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De la utopía a la ilusión

Como cada madrugada de los martes, comparezco frente a la pantalla para escribir algo sobre el PRO que tendría que aparecer el próximo sábado de abril, fecha en que cumple sus primeros ciento treinta días de mandato.

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Como cada madrugada de los martes, comparezco frente a la pantalla para escribir algo sobre el PRO que tendría que aparecer el próximo sábado de abril, fecha en que cumple sus primeros ciento treinta días de mandato. Son el treinta y seis por ciento de su primer año de gestión, y el nueve por ciento del período constitucional previsto para su mandato. ¿Parece mucho? A los gobernantes les parecerá poco y a los que no gobiernan y especialmente a los ahora ociosos séquitos de Ibarra y Telerman ya les parecerá demasiado tiempo lejos de sus cargos, sus rondas de negocios y sus pomposos besamanos. Eso es todo lo que puedo escribir sobre el PRO. En cuanto al progreso queda mucho por decir, o hacer. Por ejemplo, citar un inolvidable epigrama del rumano Cioran: “La civilización avanza desde la agricultura hacia la paradoja”. Aunque no hayamos leído todo, podemos apostar a que la mayoría de quienes dejaron testimonio escrito de sus pensamientos siempre tendieron a quejarse de su tiempo, pero pocas veces para augurar tiempos mejores.
Ovidio –nacido en el corazón de Roma veinte siglos antes que Cioran– terminó sus días expatriado por Augusto en la misma Rumania. En sus Metamorfosis describió un mundo mejor, en el que los hombres cultivaban la fe y la rectitud, pero no la tierra, porque no usaban arado ni rastrillo para “herirla” y se limitaban recoger los animales y los frutos que ella, sin violencia humana, les cediera.
Este mito fundador de la doctrina romana de los ciclos históricos fue reciclado por el pensamiento utópico del romanticismo que tanto influyó en el joven Marx, en cuyo favor hay que contar que a esa relación entre el instrumento –el arado de Ovidio–, la tierra y los hombres la dotó de una formulación científica al uso de su época, y que a la utópica edad de oro de los romanos la proyectó hacia un futuro lejano aunque inexorable, que brotaría de las manos de “la diosa partera de la historia”, según su compañero Engels llamó a la violencia que aboliría por fin la propiedad privada de la tierra y de los instrumentos de producción: rastrillos, arados, tractores, redes informáticas, etc. Pero el progreso –especialmente, el progreso del control social– neutralizó la profecía de Marx, reemplazando la utopía social de la felicidad humana por la ilusión individual del bienestar, la acumulación ilimitada de chucherías y experiencias triviales y la prolongación de la vida más allá del horizonte de la decrepitud natural.