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De un polaco a otro

Terminé la columna de la semana pasada hablando de Baroni: un viaje, la excepcional novela de Sergio Chejfec, tan a contramano de las ficciones argentinas de estos días y de la moda que le ha conferido a lo íntimo una irrefutable connotación chic. Ahora me gustaría empezar con el mismo libro.

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Terminé la columna de la semana pasada hablando de Baroni: un viaje, la excepcional novela de Sergio Chejfec, tan a contramano de las ficciones argentinas de estos días y de la moda que le ha conferido a lo íntimo una irrefutable connotación chic. Ahora me gustaría empezar con el mismo libro. Entre las sorpresas que el contacto con una escultora genial pero apresuradamente catalogada como “popular” le despierta al narrador, figura el aspecto didáctico de la obra, que tiene en Baroni el propósito de “inspirar, enseñar, mostrar, circunscribir”. Pero también señala Chejfec que hay en Baroni una melancolía asociada con nuestro lugar en el mundo: “Cuando vemos que nuestro lugar, el que ocupamos, es impreciso e incluso, indecidido, sin dudarlo nos plegamos a ella”.

Una melancolía de otro tipo (aunque no necesariamente) me asaltó a principios de la semana pasada cuando, de pronto, tuve la visión de que la Argentina kirchnerista me acompañaría por mucho tiempo, quizás hasta el final de mis días. Todo indica que nos encaminamos hacia un país con un solo partido político y un solo poder, que sucesivas elecciones consolidarán con el tiempo mientras una debilitada y caricaturesca oposición servirá apenas para convalidar los requisitos más exteriores de la democracia. Mientras tanto, el sistema no sólo se vuelve menos republicano, menos federal y más corrupto, sino que la desigualdad social se acentúa, oculta por un gigantesco aparato de propaganda y el silencio o la aquiescencia de los intelectuales.Me di cuenta, entonces, de que no estaba preparado para una situación política, social y humana semejante y se me ocurrió preguntarme si la literatura tenía algo que responder a la pregunta por la manera de habitar un territorio tan capcioso y resbaladizo como el que nos circunda. Di entonces por casualidad con Dos ciudades, un libro del polaco Adam Zagajewski, que contiene una selección de relatos y ensayos cuyos géneros se mezclan y confunden. Famoso como poeta, Zagajewski nació en Lvov, hoy Ucrania, en 1945. Disidente del régimen comunista, se exilió en París en 1982 y actualmente vive en Houston. Lejos de arrojar una luz definitiva sobre el tema, el libro agrega otras dudas y la convicción de que al llegar la madurez, no es la experiencia lo que prima, sino una curiosa forma de inocencia: “La amarga inocencia del ignorante, del que hace preguntas sin respuesta, del que se desespera y no puede saciar su curiosidad”.

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Pero, además, Zagajewski cultiva una rigurosa ambigüedad en relación con el papel de los artistas. En principio, se manifiesta escéptico frente a la idea de que la disidencia política –aun necesaria, aun triunfante– pueda cambiar verdaderamente el orden de las cosas. Contra los que prescinden, como Jünger, es capaz de escribir: “Si de veras han conocido el mundo y lo ven con más claridad que sus contemporáneos, tienen que decidir si son capaces de vivir y trabajar como Alexander Solzhenitsyn”. Pero el condicional de la frase da lugar, a propósito de Gottfried Benn, a su refutación radical: “Existen dos reinos, el espíritu y la historia, y jamás se producirá un intercambio entre ellos. Siempre habrá poesía y siempre habrá un mundo de idiotas entretenidos en trasladar las fronteras, perfeccionar los tanques y ganar las elecciones al parlamento.”

Como se ve, el libro no propone un curso de acción frente a la coyuntura política nacional. En cambio, da lugar a un pensamiento más inquietante que las dudas de partida. En varios momentos, Zagajewski simula la voz cargada de cinismo de olvidados arquetipos: el funcionario de la policía secreta, el traidor, el jerarca del partido: “El totalitarismo –por utilizar vuestro término académico– es la vida, la energía, la ambición. El totalitarismo son premios, jerarquías, pasiones, grandes oportunidades”. Se puede discutir el término, pero ¿no son ésas las voces que oímos?