antes, muchos países venían a comprar. Ahora hay que salir a vender.

Los precios de las materias primas lucen estables, con alguna perspectiva bajista en lugar del ascenso vertical que registraron hasta 2011/12. La bonanza permitió ampliar consumo e inversión al mismo tiempo. Ahora habrá que fijar prioridades.

Este cambio de contexto toma a nuestros países “a mitad de camino” en la tarea de lograr mejoras sustentables de la distribución del ingreso.

No se trata sólo de equidad. En esta etapa, los sectores más dinámicos en la economía mundial son intensivos en conocimiento. Aquí también estamos rezagados: los exámenes PISA ubican a los jóvenes de 15 años de la Argentina y de Brasil en los puestos 50 a 60 entre 62 países para lectura, matemática y ciencia. Si hace falta una revolución, es aquí.

El mercado de trabajo debe aportar mucho más para una mejor distribución del ingreso. La revolución aquí pasa por la ampliación del segmento formal en el empleo privado. Así podrían lograrse capacitación continua y salarios más altos sin perder competitividad (ganándola, incluso). Para eso se requieren horizonte e incentivos.

En cuanto a las oportunidades para incorporar mayor valor agregado, en las cadenas vinculadas a recursos naturales parece haber espacio tanto “aguas arriba” como “aguas abajo” de los núcleos productivos. Desde proveedores de tecnología, insumos y maquinaria hasta nuevas plantas que procesen la materia prima. Pero no debe olvidarse que el mundo actual no acepta vendedores pasivos. Y los países competidores (Chile, Australia, etcétera) tienen acuerdos comerciales firmados con sus principales clientes. Aquí se necesita también un giro de 180 grados para evitar que nuestros productos de mayor valor agregado sufran discriminación.

En el plano industrial propiamente dicho, el recorrido más promisorio no parece ser la integración vertical sino un movimiento en sentido horizontal: la incorporación de más y más plantas locales a las cadenas de valor globales. Pero para este objetivo se necesita estar abierto al comercio internacional, con medidas de protección que no sean la regla sino la excepción.

En infraestructura también falta muchísimo. El ranking del World Economic Forum ubica a la Argentina en el lugar 86 sobre 144 países, con 3,58 puntos sobre siete posibles, mientras que Brasil tiene una nota de cuatro y ocupa el puesto 70.

En esencia, con términos de intercambio que han dejado de mejorar y una industria que no aporta a la balanza comercial, el crecimiento vuelve a depender de nuestra capacidad de relanzar la competitividad y/o de la dinámica de la inversión extranjera directa. Brasil, que ha mantenido su régimen cambiario y no registra conflictos contractuales serios con el resto del mundo, está financiando su déficit de cuenta corriente, de 2,8 puntos del PIB, con inversión extranjera directa. Para poder crecer a un ritmo mayor necesitaría avanzar en indicadores de productividad, de modo de moderar las presiones inflacionarias y, al mismo tiempo, mantener acotado el déficit externo.

En cambio, nuestro país está comenzando a pagar las facturas de los controles al cambio y al comercio exterior y de los conflictos contractuales irresueltos. Con una balanza de cuenta corriente que tiende a cero, para hacer frente a los vencimientos de deuda la Argentina tiene que recurrir a las reservas del Banco Central, y esto deteriora más las expectativas.

En cuanto a los problemas en común, en el plano de la competitividad industrial, Brasil ya hizo su corrección cambiaria, y llevó sus salarios en dólares a un promedio del 75% de los vigentes en la Argentina. Aplicó, además, recortes impositivos por 1,2% del PIB. En la dimensión infraestructura, el vecino comenzó a encarar contratos de asociación pública-privada (puertos, rutas, vías férreas) para superar las restricciones presupuestarias. En la Argentina, los contratos de largo plazo enfrentan múltiples problemas, por lo que esta vía parece menos disponible.