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Dicen quienes la conocen que la cárcel no produce en ella amedrentamiento, y políticamente le daría mucha más visibilidad que una banca en el Senado.

ELLAS: Milagro Sala y la ex presidenta, procesadas notorias.
ELLAS: Milagro Sala y la ex presidenta, procesadas notorias. | Cedoc PERFIL

Quizá se equivoquen aquellos que creen que Cristina Kirchner se presentó como candidata a senadora para obtener fueros. Dicen quienes la conocen que la cárcel no produce en ella amedrentamiento. Que se multiplicarían por mil las controversias que se generaron por la detención de Milagro Sala. Y políticamente le daría mucha más visibilidad que una banca en el Senado. Es más, que no haya colocado en las listas de diputados a su preferida, Juliana Di Tullio, que en diciembre deja de ser legisladora, sino como senadora suplente, es la mejor prueba de que pensaría renunciar a su banca en algún momento no tan lejano, supuestamente cuando se lanzara como candidata presidencial, en 2019.

Ir a la cárcel como Milagro Sala sería la mejor campaña para su candidatura a presidenta en 2019

Al igual que Néstor Kirchner, que después de ser presidente se presentó como candidato a diputado en 2009, para terminar perdiendo con Francisco de Narváez, Cristina Kirchner tendría una lógica distinta sobre lo que significan el triunfo y el fracaso. Y sorprendió a quienes creían que, después de ser presidenta dos veces y reelecta con el récord del 54% de los votos en primera vuelta, no sería candidata a senadora en estas elecciones de 2017 para no correr el riesgo de perder con pesos livianos para ella, como Esteban Bullrich y Gladys González.

Otra señal fue cómo Cristina Kirchner criticó la decisión de Macri de no presentarse como candidato a presidente en 2011 porque sus posibilidades de triunfo eran escasas, comparándolo con la actitud militante de Néstor Kirchner de enfrentar disputas aun sabiendo que iba a perder.

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El kirchnerismo tiene muchos ejemplos paradójicos donde toma decisiones contrarias a la maximización de lo que resulta un beneficio desde la lógica clásica: recientemente, no haber aceptado hacer las PASO con Florencio Randazzo, que le hubieran permitido un triunfo con 40% de los votos en la provincia de Buenos Aires, demoliendo el optimismo del Gobierno y cambiando quizás el curso de los acontecimientos. Otro ejemplo fue durante el conflicto con el campo, en 2008, cuando dejó que la votación por la célebre 125 en el Senado avanzase con riesgo de perderla sin siquiera hablar directamente con Julio Cobos, previa a su votación definitoria, ni ella ni su marido.

Así como Néstor Kirchner una vez se tiró del escenario hacia el público, como hacen los rock stars en sus shows, simbólicamente los Kirchner tiran sus cuerpos a la fortuna confiados en que también los van a sostener. Y en ese misticismo no es imposible que Cristina Kirchner crea que volverá a ser presidenta en 2019 o 2023, y que hasta algún día lo será Máximo Kirchner, quien no sería el tonto que juega a la PlayStation que pintó la caricatura del programa de Lanata sino alguien que –por lo menos– es un gran lector de política, ideológicamente más cercano al trotskismo que al peronismo.

Para la mayoría de los argentinos hoy resulta ridículo y contrario al sentido común que Cristina imagine nuevamente el apellido Kirchner en la presidencia. Pero no es así para un 20% de la población nacional.

Con más deseos que evidencias, el kirchnerismo primero imaginó a Macri como una especie de De la Rúa que se iba en helicóptero y por eso creyó en las encuestas que daban a Cristina Kirchner ganadora en la provincia de Buenos Aires hasta por diez puntos de diferencia. Ahora redimensionan su estrategia e imaginan que en el “peor” escenario seguro vuelven dentro de seis años, cuando al modelo de Macri le pase lo mismo que al de Menem: se asfixie porque no pueda renovar deuda externa, por la combinación de alguna crisis internacional y la acumulación de alto endeudamiento.

O antes, si tuviera razón James Rickards, autor de varios best-sellers sobre economía y finanzas de la lista de The New York Times, quien viene pronosticando una nueva crisis mundial: “La gran caída”. Rickards sostiene que “la cuestión no es si se producirá un colapso del sistema monetario mundial, sino cuándo”, como consecuencia de haber sofocado la gran crisis de 2008 emitiendo moneda en gran escala, lo que califica como “el mayor error de la historia de la economía”. Por ahora, la realidad mundial viene demostrando lo contrario.

Con una forma de entender la militancia como aguante, para el kirchnerismo 2019 es hoy y 2023 es apenas mañana. Pero también ve a los años 70 como hoy, porque esa diferente dimensión del tiempo que da el ensimismamiento en una ideología, la que como a una religión se le asigna infalibilidad, congela el devenir sobre la base de un determinismo que doblega cualquier contingencia. La historia tiene una dirección y un propósito. Además, la economía es política y –creen– más tarde o más temprano que Macri fracasará porque aplica el modelo “equivocado”.

Cristina Kirchner ya es senadora porque la diferencia de votos con Massa es de tal magnitud que no existen posibilidades de que no salga por lo menos segunda e ingrese al Senado por la primera minoría. Con un mandato hasta 2023, fecha tope para que nuevamente el ciclo político argentino tenga que producir otro realineamiento, porque para entonces, aun habiendo sido reelecto Macri en 2019, ya no podría ser más candidato. Ese año Cristina Kirchner cumplirá 70 años, la misma edad con la que Donald Trump fue electo presidente de Estados Unidos el año pasado.

Se ve como Perón, que tuvo decenas de juicios pero volvió a ser presidente por el fracaso de sus sucesores

El macrismo se ilusiona con que ella sea candidata presidencial dentro de dos años e imagina un ballottage entre Macri y Cristina Kirchner donde el Presidente obtenga más del 60% de los votos para que, ya en 2019, ella pase definitivamente a ser historia.

Aunque no sea por seis años sino por dos, Macri y Cristina tienen intereses concurrentes. Y sólo la evolución de la economía pondrá fin a esta novela.