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Contra Chilavert

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La última vez que San Lorenzo salió campeón viví un hecho paradójico. Los festejé emocionado en la cancha pero no me gustaba el técnico que teníamos, que era Ramón Díaz. No es que no me gustara cómo jugaba el equipo –teníamos a Lavezzi, a Ledesma y a la Gata Fernández en un nivel superlativo– sino que no tenía empatía con el entrenador. Ramón Díaz parece hincha de sí mismo, no le interesan los proyectos colectivos. Hace poco, cuando le gritaban desde una tribuna adversaria que se habían ido a la B, él respondió rápido de reflejos que no, que él no se había ido, que había sido River el que bajó las escaleras que llevan al infierno. Tendría que ser jugador de tenis. Si hay algo que aprendí en la vida es que los logros colectivos son infinitamente superiores a los logros individuales. Por eso me gusta Juan Antonio Pizzi, el técnico en funciones de mi club del alma. Lo digo ahora que el Ciclón puede o no salir campeón. Pizzi nunca habla de más. Es un técnico trabajador, respetuoso y le gusta que sus equipos jueguen al ataque, abriendo la pelota a lo largo de la cancha y con profundidad. Como vivimos en una sociedad de mierda donde siempre hay que ganar (“Tú no has ganado nada”, el mantra de Chilavert debería estar en nuestro Himno Nacional) para ser “alguien”, Pizzi es mirado de reojo en las tribunas de los exitistas. Hay una hermosa canción de Tom y la Bestia Bebé que escucho todos los días en el auto. Se llama Lo quiero mucho a ese muchacho. Dice así: “Lo quiero mucho a ese muchacho/ no me importa lo que digan de él/ lo quiero mucho a ese muchacho/ yo lo voy a defender”. Vamos Pizzi.