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OPINIÓN

¿Cómo lo hacen?

Ahora el poder centralizado se juega en negociaciones entre el gobierno nacional, el Grupo Clarín, la ex SIDE y los jueces federales.

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La excepción es Ñ, que mantiene interés y dignidad, la página diaria de cultura, aunque ahora perdida en una sección llamada Spot (supongo que en los focus groups el nombre habrá dado canchero, moderno, juvenil), la columna dominical de Federico Monjeau, y alguna otra cosa que se me escapa. Por lo demás, tengo una inmensa pregunta: ¿cómo lo hacen? ¿Cómo lo consiguen? Quiero decir, ¿cómo se hace para que hasta el último periodista perdido de cualquier medio del Grupo Clarín, en sus radios, en sus canales de televisión, en sus diarios, en sus páginas de internet, en todas las secciones, modos y horarios, piense igual, escriba igual y baje la misma línea con la misma intensidad plana, sin matices, sin pliegues, sin diagonales? (Por cierto, eso incluye también a buena parte del ecosistema de medios no pertenecientes al grupo, pero que funcionan como satélites). Esa homogeneidad totalitaria y vertical la conocíamos en medios como Pravda o Granma. Pero esos medios eran sólo voceros de un poder centralizado, externo al diario. Ahora el poder centralizado se juega en negociaciones e intercambios entre el gobierno nacional, el Grupo Clarín, la ex SIDE y los jueces federales (se juega entre esos cuatro actores hasta que, como de costumbre, Clarín despida a uno –el Gobierno– y busque nuevo reemplazo). ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo hacen para que cada día no haya dudas sobre el daño que hay que causar, a quién, cuándo, de qué modo? Un día un tema, otro día otro, un tercero otro, pero en verdad siempre igual, siempre el mismo: verdaderos grupos de tareas mediáticos.

¿Cómo lo hacen? ¿Se mandan instrucciones por WhatsApp? ¿En reuniones matutinas? ¿Por fax? ¿Ya se conocen de memoria, alcanza con una mirada? No lo sé. Y me encantaría saberlo. No saber el efecto de la política general, la opresión en la vida cotidiana –eso ya lo sabemos–, sino la microhistoria, los detalles menores de cómo funciona una maquinaria totalitaria. Porque, a diferencia de Pravda, es decir, del Orwell de 1984, hoy la censura la ejerce el mercado. Y el Estado es sólo un apéndice del mercado, con otro nombre. El célebre y extraordinario artículo de Leo Strauss –“Escribir entre líneas, un arte olvidado”– en el que analizaba los modos de escribir –y leer– en las sociedades totalitarias, la idea de escribir entre líneas, de mandar mensajes cifrados, juegos de sentidos ocultos, como un modo de “evitar la coerción” de los grandes regímenes totalitarios de principio del siglo XX, quedó irremediablemente viejo. Ahora, en la época de la censura mediática total (que puede llegar hasta a ocultar quién ganó una elección: allí se pone en entredicho la propia idea de elección, método –el voto– funcional al sistema de control), las cosas están a la vista. Ya no entre líneas, sino crudas, directas y sin ninguna utopía de un afuera.

Pienso en otro texto, de 1979, La condición postmoderna, de Jean-François Lyotard, muchas veces criticado –tal vez con razón– pero que incluye frases decisivas, como ésta: “La disposición de las informaciones es y será más competencia de expertos de todo tipo. La clase dirigente es y será cada vez más la de los ‘decididores’. Deja de estar constituida por la clase política tradicional para pasar a ser una base formada por jefes de empresas, altos funcionarios, dirigentes de los grandes organismos profesionales, sindicales, políticos, confesionales”.