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Carnavalia

Así como la mayor parte de la actividad de nuestro cerebro consiste en interactuar consigo mismo (hablarse a sí mismo, por decirlo de alguna manera), así también (y ambas cosas están íntimamente relacionadas) buena parte de la actividad de una sociedad compleja como las que habitamos en este inicio de milenio es autorreferencial.

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Así como la mayor parte de la actividad de nuestro cerebro consiste en interactuar consigo mismo (hablarse a sí mismo, por decirlo de alguna manera), así también (y ambas cosas están íntimamente relacionadas) buena parte de la actividad de una sociedad compleja como las que habitamos en este inicio de milenio es autorreferencial: la sociedad opera sobre sí misma, se testea, se autorrepresenta, se contradice, se recuerda, se interroga. En este sentido, pocos fenómenos de la cultura son más significativos que el Carnaval. En Brasil, donde el fenómeno tiene la mayor intensidad conocida del planeta, se acaba de cerrar una vez más el ciclo carnavalesco. Sobre el Carnaval, en general, y sobre el Carnaval brasileño en particular, se han escrito bibliotecas enteras y defendido tesis de doctorado en innumerables universidades de todo el mundo. Sin embargo, la fascinación que alimenta el ritual carnavalesco resulta irresistible y el momento no parece haber llegado –valga esta columna como prueba­– en que el Carnaval deje de nutrir reflexiones y especulaciones sobre su significado.

Venido de las profundidades de la historia social de la especie, el dispositivo carnavalesco fue retomado por la civilización de la modernidad para ser, finalmente, incorporado al sistema contemporáneo de los medios de comunicación, incorporación de la cual Brasil ofrece el ejemplo más acabado: millones de dólares transforman los Carnavales urbanos más importantes (Río de Janeiro, Sâo Paulo, Bahía, Recife, Olinda) en el centro de la programación de las redes de televisión durante largos días y largas noches, en comentario obligado de diarios, radios y sitios de Internet y en consecuencia también en tema i-neludible de conversación de todos los sectores de la sociedad. De esa gigantesca producción discursiva, algunas imágenes recorren fugazmente el mundo entero.

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A lo largo de ese proceso, asistimos a una doble inversión (no en el sentido económico del término, sino en el sentido en que un espejo nos devuelve una imagen invertida). La primera inversión constituye la definición misma del fenómeno carnavalesco: el Carnaval es, en su origen, la inversión sistemática del vínculo que funda el orden social existente en un momento dado. De pronto el pobre es rico; el blanco, negro; la periferia aparece en el centro; el serio es ridículo; el indigente, suntuoso; la transgresión, norma; el hombre, mujer; la mujer, hombre; el esclavo, amo. Usando una metáfora que el progreso tecnológico ha envejecido, el Carnaval es el negativo de una fotografía de la sociedad. Y es también entonces necesariamente un revelador.

Pero la mediatización, a través de sus condiciones y sus efectos, produce una nueva inversión: la imagen invertida sufre a su vez una inversión. El Carnaval ha sido, históricamente, una entidad cultural cercana al espectáculo del circo, pero su especificidad consistía en la invasión del espacio social urbano. En su forma clásica, los blocos del Carnaval eran, súbitamente, una multitud popular que ocupaba las avenidas recorridas día tras día por la burguesía de las grandes ciudades. En este sentido, el Carnaval tradicional fue durante mucho tiempo un acontecimiento profundamente político. Con la creación de los sambódromos, particularmente en Río y en Sâo Paulo, el Carnaval es expulsado del espacio público: si el pueblo quiere Carnaval, diseñemos lugares especiales para ello. Se favorece así una tendencia que aparece también en el campo del fútbol: finalmente, es más cómodo y menos peligroso mirar la televisión en casa que salir a desfilar o ir a la cancha. Ese espectáculo virtual, transformado en producto de la oferta televisiva, carece de dimensión política.

El “Carnaval da rua” (el Carnaval de la calle) sigue existiendo en las grandes ciudades, paralelamente a los desfiles. ¿Pueden las comunidades barriales recuperar su dimensión política? Por el momento, merece apenas algunos segundos de una nota pintoresca al fin del noticiario. A las dos grandes noches de desfile carnavalesco en el sambódromo de Río, la Rede Globo le dedica no menos de quince horas de televisión en vivo.

Cada cosa en su lugar, nâo é?


*Profesor plenario Universidad de San Andrés.