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Cincuenta sombras de Irán

El Cercano Oriente es escenario actualmente de una lucha estratégica, diplomática, religiosa, étnica y lingüístico-cultural.

Cincuenta sombras de Irán
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¿Qué otra posibilidad existe para juzgar los acontecimientos que hacerlo a través de la experiencia propia? Cuando el jueves 2 de abril miles de personas se lanzaron a las calles en Teherán para festejar el acuerdo marco preliminar alcanzado por Irán y las potencias mundiales, fue muy difícil para un argentino razonablemente memorioso compartir la euforia.

Aquí ya señalamos las ventajas que veía Barack Obama en un acuerdo que diera fin a los 36 años de guerra fría con Persia: reduciría la intensidad de la relación Estados Unidos-Arabia Saudita (país tan proveedor de petróleo como financista del terrorismo internacional); distendería la presión del gobierno sobre la población civil (Peter Beinart, en Haaretz, sostuvo que la alegría del jueves 2 se debía a que la gente sentía que el acuerdo los empoderaría política y económicamente); y un acuerdo estabilizaría Medio Oriente, plagado de conflictos y guerras civiles.

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También señalamos las objeciones de los sectores más recalcitrantes del Congreso de Estados Unidos. Pero uno puede desconfiar del acuerdo sin necesariamente simpatizar con el Tea Party y asimismo ansiar la paz sin compartir la algarabía por el acercamiento. Basta ver el súbito rebrote del gen dominante llamado “cinco mil años de bazar” que ha llevado a Alí Jamenei en las últimas horas a “enfriar” las perspectivas de un acuerdo nuclear, “calentando” así tanto el panorama global como sus relaciones con el presidente Hasan Rohaní. “Queremos el levantamiento de las sanciones económicas el mismo día de la firma del acuerdo”, regateó.

Todo lo que antecede, recordémoslo, en este contexto. Irán combate contra el califato de Estado Islámico en Irak y Siria, que es enemigo mortal de Israel. Teherán ayuda al régimen de Assad en Damasco, ayudado por Hezbollah, que combate contra Estado Islámico, al tiempo que los sauditas colaboran con suníes extremistas en Siria que combaten contra Assad y Estado Islámico. Turquía, hacia el este, está cerca de Irán y los sauditas, pero pelea contra Assad (y así sucesivamente; Uri Avnery).

El primer ministro Benjamín Netanyahu arremetió contra el acuerdo. Declaró que estaba “tratando de matar un mal acuerdo”, y que todavía había tiempo de aplicar el torniquete con sanciones adicionales.

En momentos en que los analistas norteamericanos especulan con que es prácticamente imposible echar por tierra el arreglo por vía legislativa y que, aunque lo fuera, aún restaría el veto presidencial, Netanyahu agitó que dejar sin sanciones a Irán y por añadidura permitirle capacidades nucleares “diseminaría una verdadera carrera de armas nucleares entre los países suníes en Medio Oriente”. Añadió (y no se trataba de horario de protección al menor) que Irán se prepara para aniquilar Israel, hegemonizar la región y amenazar a Norteamérica. Luego hizo una pausa para respirar.

Esta columna se ha opuesto a las políticas del actual gobierno israelí respecto del pueblo palestino y sus legítimas aspiraciones. Pensamos que, por mucho que Netanyahu haya dicho el domingo 5 que no es Israel sino Estados Unidos quien piensa en una opción militar en contra de Irán, su conducta ha sido la opuesta.

Habiendo sido dicho lo que antecede, y no compartiendo las expresiones tremendistas de Netanyahu (en lo que tienen de esperpéntico), sí pensamos como argentinos con buena memoria que el hecho de que Irán objetivamente haya ganado tiempo hasta aquí, en complejísimas negociaciones acerca de la cantidad de centrifugadoras, el grado de enriquecimiento del uranio y la modalidad de las inspecciones internacionales, de las que participaron cerebros altamente calificados (por ejemplo, Ali Akbar Salehi –presidente de la Organización Atómica Iraní–, nombrado ministro de Relaciones Exteriores a fines de enero de 2011), lo coloca más cerca y no más lejos de pasar a formar parte del reducido club de los tenedores de la bomba atómica. Y que esta ventaja no “hace del mundo un lugar más seguro”, por repetir una frase hecha. Salehi vivió en Irak, Líbano, Arabia Saudita, Austria y Estados Unidos, habla fluidamente árabe e inglés, es un especialista en ciencia pero también en la construcción del programa nuclear iraní, y tiene una extensa experiencia en diplomacia internacional.

Antes de su raid televisivo en Estados Unidos, Bibi Netanyahu convocó a su gabinete de seguridad y exigió que Irán “reconozca” la existencia del Estado judío como condición previa al acuerdo definitivo, que se firmaría el 30 de junio. Parece que en la materia, los adverbios son “previo” o bien “contemporáneo”. ¿Y el futuro?

La Casa Blanca, que tiene experiencia en lidiar con las invectivas de Bibi, manifestó a través del viceconsejero nacional de seguridad, Ben Rhodes, que no va a intentar convencer al primer ministro Netanyahu de que piense de un modo diferente. Tal vez sea reparador quedarnos con las palabras del secretario de Energía Ernest Moniz, un reputado científico nuclear altamente involucrado en el acuerdo de Lausana: “Estoy seguro de que el entramado del acuerdo tiene el poder de bloquear todos los caminos hacia una bomba”. Aunque, como dice la canción Guitarra enlunarada: “Quien te ve de noche, compañera,/ sabe que la paz es pasajera”.

Dicho lo cual, en el seguimiento medianamente angustiante de la lucha estratégica, diplomática, religiosa, étnica y lingüístico-cultural que recubre a todo el Medio y el Cercano Oriente, suele dejarse de lado la necesidad de precisar ciertos datos que suelen ser eludidos por los comentaristas de los medios masivos, datos que conforman el instrumental “portátil” de análisis de esa crisis internacional mayor.

1. Irán no ha invadido a otro país desde 1730.

2. Irán no es un país árabe ni semita. Su lengua es el farsí, que es de raíz indoeuropea y es hablada por setenta millones. El árabe se enseña en las escuelas por ser el idioma en que está escrito el Corán (un poco como el latín, otrora, en Occidente).

3. La adhesión temprana de Persia al islam (allá por el siglo VII) derivó en la preeminencia de la variante chií, en su versión conocida como “la de los Doce”, y que difiere de la predominante en Yemen, conocida como “Zaidí”.

(Continuará).