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crecer con inflacion

Cuando termine el corto plazo

Sostenida por el contexto internacional, la economía argentina mantiene su ritmo de crecimiento, a pesar de las altas tasas de inflación. La cercana frontera de la escasa inversión en infraestructura.

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La Argentina cierra un año de alta inflación y alto crecimiento. Este escenario es insostenible en el largo plazo. Sin entrar en discusiones teóricas, o conceptuales, resulta sencillo demostrar, viendo nuestra historia, que si una inflación elevada y un crecimiento sostenido fueran compatibles, nuestro país sería hoy la principal potencia mundial. Por lo tanto, no es necesario abundar en el argumento. Tener alta inflación por períodos prolongados termina generando estancamiento, recesión, decadencia.
Pero este resultado se verifica después de un período relativamente prolongado. En el corto plazo, todo es posible.
Esto introduce dos cuestiones: la primera es no saber cuánto es corto plazo. La segunda surge del hecho de que el escenario inflacionario no afecta a todos por igual, al mismo tiempo.
Me explico. Primero: ¿cuánto tiempo puede soportar una sociedad alta inflación, sin caer en un estancamiento que obligue a “estabilizar”?

Claramente, ello depende de las condiciones del entorno. La Argentina de 2007-2010, años en que nuestro país viene presentando una inflación “libre de Indec” de dos dígitos crecientes, se mueve en un escenario de buenos precios relativos internacionales, buena liquidez global, dólar débil y un buen Brasil. Junto a un stock de capital privado que, al menos en los sectores más dinámicos, resultaba, inicialmente, razonable o fácilmente renovable. (El agro con rápida respuesta e inversión de escala relativamente baja. El sector automotor de las terminales con capacidad ociosa, para dar dos ejemplos). Y una infraestructura pública, en especial en energía, que partía de sobreinversión y que, por ende, se ha ido deteriorando lentamente y todavía a costos crecientes de gasto, subsidio, importaciones, ineficiencia y cortes en los picos, no ha implosionado totalmente.
A la vez, el sector público presentaba cierta holgura fiscal, por las ganancias de la devaluación inicial, sumada al default de la deuda pública.

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En el mercado de trabajo, en tanto, veníamos de muy alto desempleo y salarios extremadamente bajos, con lo que la reducción del desempleo primero y la relativa indexación de los salarios formales después, más los subsidios generalizados, permitieron a una parte importante de la fuerza laboral “tolerar” precios de bienes y servicios crecientes. Y a otra, aprovechar el contexto de créditos para consumo a tasas negativas, para adelantar consumos futuros, en especial de electrodomésticos.
Mirando hacia adelante, es cierto que el entorno internacional se mantiene favorable, por ahora, pero no es menos cierto que la capacidad ociosa, en la mayoría de los sectores, se ha ido reduciendo y, salvo excepciones, poco se hace para ampliarla en el actual contexto, que el deterioro de la infraestructura pública se torna cada vez más evidente y que el desempleo ya no baja más.
El sector público tuvo que recurrir a la expropiación de los fondos de pensión primero, y a tomar por asalto el Banco Central después para financiar con reservas y emisión monetaria un esquema de gastos, inversión y subsidios cada vez menos sostenible, consolidando y agravando, paradójicamente, de este modo, el problema inflacionario.

Por lo tanto, si bien no hay elementos, salvo un cambio en el panorama global, que hagan prever una recesión inminente, el “corto plazo” de convivencia entre alta inflación, indexación salarial, tipo de cambio “anclado”, gasto público creciente, baja inversión, baja productividad, deterioro de la infraestructura pública, caída de la rentabilidad empresaria, etc., se hace cada vez más “corto” y menos “plazo”.
La segunda cuestión es que el fenómeno de alta inflación y pérdida de competitividad cambiaria no afecta a todos por igual, y al mismo tiempo.

No es lo mismo producir soja que frutas. No es lo mismo producir autos que alimentos. No es lo mismo ser una gran empresa con escala y acceso a financiación internacional que ser una pyme. No es lo mismo tener contratos con el Estado que con el sector privado. No es lo mismo ser un trabajador formal sindicalizado que ser un trabajador informal, viviendo de “changas”. No es lo mismo cobrar la jubilación mínima, o un subsidio, que estar en otra categoría o no tener acceso a planes sociales.
El corto plazo, entonces, se está agotando para algunos más rápido que para otros.