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DEPORTE E IMAGEN

Cuando los Juegos se transforman en política

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Mundiales de fútbol, juegos olímpicos y grandes competencias deportivas internacionales tienen  atractivo tanto para los amantes de los deportes, pero en especial para los líderes políticos.

Los presidentes ven en esa clase de competencias una oportunidad única para demostrar sus logros de gestión, el posicionamiento global de su país y aquellas aspiraciones internacionales pretendidas. La política y el deporte van de la mano aunque sus objetivos no necesariamente sean los mismos.

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Eventos que capturan la atención de amplios sectores de la población humana suelen ser utilizados buscando efectos políticos inmediatos así como también de largo plazo. Desde los Juegos de Munich en 1936, hasta los recientes Juegos de Invierno  Sochi, y en poco tiempo más el Mundial en Brasil, la organización de esas actividades no sólo dicen algo acerca del país organizador, y de quien detenta el poder en él, sino también para derribar viejos mitos y construir nuevos.

Estas compulsas deportivas muestran tres tipos de poder interrelacionados: el nacional, en términos de capacidad organizacional y de atracción; el personal, demostrado en términos de imagen de los círculos del poder y el uso político que hacen de esa actividad; y el internacional, ya que no sólo se da relevancia a un espacio geopolítico en particular, sino también en la capacidad que ese gobierno tiene para convocar a otros líderes a asistir a la inauguración o al cierre, lo cual forma parte del reconocimiento político de ese actor en la escena internacional y el prestigio alcanzado. Cuatro de los cinco llamados “Brics” organizaron eventos deportivos de magnitud internacional.  

Los líderes esperan  que los niveles de popularidad asciendan domésticamente o se incremente el conocimiento internacional de ellos y ahí aparecen los problemas, ya que los Juegos suelen contener riesgos inherentes. Si analizamos los costos totales de los Juegos que en miles de millones ascienden son cuantiosos (China 2008, US$ 44; Londres 2012, US$ 15; Sochi 2014, US$ 50; Brasil 2014, US$ 13), aparecen cuestionamientos domésticos acerca de la oportunidad, y la prioridad de hacerlos, además –dependiendo el país–  de los problemas de corrupción, falta de transparencia, más allá de los imprevistos edilicios o problemas con la agenda para tener la infraestructura necesaria a tiempo, la coyuntura internacional o el sentido de oportunidad que suelen tener disidentes de determinados regímenes o grupos terroristas.

Cuando todo el mundo está mirando, las falencias son más notorias y el liderazgo político paga las consecuencias.

Para Putin, los Juegos de Invierno revelaron dos cuestiones. Si bien este líder tiene una alta popularidad –la cual ronda el 70%–, los Juegos contribuyeron a que sus conciudadanos percibieran el regreso de Rusia a la escena internacional como exportadora de símbolos. Sin embargo, se realizaron a la sombra de la crisis política de Ucrania, y debido a la alta injerencia rusa en esa cuestión, la comunidad internacional tuvo distintas reacciones incluso la de no participar en los  eventos de cierre.

La región no está exenta de dicha dinámica. El Mundial de Fútbol permite que Dilma sea conocida internacionalmente en forma masiva, por la organización de dicho evento, pero también por los cuestionamientos internos, los problemas de infraestructura y sus desavenencias con la FIFA. Esto provoca que su imagen interna sufra vaivenes encontrándose hoy en el 30% de aprobación general, aunque en el exterior es cada vez mejor vista.

Un evento sirve para recibir un mayor número de menciones aunque no necesariamente esa mención sea positiva. Los juegos internacionales pueden ser buenos para los negocios, buenos para el turismo y brindan alguna que otra emoción para los fans, pero para los políticos puede ser lo único, y tal vez lo último que se recuerde de ellos.

*Director de la carrera de Gobierno y Relaciones Internacionales de UADE.