COLUMNISTAS

Como un árbol

Compré en una librería de viejo uno de esos paquetes de libros de los que una no sabe qué es lo que hay adentro. Baratísimo, vea. Cuando lo abrí en casa me encontré con que todos eran no libros viejos sino viejísimos. Y a mí los libros viejísimos me pierden. Uno de ellos es una joya, algo más que una joya. Tanto, que estoy pensando en mandárselo de regalo a la Señora Presidenta. Me temo sin embargo que a ella no le deben interesar mucho los libros. Otras cosas sí, pero los libros, hmmmm, lo dudo

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Compré en una librería de viejo uno de esos paquetes de libros de los que una no sabe qué es lo que hay adentro. Baratísimo, vea. Cuando lo abrí en casa me encontré con que todos eran no libros viejos sino viejísimos. Y a mí los libros viejísimos me pierden. Uno de ellos es una joya, algo más que una joya. Tanto, que estoy pensando en mandárselo de regalo a la Señora Presidenta. Me temo sin embargo que a ella no le deben interesar mucho los libros. Otras cosas sí, pero los libros, hmmmm, lo dudo.
El autor es nada menos que Abu Merwãn Abdar Malik Ibn Zuhr, conocido en países de lengua castellana como Avenzoar (1063-1152), y el librito es un salterio o breviario. No, claro, no es la versión árabe original: es una traducción al inglés, y el traductor vacila entre breviar(y) y psaltery. No es un salterio; me quedo con breviario. Falta la primera página, pero eso no es un inconveniente porque conserva la sobrecubierta que es más importante. El tema es  el arte de gobernar.
Avenzoar fue un médico, cirujano, maestro y farmacólogo allá por aquellos tiempos. Contemporáneo (y algunos dicen que maestro) nada menos que de Averroes. Miembro de la poderosa familia Banu Zuhr en la que todos los varones y sorprendentemente dos mujeres eran médicos. Aquí, en el breviario sin embargo, Avenzoar se dedica a dar consejos a los gobernantes, tal vez a pedido de algún mandatario que quería indicar a su hijo el camino al poder.
El que gobierna, dice, debe ser como un árbol: poderoso y bienhechor. Su tronco debe ser recio pero suave al tacto; fuerte pero flexible. Fuerte para soportar los embates de los animales y de los elementos pero flexible para no romperse ante los huracanes. Sus raíces deben hundirse profundamente en la tierra que lo sustenta para hurgar (dice literalmente eso, hurgar, to poke) entre las raíces menos vigorosas que las suyas, los animálculos y los restos que los vientos y el tiempo han ido acumulando en el humus nutricio en el que crece. Cada vez más hondo, cada vez más hasta adquirir la sabiduría milenaria de los suelos. Sus ramas tienen que alzarse hacia los cielos buscando el sol que las alimente, las lluvias que las alivien, las estrellas que en la noche las hagan brillar. Así sus frutos serán jugosos y vigorizantes y el caminante que los pruebe podrá seguir más firmemente que antes la senda que lo lleve a su destino. Sus flores serán el alivio y el contento de quienes las contemplen. Modestas, casi ocultas, sin destellos de color ni fulgores de lujos, se mostrarán a los que sepan buscarlas y alegrarán el ánimo de los que las vean.
Será el gobernante, como un árbol, refugio y abrigo para los hombres; seguridad y amparo ante lo imprevisible y lo maligno. ¡Ah, pero cuidado con los hierbajos y las alimañas! Las malas hierbas y las bestias de garra y colmillo pueden llegar a dañar las raíces del árbol y hacer así que el tronco se deforme, se tuerza, se desvíe y ya no cumpla con la misión que de él esperan los que se acercan a su sombra protectora. Porque quien gobierna, como un árbol, está ahí para brindar felicidad a todos cuantos lo rodean. Para dirimir enojosas diferencias, así como el árbol hace girar su sombra al compás del sol, la luz y la luna. Para   enfrentar las tormentas y apaciguar, con sabiduría y prudencia, el miedo de quienes tiemblan ante los conflictos. Para guiar al extraviado.
Sabio escritor, este Avenzoar. Debe haber sido un excelente médico y maestro.