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D’Elía y Lilita en “Polémica en el bar”

Opinar es intervenir en las cuestiones de la comunidad e interpelar a las autoridades que ocupan lugares de saber y poder. Exige despegarse de la falsa opinión llamada “pública” y de sus cancerberos rentados.

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Opinar no es decir lo que se piensa, sino pensar para decir. Derivada de la “doxa” griega, se remite al mundo de las apariencias y se preocupa por el universo de las sombras. En la nueva caverna de Platón sólo cuentan las sombras ya que no hay Ideas trascendentes y el filósofo no es rey ni un iniciado en la verdad.

Opinar es intervenir en las cuestiones de la comunidad e interpelar a las autoridades que ocupan lugares de saber y poder. Exige despegarse de la falsa opinión llamada “pública” y de sus cancerberos rentados.

Finalmente, un opinólogo es un estudioso de la opinión pública de acuerdo a la tradición socrática. Los jueves antes de comenzar un seminario de filosofía, me reúno con unos amigos del grupo en un bar a charlar sobre los acontecimientos salientes de la semana. Los meses de la crisis del campo nos sometió a fuertes discusiones, pero, al menos, el tema era el mismo, se repetía en cada encuentro y concentraba nuestras energías intelectuales. Cada uno expresaba sus puntos de vista y apostaba con firmeza a la realización de su deseo político.

Pero una vez terminada la crisis gracias al voto histórico de quien será para siempre llamado Cleto, desde ese momento nos vemos en apuros por una especie de cascada informativa que nos exige una puesta al día difícil de satisfacer.

Como me considero un opinólogo profesional, alguien que se informa antes de hablar y lo hace públicamente, comparto el rigor de la tarea con mis compañeros –aficionados de esta disciplina– que también tienen el deseo de opinar sobre todos los temas pero con fundamento.

Cuando durante una semana estuvo sobre la mesa la noticia de las pulseras electrónicas, y uno de nosotros nos contaba cuánto costaba el implemento y otro nos sorprendía sobre la cantidad de pulseras existentes en plaza, se nos superpuso sin previo aviso el asunto de los carteles mexicanos, y luego la efedrina, que conllevaba exigencias de conocimiento químico que por suerte alguien poseía por haber tenido un laboratorio, lo que le permitió ejercer así de autoridad en la materia y agregar detalles imprescindibles. Cuando el dilema farmacológico avanzaba bastante bien, salta lo del Club de París y las discusiones interrumpidas deben cambiar de rumbo para saber si es conveniente pagar o no pagar la deuda. Aún acallados los cruces de opinión de lo que cada uno estimaba que sucedía, si era un gesto vacío saldar con un solo pago o si no era el prolegómeno de un crédito para el inicio del emprendimiento del tren bala, en momentos en que recién nos preparábamos a comentar la medida volcando en la mesa de discusión todo nuestro arsenal de pericia financiera, aparece un comensal tardío a decirnos que renunció el secretario de Cultura Pepe Nun. Sorpresa y media, no podíamos dejar pasar la novedad sin decir algo al respecto y cuando develábamos cómo podían reaccionar los afiliados a la Carta Abierta que apoyaban su falta de gestión desde la Biblioteca Nacional, saltó el incendio de los trenes y con prisa y sin pausa nos enchufamos en la tele del establecimiento mientras el ministro de Justicia nos instruía sobre tableros electrónicos, andenes, enganches de vagones, trotskistas con camperas húmedas de combustible, sobre Pino Solanas y su necesidad de promocionar su film sobre el ferrocarril, etc. No pudimos llegar a tratar el conflicto de Aerolíneas Argentinas.

Hoy un opinólogo, profesional o amateur, no da abasto. Y esto constituye un problema, porque en este caso no hay especialización posible, ya que la opinología, por definición, no tiene límites temáticos, y exige moverse con nivel respetable en todos los terrenos. Por supuesto que hay pseudo-opinólogos que dicen chantadas y desmerecen la profesión, por eso me refiero a quienes dignifican esta labor y se ven en dificultades por la aceleración de hechos de la más diversa índole que se suceden día tras día.

Quisiera reunir en este espacio dos preocupaciones. Una expresada en notas anteriores, en las que llamaba la atención sobre la ausencia de programas de humor en nuestra televisión y, en especial, de la desaparición del humor político. Recordaba nuestra noble historia de humoristas y de actores cómicos de la radio y de la televisión, y me preguntaba sobre las razones de esa ausencia.

Barajé diferentes hipótesis y no llegué a ninguna conclusión. Pensando nuevamente en este tema, se me ocurrió que existe una posibilidad por la que podríamos volver a disfrutar de este tipo de programa y, a la vez, concentrar los temas de la semana que tan dispersos se nos ofrecen a los que hacemos opinología, y no sólo a nosotros, sino a todos los que siguen la actualidad nacional. Sería una excelente oportunidad para que volviera el humor y la síntesis informativa al mismo tiempo.

La novedad, y no es menor, es que en lugar de actores, serían políticos y personalidades públicas los personajes convocados.

Estaría encargado de la producción del programa Gerardo Sofovich quien reinstalaría Polémica en el bar, un programa decano en la materia, en el que justamente los comensales habituales, hablaban de lo que ocurría en la semana y lo discutían con fervor y libertad. En el nuevo formato se haría exactamente lo mismo, mechando las novedades para abarcar el espectro más amplio de los sucesos semanales.

Pensé que los parroquianos podrían ser: Alfredo de Angeli, Luis D’ Elía, Lilita Carrió, Aníbal Fernández, y Cleto, con Sofovich de moderador. El mozo que atiende y se planta detrás del mostrador, Pampuro.

No se hablaría sólo de política, por supuesto que de eso también, sino de la separación de la Nanis y el Pájaro, del casamiento de Piazza, del divorcio de la Alfano y Alé, del peluquero del Coco Basile; es decir cosas mechadas, farándula, fútbol y política, y todo de muy buen humor y el énfasis correspondiente cuando se lo necesite.

Se harían las acostumbradas parejas de contendientes que siempre se pelean entre sí, por ejemplo D’Elía y Lilita, y Aníbal Fernández tendría su rol de erudito en todas las materias en permanente postura de conferencista con cepillo nasal. Cleto trataría de contemporizar cada vez que sube el tono y estaría algo así como ido y condescendiente, y el compadre De Angeli preparía un asadito, ya que el bar tendría un quincho campestre.

Pampuro con su chaleco marronáceo con botones de lata, aportaría los cafecitos o algún aperitivo hasta que está pronto el asado.

Puede haber invitados, por ejemplo, Moreno y Jaime, bien predispuestos para la escena, que vienen de la mano como una pareja gay y antes de ser saludados por todos, Lilita en un arrebato apocalíptico agarra un facón que le birla a Alfredito, y los encara fuera de sí. Cleto trata de disuadirla en nombre de la convivencia entre argentinos mientras Pampuro le prepara un digestivo.

En otro programa invitan al cómico Tristán que no entiende por qué todos lo miran raro cuando habla con la “sh” en vez de la “s”, acompañado por su hermana Alicia, un personaje creado e interpretado por Antonio Gasalla como un desprendimiento de Mamá Cora.

El programa, siempre terminaría del mismo modo. La discusión divide la mesa, votan y al ser Pampuro incluido, tres contra tres, desempata con aire compungido el divino Cleto. El resto se lo dejo a Gerardo.

*Filósofo.