COLUMNISTAS

Carta abierta

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Estimados directivos del grupo Penguin/Random House de Argentina: por la presente me dirijo a ustedes afín de recomendar la publicación en Buenos Aires de La trabajadora, novela de Elvira Navarro, publicada el mes pasado por el mismo grupo editorial en su casa matriz de Barcelona. Navarro (Huelva, 1978) es una de las más interesantes escritoras españolas contemporáneas. Sus dos libros anteriores (La ciudad en invierno y La ciudad feliz, publicadas en el mismo holding) siendo muy buenos, tampoco encontraron circulación en este país del sur. Pero La trabajadora representa un salto capital en la obra de Navarro, y está llamada a ser una novela crucial en la escena del habla castellana actual. Estimados directivos: imagino su gesto de refunfuño al leer estas líneas (si es que las leen) y también creo imaginar su primera reacción: la literatura española no funciona en Argentina. Tiene mala prensa. Hay una vieja tradición –de la que Borges fue uno de los principales propagadores– que supone que la literatura española no está a la altura de la argentina. Que es demasiado ingenua, poco arriesgada, demasiado sentimental, verborrágica y castiza.

Es esa una verdad a medias, como todas las verdades. Una verdad falsa. Hay un sinnúmero de ejemplos en la dirección contraria. Y hay otra tradición, más reciente –que tuvo a Fogwill como principal propagador– que dice que en España no hay escritores, sino editoriales, es decir, plata. Sólo plata. Es cierto que en España en las últimas décadas circuló demasiado dinero, que el mundo editorial vivió en una burbuja no muy diferente al del mercado inmobiliario, y que aún hoy muchos editores españoles mantienen la misma actitud arrogante que en los 2000, como si no hubiera pasado nada. Pero Fogwill, como antes Borges, estaba equivocado. Hay una buena decena de escritores españoles actuales construyendo una obra que no merece más que elogios. E imagino, también, que ustedes deben estar pensando que la literatura española no vende en Argentina. Es esa una realidad, como también lo es que casi toda la literatura argentina tampoco vende mucho. ¿De cuántos autores argentinos de la sección “literaria” han reimpreso un libro en los últimos años? Ninguno de esos reparos debería obstaculizar la publicación local de La trabajadora.

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Déjenme, en todo caso, que les presente mis argumentos sobre el libro. La trabajadora es una novela que repiensa el realismo para subvertirlo, para expandir sus posibilidades expresivas, para llevarlas a un extremo. Entremezclando, con maestría, la historia íntima de dos personajes femeninos en la mediana edad, y los cambios urbanos, sociales y económicos de Madrid, termina siendo una poderosa reflexión sobre qué significa narrar en la crisis. Crisis moral y económica, por supuesto, pero también la crisis del género novela, el agotamiento de una forma que se ha vuelvo, casi, anacrónica. La trabajadora abre con un breve capítulo sobre la locura en el sexo, sobre la locura cuando se vuelve ordinaria, y continúa luego con los avatares laborales de la narradora, correctora externa y precarizada en el mundo editorial. Precariedad es una buena definición para esta novela, y podría haber sido también su título, o en todo caso el complemento del título: el momento en que la trabajadora se precariza. En el que la propia narración tambalea.