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Cómodas cuotas

Se terminaron las cuotas sin interés.

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Se terminaron las cuotas sin interés.

Por algún motivo que no puedo precisar, la compra en cuotas ha estado relacionada siempre en mi cabeza a la inmortalidad quebradiza, a la promesa no del todo sensata y al futuro subjuntivo, como si el poema de Borges The Unending Gift hubiera quedado mal ubicado en mi biblioteca mental, como una astilla, como un reborde. Es así, soy de los que prefieren no comprar en cuotas, amparados en la coartada de decirse que ahora tengo el dinero y más adelante no sé si no lo necesitaré para algo más urgente. Pero desde hace un tiempo no hago más que postergar compulsivamente, como todo el mundo, el pago de cualquier consumo, arrojándole brutalmente a quien quiera agarrarlo en el futuro el costo de la devaluación de nuestros Belgranos, de estos Rocas travestidos en Evitas, de nuestros yaguaretés horizontales.

En este poema, infinito, recursivo, Borges cuenta que un pintor le promete un cuadro. Pero luego se muere. “Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales”, se queja Borges al comienzo del poema. Sin embargo, luego piensa en el lugar prefijado que la tela no ocupará, en la condición “ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma” del cuadro prometido –que “existe de algún modo”– y concluye que “también los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal”.

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No sé para qué sirve el poema, ni éste ni ninguno. Es probable que sean sólo espejos deformantes que le hacen a mi cabeza esto que describo: creer que hay una relación entre la muerte, la promesa y el pago en cuotas, que es realmente una cosa muy terrenal y muy corpórea. Pagar en cuotas era como decir: “Alguien se está encargando de que en 12, en 18 meses el mundo siga existiendo más o menos tal como lo conocemos”. Pues ahora esa promesa de los dioses, esa caricia del Olimpo, ese marco de permanencia inclaudicable se ha desvanecido. Acabada la ilusión, lo que aparecen son explicaciones fantasiosas que bien podría haber intentado Borges meter en un poema: que la inflación y la devaluación las pagaba el Banco Central y no el comercio, que lo único que ocurre aquí es un “sinceramiento” para que el interés lo pague el consumidor y no la Patria, y que probablemente pagar en cuotas no sea una manera de ejercer el libre albedrío y acomodarse a las mil opciones de consumo (que son en realidad una solita) sino una triste necesidad acuciante del hombre ante al producto: nos hemos empobrecido a niveles que ninguna estadística logra capturar.