El 23 de enero se cumplieron dos años de la muerte de Ryszard Kapuściński, uno de los
más grandes periodistas de todos los tiempos. Corresponsal de guerra, maestro de cronistas, cubrió
decenas de revoluciones y dejó en libros memorables como El emperador, Ebano o El imperio muestras
de su inteligencia para comprender y describir la realidad social y política de los países del
Tercer Mundo –sobre todo del continente africano. Kapuściński escribía en polaco, y
así como era consciente de la complejidad de las situaciones que le tocaba narrar, conocía la
importancia de que sus libros fueran traducidos a otras lenguas. De nada servía arriesgar una y
otra vez la vida si sus textos iban a circular entre un reducido grupo de lectores. “Entramos
en un mundo multicultural y multilingüe, y los traductores no sólo vierten la literatura de una
lengua en otra, sino que gracias a ellos nos aproximamos los unos a los otros. El mundo actual es
inconcebible sin ellos”, afirma el escritor en El mundo de hoy. Autorretrato de un reportero,
un libro de reflexiones compilado por Agata Orzeszek (foto). Orzeszek, también polaca y profesora
de literatura rusa, era compañera de estudios de la hija del escritor. Lo conoció en 1973, y desde
entonces se convirtió en la traductora de su obra al castellano. El miércoles 28, un día después de
poner el punto final a la traducción del próximo libro de Kapuściński (Cristo con un
fusil al hombro, que aparecerá a mediados de este año), dio una charla en la Universidad de
Barcelona donde contó algunas anécdotas sobre la manera en que el periodista pensaba, vivía y
trabajaba. Orzeszek aseguró que Kapuściński supo desde un principio que sus reportajes
inauguraban una forma distinta de narrar, tan personal como novedosa. “Siempre he intentado
crear otro género literario, algo que no fuese el reportaje típico, pero que al mismo tiempo
tampoco fuese ficción”, afirma en El mundo de hoy. ¿De dónde nace esa búsqueda de un estilo
propio, que años después crearía escuela? “Su trabajo no sale de la nada”, apunta
Orzeszek: “Hay toda una tradición polaca de literatura factu; es decir, de ‘literatura
de los hechos’, con nombres como los de Zofia Nałkowska, Boleslav Prus o Ksawery
Pruszynski. Es de esas lecturas de donde parte su obra”.
Un anotador, una lapicera, algo de ropa, una cámara de fotos. Es todo el equipaje con el que
Kapuściński, único corresponsal de la Agencia de Prensa Polaca en Africa, atravesaba el
continente entre tiros, persecuciones y muerte. Tenía la necesidad de estar siempre en el lugar de
los hechos porque, según Orzeszek, su filosofía de trabajo le dictaba que para poder escribir sobre
alguien, era condición necesaria compartir su vida.
Kapuściński creía, además, que cualquier libro que tuviera al mundo contemporáneo
como objeto estaba obligado a ser un texto abierto e incompleto: será la propia historia, en todo
caso, la que se encargue de completarlo. “Siempre dejaba sus libros abiertos. Planteaba
dudas, jugaba con los estilos. La lengua era algo fundamental para él. Se trata de una literatura
que canta, hay siempre una música detrás de sus palabras”, explicó Orzeszek, para quien el
secreto de la singularidad de la obra del periodista polaco descansa en su prosa. Según ella, es
allí donde logra aglutinar del mejor modo sus tres profesiones: “La del estudioso y el
historiador, que reúne y coteja la información. La del corresponsal, que mira y da cuenta de lo que
ve. Y la del escritor, que hace disfrutar al lector del arte de la palabra”.
*Desde Barcelona.