COLUMNISTAS
Gobierno y sociedad

Claves de un nuevo equilibrio

El escenario regional agita fantasmas cercanos y conocidos. De qué depende que la transición derive en cambio de ciclo.

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El estado de las cosas. | Pablo Temes
Las noticias políticas más resonantes de las últimas semanas parecen mostrar un escenario muy confuso y vertiginoso, tanto en la región como en la Argentina. Las novedades policiales y judiciales, las intrigas de las mafias y del espionaje, las declaraciones amenazantes y autoritarias de personajes trasnochados, los insultos, las pedradas, el impacto que tendrán la destitución de Dilma y la ceguera de Maduro, y también los errores del Gobierno, parecen ser todos elementos que configuran un escenario negro para el futuro inmediato de la política y la economía argentinas. Las crónicas periodísticas de la radio y la televisión, y también las opiniones en las redes sociales contribuyen a crear fantasmas, ficciones y angustias. Sin embargo, los cambios políticos rara vez encuentran explicaciones convincentes en la inmediatez. Más bien, los procesos políticos suelen conllevar cambios de fondo, y un análisis menos melodramático puede mostrar la existencia de ciclos más lentos y parsimoniosos.

Como ocurre cuando el presidente no es peronista, la espada de Damocles que pende sobre la Argentina es el problema de la ingobernabilidad, esto es, la caída del Gobierno (o su parálisis), con las consabidas consecuencias para el bienestar social y económico de la población. Si sucedió en Brasil, nuestro hermano mayor que se proyectaba en el mundo con orgullo y solidez, ¿por qué no volvería a sucedernos a nosotros, que jamás hemos conocido siquiera el mediano plazo? Pero el enfoque del tema podría también estar orientado a percibir que los problemas complejos no se arreglan con la mera voluntad, ni con un golpe de timón. Con eso sólo se puede evitar un traspié aun mayor. En Brasil, por ejemplo, el problema complejo no era la persona de Dilma, ni su mal carácter, ni sus políticas antaño progresistas, sino la excesiva fragmentación partidaria (reflejada en el Congreso) que hace débil a la presidencia, que la obliga a compensar a una gran cantidad de pequeños aliados sedientos, y que llevó a un estado de cosas en el que todos los partidos son débiles, volátiles y encima están todos inmersos en redes gigantescas de corrupción. Triunfó el “Fora Dilma” y se encontró un nuevo punto de equilibrio, pero también muy inestable, porque el problema complejo quedó incólume.

En Argentina, en cambio, la elección de 2015 se parece cada vez más a una bomba en profundidad que quebró varias de las columnas que sostenían los cimientos del esquema político de los últimos 25 años. Todavía es muy pronto para saberlo, pero podría tratarse de una verdadera transición, y quizás por eso a la política, a la economía y a la sociedad les está costando mucho saber cuál será finalmente el nuevo punto de equilibrio.

La política está en estado gaseoso, y lo seguirá estando al menos hasta las elecciones de 2017. El Gobierno goza de un apoyo considerable pero todavía no consolidado. Por su parte, la oposición política está tratando de redefinirse. La muerte de lo viejo no es automática (ni inexorable), y el nacimiento de lo nuevo tampoco. Pero no puede haber un nuevo punto de equilibrio si no hay algún contrapeso en la oposición.

La economía, prebendaria y protegida, parece empezar a digerir el cambio del ciclo, ahora orientado a la competitividad, bajando la presión inflacionaria y a la expectativa de que un resurgir brasileño y una nueva generación de obra pública inyecten dinero y apunten al problema más serio, el desempleo. En este plano, incluso los movimientos en el sindicalismo tienen final incierto. No está tan claro por cuánto tiempo su estrategia será la resistencia a través de su lógica corporativa tradicional reflejada en liderazgos longevos y proteccionismo, o si en cambio en algún momento buscará un reacomodamiento estratégico hacia el modelo de la productividad y la transparencia.

La sociedad, por su parte, no termina de acomodarse al cambio que puede significar el paso de entender la democracia como un bien de consumo, es decir, como un bien en sí mismo que debe, en el mejor de los casos, satisfacer ciertos estándares de calidad, a concebirla como un bien de producción, esto es, como un insumo para la producción de otros bienes, por ejemplo una forma de convivencia mejor, menos agresiva y violenta, que por supuesto permite la discrepancia, pero sobre todo que promueve la construcción de acuerdos para construir expectativas sobre el futuro o para implementar medidas difíciles con resultados a largo plazo. Esta oposición de formas de entender la democracia la expuso el politólogo cubano Jorge Domínguez, profesor de la Universidad de Harvard, en una conferencia magistral que dictó hace un mes en un congreso de ciencia política en México. Domínguez no estaba hablando de la Argentina, pero su conceptualización resulta útil para el análisis de nuestros problemas complejos.

En el último cuarto de siglo, las principales amenazas a la democracia y la gobernabilidad en América Latina han sido sus propios presidentes, que intolerantes y en nombre de la patria, del pueblo o la revolución, han forzado desencuentros y despilfarros, pero sobre todo incertidumbre sobre el día después. La gobernabilidad, en cambio, se fortalece cuando el gobierno y la oposición buscan encuentros, dan credibilidad y planifican políticas con consensos generando, al final del proceso, ahorro e inversión. En cualquier caso, debe quedar claro que tal virtuosismo exige transparencia y claridad al gobierno, y profesionalismo a la oposición.

El Gobierno parece tener un horizonte, pero lo muestra con cuentagotas. Negocia, ralentiza. Quizá demasiado confiado en el cambio, ha decidido regalar la trinchera mediática tradicional a los propios medios y a la oposición. Prácticamente no se defiende de las críticas de todos los que, lanzados a primerear al Gobierno en todos los temas, alimentan aún más la incertidumbre transicional. Pero quizá las elecciones de 2015 pusieron en marcha un mecanismo que supera ya al propio gobierno. Hay signos objetivos y subjetivos bastante perceptibles de que ha comenzado, muy de a poco, un nuevo ciclo.

*Politólogo.