COLUMNISTAS
a la deriva

Confusiones cotidianas

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En una reunión reciente fui vapuleado por no distinguir la naturaleza y contenido de las elecciones próximas, ni las alianzas, agrupamientos y deserciones. Es cierto. Como un adolescente tardío aquejado de somnolencia en la hora de la clase de Botánica, no distingo entre aquellos pistilos y estas florescencias, lo que es curioso porque al mismo tiempo pocas cosas me interesan más que la política. ¿Por qué entonces ese retraimiento, ese desinterés dentro del interés, ese núcleo vacío dentro del lleno dudoso de mi vida? En una apurada respuesta, construyo a placer una teoría: es imposible conocer la naturaleza última de los actos, y mucho más lo es derivar sus consecuencias.

Las implicancias del desconocimiento radical son extraordinarias: en sus Memorias –una serie de apuntes que van desde las estampas paisajísticas al lamento, de la protesta por la traición a la promesa de un mundo nuevo–, Mussolini no puede menos que presentarse como un idealista que dedicó todo su esfuerzo a reconstruir el viejo buen Imperio Romano. El bien, es evidente, radica en el punto de vista. En un cuento tardío de Borges, cuyo título he olvidado, se narran los resultados de una utopía negativa: Hitler y su inconsistente política de reducción de la natalidad, aplicada a un par de grupos étnico-culturales que él llamaba “raza”, son considerados benefactores de la humanidad. Impedido de llegar a una conclusión, me solazo en el debate del día: ¿es ético fotoshopear las cachas de la novia de Tinelli?