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Breve historia del peronismo

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Originalmente el peronismo consistió en una coalición electoral que incluyó a obreros urbanos y a votantes de las clases bajas y medias de las provincias. A ellos se sumó el componente de los “pobres urbanos” —que entonces eran mucho menos numerosos que hoy—. Para captar el voto obrero Perón fundó el partido Laborista y expandió enormemente el número y la fuerza de los sindicatos. Para los electorados provinciales recurrió a dirigentes conservadores. A los pobres urbanos los cultivó Evita.

El componente conservador en la tradición peronista fue siempre importante. No es una curiosidad menor que en la primera elección nacional en la que el peronismo no fue proscripto, en 1973, Perón designó la fórmula Cámpora-Solano Lima. No eligió ni a dirigentes laboristas ni a dirigentes de la tradición de la izquierda peronista (demás está decir que unos y otros le estaban causando muchos dolores de cabeza).

Suele considerarse a menudo que ha sido esencial en la naturaleza del peronismo una inclinación ‘autoritaria’ en el gobierno de la sociedad. Sin desconocer ese aspecto, es preciso advertir que el autoritarismo ha sido un rasgo de la cultura política argentina en todos los tiempos.

Si el peronismo se mantuvo hasta hoy como una fuerza política a la que es difícil derrotar, ha sido sobre todo por su flexibilidad ideológica y por sus “ventajas competitivas” en el manejo de estructuras política territoriales —las cuales, en mayor o menor medida, existen en todas partes pero son excluyentemente las estructuras desde donde se hace política en los ambientes de la pobreza—. Allí entran en juego los dirigentes locales —punteros, caudillos, estudiados por sociólogos, historiadores y gente de acción— que eran ya relevantes en los tiempos de los conservadores.

El peronismo siguió sosteniéndose siempre en esas tres bases electorales, si bien el número de los obreros fue declinando con los años por efecto del progreso técnico y el número de los pobres urbanos es cada vez más numeroso. La heterogeneidad de esa coalición le otorga fuerza al conjunto, y a la vez es fuente de tensiones continuas. El peronismo fue, y sigue siendo, políticamente contestatario en las grandes ciudades y es parte del establishment en muchas provincias.

La estructura fue adquiriendo una impronta confederal y muy descentralizada. La mantiene unida el propósito compartido de ser una “sociedad política” mucho más que la consistencia de un conjunto de ideas. Lo característico de esa sociedad confederal es que cada dirigente local es dueño de un pequeño capital político y secundariamente es accionista de la sociedad general; cada uno controla los votos en una reducida porción de territorio. Esos dirigentes locales preservan, ante todo, su capital, guiados por una fría lógica política. Pero raramente abandonan la sociedad que le da sentido a su identidad.

En la formación del peronismo fueron decisivos los cambios demográficos de la época —migraciones internas, crecimiento de la clase obrera—. Después, en los años ’60 se produjo otro impacto por la movilidad social propia de la Argentina de aquellos años y por el aumento del número de jóvenes con educación alta y media que se incorporaban a la vida activa; muchos de ellos se hicieron peronistas, y muchos “revolucionarios”. Ahora, en los primeros años del siglo XXI, emerge en las clases bajas una juventud en busca de movilidad social; todavía no sabemos cuál será su impacto político. Diez años de crecimiento económico han generado alguna movilidad en la Argentina de los bajos ingresos; eso no se debe a las políticas sociales, que apuntan a mitigar los efectos de la pobreza antes que a erradicarla, sino a las altas tasas de crecimiento de la economía a partir de 2002. Estas crean oportunidades laborales para jóvenes que terminan la educación secundaria, un proceso dinámico que puede abrir camino a fenómenos nuevos, como sucedió en Perú o en Brasil.

Una de las fortalezas del peronismo radica en la flexibilidad que le permite disponer siempre de ofertas políticas alternativas cuando la que está en vigencia se muestra agotada, como es el caso ahora. Por eso hemos asistido, durante décadas, al fenómeno de la capacidad del peronismo de superar los ciclos de desgaste de sus gobiernos —mientras los radicales, por caso, absorben sus propios desgastes en bloque—.

La sustentabilidad del peronismo proviene de sus ventajas competitivas en el mercado político mucho más que de los resultados de sus gestiones de gobierno. Su versatilidad, su sentido “confederal”, su organización apropiada para la comunicación política territorial, son atributos difíciles de superar por fuerzas políticas que carecen de ellos. Las ventajas de unos suelen ser las desventajas de otros; no es culpa del peronismo si otras fuerzas políticas —con escasas excepciones distritales— no han sabido ser igualmente competitivas en esos territorios.


*Sociólogo.