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Definitivamente, ya no hay imposibles

Acasuso asestó el primer golpe: venció a Hewitt por 1-6, 6-4, 4-6, 6-2 y 6-1 y levantó el ambiente. Luego Nalbandian y Calleri dieron el revés de nocaut: barrieron a Arthurs y Hanley por 6-4, 6-4 y 7-5 y aseguraron el triunfo. Con el 3 a 0, el equipo de Mancini es el primer finalista de la Copa Davis, un torneo históricamente esquivo para Argentina.

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Gonzalo Bonadeo |
Tarde o temprano, va a pasar. Tal vez sea demasiado ambicioso que suceda este año, pero pronto, va a pasar. No hay en el mundo del deporte un trofeo más famoso que la Copa Davis, y la Argentina, pronto, va a sumarse a la lista de ganadores de un trofeo tan admirado como imprecisas son las historias relacionadas con su origen.
Del mismo modo que una básica profesora de historia –espero que no me demanden por calificar así a una maestra– se saca de encima el 25 de Mayo y la Legión Infernal de French y Beruti hablando de paraguas, cintitas y “el pueblo quiere saber de qué se trata”, a mí me aseguraron que la Davis es, en realidad, una ponchera que el sobrino Dwight le robó a una tía ricachona ante la ausencia de premio para algo calificado como un poco más que un partido de fin de semana entre grupos de amigos ingleses y norteamericanos.
En realidad, Dwight Davis no era un adolescente travieso sino un señor mayor adinerado y muy conocido de Boston; los pibes anglo parlantes eran los equipos oficiales de tenis de Estados Unidos e Inglaterra; la ponchera –o ensaladera– es una pieza única confeccionada especialmente para la ocasión; y Davis no sólo no le robó nada a su tía, sino que encargó el trofeo a la platería que, por ese entonces, abastecía de vajilla a la Casa Blanca.
Como sea, y por motivos que no consigo desentrañar, se trata de una competencia tan estresante, que logró que en la historia existieran tanto consagrados que fracasaran en ella o evitaran jugarla, como más de un medio pelo que se potenciara hasta derrotar a rivales que, en el circuito regular, los apabullaban. Los mismos tipos que no se mueven de su casa sin que una garantía les asegure medio millón de dólares para jugar en Dubai, Qatar o California, se desviven por la gloria de un certamen cuyos premios a veces ni siquiera cobran. Es un extraño torneo anual que premia al mejor equipo de un deporte, a veces, insoportablemente individual.
A un paso de esta gloria incomparable está el tenis argentino. Maravilloso regalo de final de un año difícil; un año incomparablemente mejor que los de la era post-Vilas, pero sensiblemente menos exitoso que los tres o cuatro últimos. Al menos, eso era hasta antes de la sensacional victoria ante los australianos. Hoy, aunque hayamos perdido dos top ten (Gaudio, que lucha por seguir entre los 20 mejores, y Coria, que pelea por querer seguir jugando al tenis), aunque no hayamos tenido sino un semifinalista en un Grand Slam y apenas un puñado de títulos oficiales (solo Gaudio, en 2005, ganó cinco), podremos decir que, en 2006, el tenis argentino coprotagonizará el último gran momento de la temporada tenística.
Como no pretendo que Dios confiese definitivamente ser argentino, daré por descontado que Rusia liquidará hoy su serie ante Estados Unidos. Asumiré, entonces, que la ilusión de ser local ante Andy Roddick en la final de la Davis sea un buen objetivo para 2007 y prepararé las valijas para estrenar el mes de diciembre en una Moscú que, si está cubierta de nieve, nos importará bien poco porque Marat Safin y sus muchachos nos harán jugar bajo techo y en una cancha bien rápida.
Francamente, toparse de visitante con Safìn, Davydenko, Youzhny y Tursunov es una pésima noticia. Sin embargo, no soy ni tan pesimista ni tan imprudente como para creer que sea ésta la ocasión en la que el tenis argentino comprenderá definitivamente el concepto de imposible: con el liderazgo tenístico de David Nalbandian, la Argentina puede ganar cualquier partido en cualquier escenario. Que se entienda bien: de ningún modo llegaríamos a Moscú como favoritos. Pero basta recordar que, hace un año, para una fecha similar, el chico de Unquillo se cargó a Roger Federer en una final de Masters sobre una superficie similar a la que se usará en la Davis. Y que Agustín Calleri estuvo a un empujón de liquidar en sets corridos a Ljubicic –tres del mundo– en la serie jugada en Croacia. Y que el dobles dejó hace rato de ser un problema argentino para ser un partido que se gana mucho más de lo que se pierde. Podría seguir hablando de nuestros recursos y dimensionar la evolución de Acasuso, y hasta animarme a prender una vela por el regreso de Cañas, pero ni siquiera hace falta.
La Argentina definirá la Davis contra el único país del mundo que se le compara en cantidad y calidad de jugadores: ni España, ni Estados Unidos ni Francia tienen tanto y tan bueno como los rusos y como nosotros. Eso amerita un profundo respeto por el rival, y el profundo respeto que el rival tendrá por nosotros.