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Chesterton ve pasar la historia

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Antes de comenzar, una aclaración. Desconozco la procedencia de la frase, pero de lo que estoy seguro es que no es mía. La frase, con más o menos variantes, oída infinidad de veces –pero siempre de boca de gente amable y admirable, como yo–, dice así: los libros de los que más ansiamos escribir son aquellos que más pueden prescindir de nosotros y de lo que podemos decir de ellos. Eso, además de hablar bien de quienes la pronuncian, habla mejor de ciertos libros, y mucho mejor de una práctica que debería crecer en el mundo editorial argentino, ésta es, la inmovilidad y el silencio. La era victoriana en la literatura, de G.K. Chesterton, que hace poco publicó Prometeo Libros en su colección Arte & Estética, pertenece a esa clase de libros. De modo que todo lo que pueda decir al respecto puede considerarse prescindible, y podría resumirse, como hizo en 1981 el traductor Víctor Canicio al finalizar –sin una sola nota al pie– su traducción del Peso del mundo, de Peter Handke, con un escueto y respetuoso “Gracias (N. de T.)”. Prueba de amor, entonces, o mejor, de agradecimiento a Chesterton, es que escribo sobre este libro formidable, que echa luz sobre temas y cuestiones que exceden la era victoriana, y que hunde sus pies en el barro de la argentinidad más argentina, es decir, en Borges.

Hay cierto método de ataque que suele ser previsible y que no siempre se encuentra en los ensayos o en libros de historia. Este libro de Chesterton comienza así, de modo que ni vale la pena citarlo porque lo verán en breve. Cherterton renuncia al relato cronológico y prefiere avanzar “del mismo modo que una rama se tuerce hacia atrás y adelante continuamente, mientras que la veta de la madera de esa rama corre verdaderamente un río inquebrantable”. Su método consiste en avanzar y retroceder entre las fechas, razón por la cual el lector no encontrará ninguna. Chesterton se parece menos al historiador que al biólogo, o mejor al pequeño arqueólogo, que lo que conseguirá es esbozar una pequeña arqueología. Se puede intentar demostrar cómo se producen ciertos movimientos, del mismo modo que en la pintura se podría contar la historia, por ejemplo, de cómo se creó la perspectiva, en qué fecha se inventó la pintura al óleo, etcétera. En literatura tampoco las cosas ocurren por casualidad. Está hecha por hombres y mujeres que viven en sociedad en un momento determinado, que se expresan, y escriben esa expresión, o que expresan de un modo determinado sus impresiones. Pero deben de haber estratos geológicos, movimientos subterráneos culturales. Chesterton ve esos estratos y esos movimientos con claridad pasmosa, o debería decir que nos hace creer que los ve con claridad pasmosa. Hay algo que sorprende en él y que no tiene correlato en ningún otro escritor contemporáneo, a menos que consideremos a Borges un escritor contemporáneo.

La realidad suele ser compleja, y los libros suelen ser más complejos aún. Pero Chesterton parece haber visto con claridad lo que ocurría en la literatura mientras la literatura ocurría. Como si hubiera estado ahí todo el tiempo, viendo pasar la historia delante de sus ojos.