Son extraordinarias las repercusiones que los dichos de Susana “Matambre” Giménez
han tenido entre nuestra “colonia artística”, que hasta ahora nunca se había
manifestado tan abiertamente como colonia (es decir, como satélite de una metrópoli que no se sabe
muy bien cuál puede ser, pero que tiene que ser alguna porque ni “Matambre” Giménez ni
sus seguidores -Cacho Castagna, Luis Alberto Spinetta, Marcelo “Pantera rosa” Tinelli,
Moria “Tiranosaurus” Casán, Chiche Gelblung- pueden ser capitales o sedes de ningún
pensamiento consistente) ni tampoco como artística (es decir, como entregada a la lógica de la
cultura industrial que es la de “el arte por el arte”, completamente desgajada de
cualquier otra variable que sus propias alucinaciones).
El lunes pasado, “Tiranosaurus” Casán, con su peluca de acrílico y su piel de
plasticola, dijo que la pena de muerte le parece poco y la cárcel, demasiado, porque es ella, una
trabajadora que ha dado todo de si para alegrar a las familias argentinas, a que tiene que mantener
a los delincuentes encerrados. Después, en el mismo programa, Elisa “Tanque de Agua”
Carrió completó esos dichos excesivos y recordó que ella (y empezó a mirar fuera de cuadro una y
otra vez, como hace siempre en la televisión, para intranquilidad de los televidentes) propuso
(“hace años”) una Ley de Responsabilidad Penal Adolescente. Los niños y jóvenes, dijo
la sedicente sempiterna candidata a Presidente (“como Lula”), deben ser encarcelados
para de ese modo destruir el vínculo con las organizaciones delictivas.
La pena de muerte en Argentina es un tema de rango constitucional porque, como todo el mundo
sabe, la Constitución Nacional prohibe su ejercicio. Discutirla a boca de jarro o a labio de
colágeno es un entretenimiento más, sin consecuencias. Uno podría considerar que la frivolidad del
planteo de la colonia artística se deriva de su propia lógica (yo no dije “taradez”) o
que, por el contrario, sirve para desviar la atención de asuntos más serios (por ejemplo, las
investigaciones de la que es objeto el novio –o ex– de “Matambre” Giménez,
que aparentemente tiene una patológica debilidad afectiva por los canallitas, los corruptos y los
delincuentes). Más difícil es saber por qué los cuadros políticos más visibles se entregan a la
misma discusión trivial.
Escribo esta columna desde San Pablo, una ciudad ante la cual Buenos Aires parece Magic
Kingdom. Alguien acaba de decirme: tengan cuidado con sus cosas, que a un empresario le robaron la
laptop en el lobby del hotel. Bueno, contesto, es que si uno anda dejando la laptop en cualquier
parte, hasta en Berlín se la roban. Hay gente que llama a la desgracia. Aquí, y en la reina del
Plata.
¡Comparada con otras ciudades latinoamericanas, la iluminadísima Buenos Aires (Plaza Once
parece un estadio o un campo de aterrizaje para naves extraterrestres) es muy segura y, si no lo es
más, es por las condiciones estructurales relacionadas con la miseria y la falta de esperanzas (que
arrastra al mismo pozo ciego al amor y a la fe).
¡“Tanque de agua” Carrió repitió varias veces (entre una y otra mirada hacia el
fuera de campo) que cómo podía uno decirle a un chico que no robe en un país gobernado por
ladrones. A lo mejor tiene razón. Pero tampoco es posible sostener ese mandamiento en un país donde
las estrellas de la colonia artística se asocian con narcotraficantes, esconden en graneros autos
comprados con privilegios que no les corresponden, falsifican documentación pública y manipulan
cifras (en nombre del entretenimiento). En fin... lo que se sabe.