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De la parquedad o el fin de los discursos

Dicen que Carlos Reutemann, alias Lole, es parco. Según confiesa, sólo habla cuando tiene algo que decir. Se muestra diferente al común de los políticos, que no ahorran palabras aunque nada tengan que decir.

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Dicen que Carlos Reutemann, alias Lole, es parco. Según confiesa, sólo habla cuando tiene algo que decir. Se muestra diferente al común de los políticos, que no ahorran palabras aunque nada tengan que decir. Parece un hombre de una sola pieza al que no le tiembla el pulso. Sus antecedentes profesionales pueden ser una prueba de esta imagen. No sabemos la causa por la que Schumacher no es candidato, por ahora, a la presidencia de Alemania, ni por qué no lo fue Niki Lauda en Austria o, no, no es el caso, qué decir de Fangio. El hecho es que Reutemann ha sido otra creación política de Carlos Menem.

De su gobierno provincial se dicen muchas cosas. Unos recuerdan que visitaba los hospitales en moto, que era el que más temprano llegaba al despacho, que no emitió bonos en tiempos de Patacones. Otros señalan que fue responsable de la muerte de siete personas por represión en 2001, que la inundación que arrasó la vivienda de miles de familias se debió a obras inconclusas en un hipódromo de Santa Fe, que había en su equipo funcionarios del Proceso, que nombró familiares en la Corte Suprema, que privatizó el Banco Provincia y lo entregó a los hermanos Rhom, que ya tenían antecedentes de aventuras financieras en el Uruguay, que metió a la fuerza a chaqueños en vagones y los devolvió a su provincia.

En suma, una gestión polémica.

Reutemann, dos veces gobernador y senador desde hace años, siguió en la política con su habitual discreción hasta que salió a la palestra en estos meses. Habla, y estamos atentos a lo que dice. Afirma que la soja es el petróleo de su provincia y como senador está para defenderla; a las dos, a la soja y la provincia. ¿Qué más dice? Nada.

Sí, dice algo más, afirma que es peronista. Esto es muy raro. Con la irrupción de Menem en la política argentina, el peronismo ha perdido identidad doctrinaria. A partir del momento en que el presidente dos veces elegido por la mayoría de los argentinos, y ganador de la tercera elección en 2003 al ser primera minoría, jefe del partido que ganó legislativas en toda la década del noventa, desde que ingresaron a las filas del justicialismo los neoliberales de la UCeDé, los represenantes de la oligarquía como los Born, con los abrazos al almirante Rojas y la economía en manos de un hombre del Proceso como Cavallo, desde ese momento peronista es todo aquel que tiene plata para llenar de afiches las paredes de la ciudad y poner avisos por televisión diciendo que es peronista.

Peronista puede ser un neoliberal, un gorila, un motonauta, un conservador, un represor de la dictadura, un desarrollista, un radical, hasta un peronista a veces puede ser peronista. Reutemann dice ser peronista porque es el partido que les gusta a los argentinos, si les gustara el Partido Humanista, sería humanista.

No es una broma, la broma, en caso de existir, la hace la gente seria, tan seria y parca como Lole.

De todos modos, como dice Alf, no hay problema, vivimos la era del fin de los grandes relatos, bien lo subrayó el brillante filósofo J.F. Lyotard: ya no nos cobijamos bajo doctrinas totalizadoras, utopías redentoras, concepciones del mundo integradoras. Vivimos en un mundo fragmentado, disperso, imprevisible, frente al cual hay que ser ágil y pragmático, es decir... no decir nada, y hacer; o no, tampoco hacer nada.

No hay que asombrarse del éxito de esta insipidez ya que los grandes oradores de púlpito nos curaron de espanto. Alfonsín nos quiso seducir con un tercer movimiento histórico, se fue antes de tiempo. Menem, con la nacionalización de las propiedades de los ingleses y con Facundo, ya sabemos. De la Rúa nos invitaba al universo ético, ya sabemos. Duhalde, con un modelo productivo que no pudo aplicar en diez años en su provincia chata y amplia porque no sabía que el mundo estaba tan globalizado. Néstor y Cristina Kirchner, con el retorno a las fuentes del setenta, pero, nada cuaja, los grandes relatos de la argentinidad hacen agua, se nos escapan los discursos nacionales. Por eso funciona bien la industria editorial dedicada a las narraciones históricas. Se nos vuela el presente y, por compensación, podemos inventar un pasado, rememorarlo, encontrar héroes, vestirlos a la moda de hoy, recuperar desaparecidos de hace dos siglos como Mariano Moreno, hacer de Juárez Celman un desguazador del Estado, ponerle patillas, vivir al revés.

Hoy no hace falta saber hablar en política, ni tener ideas. Las ideas dependen de las ocasiones. De las situaciones concretas. Reutemann dice que a él le gusta conversar con los chacareros y la peonada. Ellos tampoco hablan mucho. Son hombres de pampa húmeda, como don Segundo Sombra. ¿Para qué meterse en el mundo, que es más complicado que tobiana en celo? Las cosas siguen su curso, que el tiempo dirá: hoy llueve, mañana seca, pasado aclara.

No sé por qué, modestamente, no me convence del todo la estampa del hombre de los fierros que habla poco y es simple. Tiene virtudes, me parece que una de las más salientes, para comenzar, es su desconfianza. Es una virtud básica en todo cínico. Si alguien está interesado en aquella filosofía antigua que fue el cinismo de Diógenes y que M. Foucault remozó con sus últimos cursos, debería tomar en cuenta que un cínico ya no cree en casi nada ni nadie. Es lo que tan bien resumió Oscar Wilde: el cínico sabe que nada tiene valor y que todo tiene su precio.

Volviendo de la cultura a la agricultura, Reutemann estaba haciéndole pata al poder de los K hasta la crisis de la soja. Si los K se ponen de acuerdo con la Mesa de Enlace, el Lole se borra de las de octubre, si la rosca sigue, sigue. Depende, veremos, total qué se pierde con esperar.

¿Si quiere ser presidente? Depende. Si la cosa no está demasiado podrida, puede ser. ¿Pero para qué? Porque la gente se lo pide. ¿Qué gente? ¿Los chacareros? ¿Tinelli?

¿Qué cambios haría Reutemann a la política de los K? ¿Eliminar retenciones? ¿No alteraría ningún aspecto en especial? ¿Es sólo un poco de aire fresco para un justicialismo disperso? ¿Un transitorio aglutinador? ¿Un operativo de distracción? ¿Nada? ¿La necesaria agitación que necesita la vida política cuando hay embotellamiento? Vivimos la época del fin de los grandes relatos. Ni la libertad virginiana, ni la seguridad, ni el socialismo bolivariano, ni la guerra santa, ni el comunismo chino, ni el peronismo secular, ni Cambalache. Pero también vivimos el fin de los inventos mediáticos. No duran ni los quince segundos de fama de Warhol. La resonancia puede ser prolongada, como la luz de una estrella apagada, o el repetido sonido de un disco rayado. Pero por ahora, hasta la próxima siembra, mejor buscar algo más auténtico.


*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).