El 25 de febrero de 1994, Baruj Goldstein, un judío ortodoxo graduado como médico en EE.UU.,
ingresó en la mezquita de la Cueva de los Patriarcas y abrió fuego contra los fieles que rezaban.
Asesinó a 29 árabes musulmanes e hirió a 150. Sometido y desarmado, fue muerto a golpes por los
sobrevivientes. El ministerio israelí del Interior dijo que la causa de su muerte fue
“asesinato”, pero aunque Israel supo quiénes lo habían liquidado, jamás los procesó por
homicidio y condenó la masacre.
Anteayer, un terrorista ingresó en la escuela talmúdica de Mercaz Harav, y con un Kalashnikov
asesinó a ocho estudiantes. La institución queda en un barrio del Jerusalén judío. Mientras la TV
israelí reproducía en vivo operaciones de las fuerzas de seguridad, los palestinos de Gaza salían a
las calles disparando sus armas al cielo en señal de regocijo y distribuyendo dulces a los niños.
Hamas se declaró responsable de los asesinatos.
El Consejo de Seguridad de la ONU no se puso de acuerdo en una condena unánime a la matanza.
Libia alegó que sólo apoyaría una condena que sancionase “todas” las acciones
violentas, pretexto para incluir en la misma bolsa asesinatos de estudiantes con acciones de
guerra. Gobernada por Muamar Gaddafi desde hace casi 39 años, Libia organizó y ejecutó en 1988 el
atentado contra el vuelo 103 de Pan Am, destruido sobre Lockerbie, Escocia, con un saldo de 270
muertos. “Para nosotros, la pérdida de vidas humanas es la misma”, dijo el emisario de
Gaddafi en la ONU, tras calificar a Israel de ser un “régimen terrorista”.
“El Consejo de Seguridad está infiltrado por terroristas”, replicó el embajador
israelí Dan Gillerman. “Ir a una escuela y matar estudiantes no es lo mismo que la muerte de
civiles en operaciones militares, en las que el objetivo no es civil”. Hamas proclamó alegría
por esta “reacción a los crímenes de la ocupación israelí”.
Tras el ataque del jueves, muchos rollos con la Torá quedaron perforados por los balazos del
terrorista. En Gaza, la gente bailaba, dichosa ante las escenas de Jerusalén. Hamas fue clara:
“Bendecimos la operación en Jerusalén, no será la última”. Habían fracasado hace seis
semanas, cuando terroristas árabes entraron a otra yeshivá, pero fueron sorprendidos y eliminados.
El terrorismo no es exclusividad de Oriente Medio. Ayer, los pistoleros de la ETA volvieron
por más. Asesinaron a un militante socialista de 42 años. ETA es una banda hundida en el subsuelo
abominable de la inmoralidad más exasperada. Ex concejal socialista de la localidad guipuzcoana de
Mondragón, Isaías Carrasco fue acribillado cuando iba a trabajar como cobrador de peaje. Antes de
que pudiera encender el vehículo, el criminal se le acercó y gatilló cinco veces su arma.
En la casi totalidad de los episodios de barbarie terrorista se alega que hay razones para
entender la metodología del crimen, llámese un Estado palestino o un Euzkadi independiente. Si ese
Estado palestino existiese y los vascos pudieran separarse de España, no habría más terrorismo; si
consiguen sus objetivos, abandonarán las armas.
El mundo islámico no ha dado ni da esas garantías. Lo del jueves en Jerusalén fue repulsivo,
pero nada excepcional. El argumento tradicional es que responsable de estos actos en Oriente Medio
es Israel. Para Hamas, seminarios talmúdicos como el atacado son bastiones ideológicos y símbolos
del odiado “sionismo”. Grueso error. Los islamistas no lo ignoran; por el contrario,
los religiosos observantes no prestan servicio militar y los más extremistas hasta desdeñan al
Estado nacional fundado hace 60 años.
Esfuerzos denodados se hacen en Occidente para “entender” a quienes asesinan con
Dios en sus labios. Hamas lo dice sin complejos: las ocho muertes del jueves son “nuestra
única razón para la felicidad”. En pocas palabras, como lo escribió Bradley Burston en
Haaretz, “judíos asesinados por el crimen de ser judíos en ese lugar de estudio y
plegaria”.
Cuando Goldstein asesinó a 29 árabes en 1994, el mundo entero, e Israel en primera línea,
condenó el crimen serial, pero muchos de los que denostaron esa atrocidad, jamás reivindicada por
ninguna entidad vigente en Israel, pueden hoy “comprender” lo que este palestino
perpetró el jueves.
La izquierda israelí, que hace 40 años propone paz y reconocimiento de un Estado palestino,
parece ya casi agotada ante la esterilidad de una causa sin pares válidos en el mundo árabe: no los
hay.
Terrorismo y asesinatos revelan que, al menos para Hamas y quienes gobiernan Gaza, la muerte
de judíos tiene valor intrínseco. No aceptan, como en 1948, que ambos pueblos puedan vivir
pacíficamente uno al lado del otro.
Pistoleros de ETA y terroristas de Hamas están convencidos de que combaten por algo
provisorio, condenado a desaparecer. ETA presume que España es una entelequia, y las organizaciones
armadas palestinas y fundamentalistas piensan lo mismo de Israel; como Irán, que preanuncia una
pronta “solución final”: la liquidación del Estado judío.
Racionalista y benevolente, dispuesto a pensar lo mejor, Occidente tiende a suponer que el
terrorismo se evaporará cuando las “causas” que supuestamente lo provocan desaparezcan.
Grueso error, que no es ingenuo.