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IOM KIPUR

Contra la injusticia y la indiferencia

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Perdon. Esta festividad está precedida por cuarenta días de oraciones especiales. | shutterstock

Decía el poeta uruguayo Mario Benedetti sobre la necesidad de hacer un alto en la vida cotidiana: De vez en cuando hay que hacer /Una pausa / Contemplarse a sí mismo/ Sin la fruición cotidiana /Examinar el pasado rubro por rubro / Etapa por etapa /Baldosa por baldosa /Y no llorarse las mentiras / Sino cantarse las verdades.
Es habitual que todo caminante, luego de haber avanzado un largo trecho, realice una parada, un alto en su camino. El peregrino suele tomar asiento y  mirar para atrás para ver la senda recorrida y reflexionar sobre la que aún le falta recorrer.
Salvando grandes diferencias, la pausa del caminante halla su paralelo en el contenido espiritual en las Altas Fiestas judías cuya culminación es el Iom Kipur. Justamente este próximo miércoles 19 de septiembre (comenzando la noche del martes) el Judaísmo conmemora el Iom Kipur (Día de la Expiación, más conocido como Día del Perdón). ¿Cuál es el secreto de la supervivencia de esta conmemoración en el mundo moderno luego de casi tres mil años? Trataremos de brindar algunas hipótesis sobre su vigencia en épocas tan distintas y en geografías tan disímiles.
Debe recordarse que el Iom Kipur no es el único día para recapacitar y hacer el pedido sincero de perdón a los restantes seres humanos y al Creador; está precedido por cuarenta días previos de oraciones especiales.
El sentido del ayuno del Iom Kipur no implica pasividad, sino, por el contrario, actividad. De acuerdo con el texto de Isaías (Cap. 58), que se lee durante el rezo en la sinagoga, el ayuno debe tener un significado de activa solidaridad con los necesitados, los desvalidos y los desposeídos.
Escribe el filósofo judío Emmanuel Levinas: “Jamás existimos en singular porque estamos relacionados con los seres y las cosas que nos rodean. (...) Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro”.
Como él mismo afirma en otro texto, la tragedia del hombre no procede de sus limitaciones y de la inexorabilidad de la muerte; más bien debe ser encontrada la tragedia humana en la explotación y en la injusticia, que nosotros como género humano producimos. O en la indiferencia ante el dolor de otros seres humanos.
¿Cómo es nuestro mundo actual? Mientras se destruye nuestro hábitat natural por la sobreexplotación;  según el último informe de la FAO, ha aumentado el número de personas que pasan hambre, ahora son 815.000.000 (de los cuales 155.000.000 son niños) y cantidades mueren por año por enfermedades prevenibles.  En nuestra América Latina 42.500.000 personas no cubren sus necesidades alimentarias. En la otra punta existen ultramillonarios, como antes nunca existieron, (según el informe de la Oxfam: 61 personas  poseen  la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. En América Latina y el Caribe el 10% más rico posee el 68% de la riqueza de la región).  
Uno de los problemas de nuestra época es el exagerado individualismo y la falta de solidaridad. Ultimamente pensadores como Lipovetsky, Bourdieu y Dubet lo acaban de señalar enfáticamente. El Papa caracteriza nuestros días como los de la “globalización de la indiferencia”.
Volviendo al tema de esta nota, estas festividades se proponen –entre otros objetivos– que la solidaridad no pase de moda. Nos preguntábamos al comienzo del artículo acerca de la vigencia de estas conmemoraciones durante casi tres milenios. La respuesta está, quizás, en que interpretan el sentimiento solidario de deseo de un mundo mejor, gobernado por la ética y el amor al prójimo.

*Presidente del Centro de Investigación y Difusión de la Cultura Sefardí (Cidicsef).