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¿Buenos Aires Gay-friendly?

El Club de Osos de Buenos Aires nació un domingo de 1997 durante una reunión de 30 hombres en un departamento de 40 metros cuadrados de la Avenida Santa Fe. En semanas, gracias al boca a boca, los Osos ya eran 45. Pronto se fueron al Tigre “en un viaje inolvidable”, según testimonios propios, y desde entonces no han dejado de crecer.

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El Club de Osos de Buenos Aires nació un domingo de 1997 durante una reunión de 30 hombres en un departamento de 40 metros cuadrados de la Avenida Santa Fe. En semanas, gracias al boca a boca, los Osos ya eran 45. Pronto se fueron al Tigre “en un viaje inolvidable”, según testimonios propios, y desde entonces no han dejado de crecer. En 1999, 150 Osos y “admiradores” participaban de las reuniones. En los últimos años, más de 400 se acercan cada domingo a la sede de Humberto Primo 1662, San Cristóbal, para la habitual cena y reunión.
El club define a sus miembros en su estatuto: “Los osos son definitivamente peludos y muchas veces canosos. Los osos son voluminosos y no sólo están orgullosos de ello sino que además están ansiosos por mostrarlo (…) Según el libro The new joy of gay sex, el oso típico es totalmente natural, de aspecto rural o del bosque. Generalmente usan barbas completas o espesos bigotes. Son salvajes hombres muy caseros, que disfrutan del fútbol, pescar, la carpintería, plomería, y reparaciones eléctricas. Son simplemente hombres comunes, sólo que son gays”. Suelen ser, además, fieles y cariñosos, y en el estatuto se festeja, con humor, el “abrazo del oso”.
Como el resto de la comunidad gay, los Osos se beneficiaron con las políticas oficiales de los últimos años –la más de avanzada: la ley de unión civil porteña– y con una creciente apertura social. Junto con el tipo de cambio, son las razones de la explosión del turismo gay y del consecuente brote de bed and breakfasts, discotecas, milongas, spas y publicaciones específicas, y justifican la decisión de la Asociación Internacional de Viajes para Gays y Lesbianas de declarar a Buenos Aires Capital Gay de Sudamérica.
Buenos Aires es una de las pocas capitales en que no se registran ataques contra los gays, me aseguró Flavio Rapisardi, funcionario del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) y activo militante por los derechos de las minorías sexuales. Según precisó: “Cayó la ‘legitimidad’ de la discriminación” y ésta ocurre bajo la forma de insulto y de burla pero no como ataques violentos. A modo de ejemplo, apuntó que en algunas ciudades de Brasil “los hate-crimes son alarmantes”.
Buenos Aires se ganó así la etiqueta internacional de gay-friendly: algo que distingue a las ciudades más sofisticadas del mundo; algo, al fin, en lo que se ha progresado y en lo que, se supone, no hay marcha atrás. ¿O la hay?
El pasado viernes 23, mientras los Osos celebraban el cumpleaños de Marcelo Surano, responsable del club, se presentaron en la sede tres inspectores del Gobierno de la Ciudad que ya la habían revisado en la misma semana.
Casi un año antes, en febrero del 2006, otros inspectores que decían haber recibido una denuncia anónima por ruidos molestos clausuraron el local. Después de bregar, los Osos lograron la habilitación definitiva, según explicó Surano, en agosto de ese año. Desde entonces, sucesivas inspecciones confirmaron que todo estaba en orden.
Pero el miércoles 21, dos inspectores llegaron a verificar que el local estuviera…cerrado. Los Osos mostraron la habilitación en regla. Los inspectores dijeron que estaba bien –según me contaría luego María Rachid, presidenta de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (LGBT), a la que el Club de Osos está adherido–, pero advirtieron que en el baño no había expendedor de preservativos con monedas.
La observación no podía haber sorprendido más a los Osos, que replicaron lo obvio: en distintos puntos del local, canastos enteros son mantenidos siempre llenos de preservativos gratis, que el Gobierno nacional entrega a los Osos como partícipes activos de la campaña contra el sida. Los inspectores, sin embargo, insistieron en que debían venderse, no regalarse.
(Nota para el lector: si el planteo parece absurdo, recuerdo que, algún tiempo antes, otra partida similar se presentó con el mismo reclamo en Casa Brandon ¡que es un bar de lesbianas!).
Cuando volvieron dos días más tarde, los inspectores insistieron en su reclamo y, al recibir la misma respuesta, llamaron a la Policía Federal, que llegó sin orden de allanamiento escrita. Un oficial alegó que tenía una orden telefónica”de la fiscal de turno Martínez.
Los Osos, cuya otra característica, según su estatuto, es que no se dejan amedrentar, les impidieron el paso. Los policías amenazaron con entrar por la fuerza y advirtieron que iban a anotar nombres y DNI de los asistentes. Eso no se hace desde la dictadura,–me recordó Rachid. Se hacía para amenazar a la gente que no quería verse señalada en un lugar gay.
Cinco patrulleros rodearon el local. Enseguida llegaron funcionarios del INADI y abogados de la LGBT, que llamaron a la fiscal Martínez y se encontraron con que la única fiscal de turno se llamaba Andrade.
Pese a las evidencias, la fiesta terminó, obligatoriamente. Cuando el local quedó vacío, la Policía clavó en la puerta la faja de clausura.
Los abogados de la LGTB aprestan una denuncia por violación de derechos que llevarán a la Justicia federal y otra, por discriminación contra los fiscales para presentar al gobierno de Mauricio Macri. El temor colectivo es que la modalidad de inspección y clausura, nueva para estos tiempos, sea señal de un cambio verdadero: que la gente que discrimina ahora se sienta respaldada políticamente, en palabras de Rachid.
¿Se puede imaginar, con esperanza, otra explicación? ¿Acaso los inspectores querían alguna otra cosa? ¿O acaso actúan como agentes de venta de las compañías de preservativos? Tan absurdas como parecen, cualquiera de estas alternativas suena casi deseable.