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¿Cuánto pesa la democracia?

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Norman Foster, ya consagrado como arquitecto, dio rienda suelta a su pasión por la aeronáutica. Foster vuela y, como un dios que observa sus creaciones, admira su obra desde el aire. Es el arquitecto global, según su propia definición, y argumenta que en esta característica reside el éxito de su estudio.
El rasgo de Foster no es la grandilocuencia, sino todo lo contrario. Su fuerza reside en la ocultación del esfuerzo, en la línea grácil, armónica. Sus volúmenes parecen surgir espontáneamente, como si hubieran sido puestos allí donde están erigidos por generación espontánea, relacionándose con el mundo a través del cristal que los recubre. Sus puentes fingen ser sostenidos por un equilibro existencial y no por imperativo de la física, dado que una de las virtudes de Foster es la de introducir materiales muy ligeros a todos sus proyectos. De ahí el título del documental de Norberto López y Caros Carcas: ¿Cuánto pesa su edificio, señor Foster? (How much does your building weigh, Mr. Foster?).
Richard Buckminster Fuller, arquitecto e ingeniero americano, cuya filosofía fue hacer más con menos, visitó con Foster el Centro de Sainsbury de Artes Visuales de la Universidad de East Anglia en el Reino Unido. Después de observar el edificio a bordo de un helicóptero pilotado por el mismo Foster, ya en tierra en un restaurante, Buckminster Fuller le preguntó: “¿Cuánto pesa tu edificio, Norman?”. Foster confiesa que no tuvo respuesta para esta inesperada pregunta, pero que una semana después ya disponía de la cifra precisa y que el proceso para llegar a ese dato le permitió descubrir el excesivo peso de los materiales utilizados. Acto seguido en el documental, Foster hace una demostración del aprendizaje adquirido en esa experiencia, comparando el hormigón con ladrillos estándar y, finalmente, con un nuevo material de alta tecnología muy ligero y permeable al paso de la luz.
¿Cuánto pesa la democracia? Foster podría hacer una propuesta para que sin perder su esencia se viera liberada de buena parte de su peso. Su restauración del edificio del Reichstag, hoy el Bundestag, la sede del Parlamento alemán en Berlín, da prueba de ello.
La destrucción del Reichstag al final de la Segunda Guerra simboliza la caída de Hitler. Su restauración, según Foster, debía connotar la voluntad democrática de una nación: “Recuerdo haber dicho que de ninguna manera sería partícipe en la recreación de un símbolo que fue parte del pasado del emperador y que es un símbolo de autoritarismo. Lo que hicimos fue proponer algo que pudiera funcionar con la ecología del edificio, que trabajara con el viento, que aprovechara la circulación del aire, que dejara pasar la luz, que diera sombra, y que fuera una especie de procesión hasta la cima de los visitantes que vendrían a la cúpula. La cuestión era: ¿reparas el daño? ¿Tomas el viejo edificio y haces que vuelva a parecer nuevo? ¿O enseñas lo que le ha pasado al edificio? ¿Enseñas su historia? ¿Dejas los mensajes de los soldados rusos, a veces obscenos, escritos en la piedra?”. Según Foster, sí: es parte de la historia de Alemania, no se puede borrar.
El nuevo presidente español, el socialista Pedro Sánchez, ha decidido retirar los restos de Franco del Valle de los Caídos, donde fueron enterrados. Las voces en contra son mínimas, pero, ¿qué hacer con el Valle de los Caídos, un monumental tributo al nacionalcatolicismo? ¿Demolerlo? ¿Intervenirlo? ¿Qué materiales más leves son necesarios para desactivar la gravidez del autoritarismo?
Cruzar el viaducto de Millau de Foster, en Francia, entre el Causse du Larzac y el Causse Rouge, es una experiencia más que motriz, estética. El puente de Foster, de casi trescientos cincuenta metros de altura y dos kilómetros de longitud, se abre paso entre las nubes y mientras se va atravesando, se experimenta la leve oscilación. ¿Cómo es posible ese equilibrio casi imposible? De eso se trata.

*Periodista.