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Convicciones erradas

Nos pasamos la vida confrontándonos con hechos, mentiras, verdades que parecen indudables y que en cambio lo son.

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Nos pasamos la vida confrontándonos con hechos, mentiras, verdades que parecen indudables y que en cambio lo son. Creemos en ciertas cosas y en otras no, a veces de un modo arbitrario y sin tomarnos el trabajo de ir a controlar, tal vez por el temor de saber que aquello en lo que nos gustaba creer no existe. Convivimos con convicciones erradas, algunas nos hacen compañía desde chicos, encontraron un lugar en nuestras mentes, hicieron allí su morada y no nos abandonaron, tal vez porque entonces nos la dijo alguien a quien considerábamos infalible, un padre o un maestro. Wikipedia, ese gran catálogo del saber humano y sus debilidades, tiene una página dedicada a las convicciones erradas: List of common misconceptions. Estamos convencidos de que hasta la aparición de Colón todos creían que la Tierra era plana, que en la Edad Media la gente se moría joven, que Napoleón era petiso y que los murciélagos son ciegos. Y bien: no.

Las galletas de la fortuna no son originarias de China: fueron inventadas en Japón, y de allí pasaron a Estados Unidos. Es muy raro encontrarlas en China, donde en cambio son reconocidas como un símbolo de los Estados Unidos.
En el libro del Génesis nunca se habla explícitamente de una manzana. El texto original hebreo hace referencia al “fruto prohibido” y al “árbol”. La culpa la tienen los artistas franceses y alemanes del siglo XII, que comenzaron a representar el fruto prohibido como una manzana.

No existen evidencias históricas suficientes para decir que los vikingos usaban yelmos con cuernos: esta convicción maduró a partir de 1876, con las primeras puestas en escena de la ópera El anillo del nibelungo, de Richard Wagner.

La clásica imagen de Papá Noel vestido de rojo no fue un invento de Coca-Cola para una publicidad. La empresa comenzó a usar esa imagen en los años 30, cuando en realidad desde décadas antes se habían usado imágenes de viejos gordos con barba y cabellos blancos ataviados de rojo.

Albert Einstein nunca tuvo problemas con las matemáticas. Sólo falló en un examen de ingreso al Politécnico Federal de Zurich en 1895, pero de todos modos obtuvo un puntaje óptimo. Rindió bien el segundo examen.
Nunca existió un “teléfono rojo”, una línea de comunicación segura entre Moscú y Washington durante la Guerra Fría. De hecho, nunca existió una línea telefónica propiamente dicha. Desde 2008 hay una conexión segura para intercambio de mails, pero entre el Kremlin y el Pentágono.

Los toros son indiferentes al color rojo. Como buena parte de los bovinos, no ven el color rojo como nosotros, sino un color grisáceo. Son los movimientos de la capa y del torero lo que lo irrita, porque percibe un peligro.
Las uñas y los cabellos no siguen creciendo durante días en las personas muertas. Se tiene esa impresión a simple vista porque después del deceso la piel se seca, retirándose y exponiendo entonces mayores porciones de uñas y cabellos.

Nadie usa el 10% de su cerebro. Esa convicción deriva de algunas declaraciones del psicólogo estadounidense William James expresadas en el siglo XIX. Pero eran erradas.